lunes, 16 de noviembre de 2015

Vacas flacas




No son tiempos de bonanza, y eso es clarísimo e irrefutable. Podemos culpar a quien sea, que a la final cada uno de nosotros tiene algo de esa culpa. Y no hablo del país: hablo de su casa, vecino.

La economía, como las personas y como todo lo que existe entre el cielo y el suelo, tiene mareas. A veces estamos arriba, y otras abajo. Todas estas mareas son rítmicas, no son “porque si” ni aparecen aleatoriamente. El ritmo de la economía mundial es igual al ritmo de nuestras propias expectativas personales. Cuando se necesita no se tiene, y cuando se tiene no necesariamente se adquiere lo que se necesita.

A la famosa “crisis mundial”, que no es crisis sino para unos cuantos porque los otros siguen lucrando, hay que sumarle nuestra realidad continental: latinoamérica nunca cuajó su proceso de unificación y los problemas entre Estados siguen hoy más patentes que hace seis décadas. Mientras cinco supuestos izquierdistas tratan de forzar la idea de una sólida unidad regional (haciendo malabares para sostener sus gobiernos), tres supuestos derechistas mantienen economías medianamente más sólidas, pero a un significativo costo social.

Mire, la cosa de la izquierda y la derecha es sencilla: la derecha prefiere la producción, y entiende que cada hombre debe ser lo suficientemente capaz de producir acorde a sus fortalezas e inteligencia; la izquierda en cambio propugna repartir la plata lo más equitativamente posible entre los menos favorecidos. Y los errores de la izquierda y la derecha también son sencillos: la derecha se reserva el derecho de elegir quién es más fuerte e inteligente, lo cual es claramente presuntuoso e ilegítimo, y; la izquierda es feliz repartiendo plata, pero no sabe cómo generarla. Corrupción hay en ambos extremos, desde luego.

Como decían mis antiguos: “lindo repartir plata ajena”. Esa es la izquierda de hoy. Pero cuando la plata se acaba, ¿qué harán los izquierdosos?. Impuestos, porque de producir el que sabe es el capitalista.

Por eso las mareas también son aplicables en la economía, como en el gobierno de los países que pretendan progresar. Me explico: el capitalista debe generar plata, para que el socialista la reparta.

Este “socialismo” (término que discutiremos algún otro lunes), tuvo la enorme ventaja de encontrarse con un mercado petrolero que pagaba lo que pedíamos y esa plata se distribuyó (de formas y en montos que no son posibles discutir sin que me demanden) en obras supuestamente de beneficio social. Listo, han cumplido. Gracias, ya tenemos carreteras.

Le toca al capitalismo. Y esto no lo digo porque sea yo derechista ¡que no lo soy!, sino porque es cuestión de mareas, de ciclos, de ritmos. Es natural, simplemente.

Me gustó mucho la primera gestión de Correa, y ya dije que no soy correista -ni tampoco anticorreista-. Ese ciclo debía ser seguido de otro diferente, de explotación productiva pura para que, ahora, retorne otro Correa (o el mismo, incluso) a enfrentar la crisis con un mayor sentido social que lo haría el derechoso, pero, obviamente, con la plata que este capitalista haya podido generar en su período. La lógica es facilita: en un período produzco, y en otro reparto.

Esta explicación es la más simple que me he dado a mi mismo para decidir no apoyar mandatos extensos. Trate de hacer lo mismo. El argumento de que “me cae mal” o “es prepotente” o “mucho habla”, no es un argumento técnico ni lógico. Hay que madurar políticamente, creo yo.

En definitiva, para mi, mientras sigamos pensando en Izquierda vs. Derecha y los sigamos viendo como antagónicos y seamos incapaces de crear un modelo político PROPIO, fuera de moldes comunistas o imperialistas o socialistas o capitalistas, sino un modelo de pura ADMINISTRACIÓN, bajo parámetros técnicos basados en eficiencia y eficacia, mientras no seamos capaces de dejar de lado animosidades en lugar de concentrarnos en lo que a todos nos hace falta y en fijar una meta común, mientras sigamos pensando en minorías y grupos “vulnerables”, mientras no seamos libres de los prejuicios políticos y económicos que nos vienen implantando desde hace dos siglos o más, mientras no evolucionemos, cualquier intento de un Estado organizado será fallido y seguiremos obteniendo intentos autocráticos en lugar de administraciones técnicas. No saldremos de las vacas flacas.

Lo mismo aplica para el continente, para el país y para su casa, vecino. Y de la ciudad no hablo porque acá se juegan otros intereses y otros egoismos. En buena hora que se me acabó el espacio.

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Miedo, cheque, miedo.



Soy abogado. Mi profesión me exige vivir del trámite y la gestión. Y estoy harto.

Una gran parte de asalariados públicos, por abstenerme de decir casi todos, viven recluídos en sus oficinas, cubículos o lo que les toque, casi totalmente ajenos al mundo que les rodea. Viven un mundo irreal que no se compadece con la verdad de la vida en el Ecuador “de afuera”. Algunitos, llegados a sus cargos por obra y gracia de la ley de la carambola y totalmente desconocedores de lo básico que demanda dicho cargo. Deficientes. Inútiles.

Me gustaría hablar de los supermanes de turno, esos de las altas esferas, que también viven con miedo. Pero no, hoy no. Hoy hablemos de los que realmente hacen el trabajo: los misionales, los de contrato.

Esos, los de contrato, son mis amigos y por eso saben que estas líneas no son para reclamarles (bueno, a algunitos si), sino para poder hacer pública su situación, para que los vecinos y todos los que estamos “afuera” nos condolamos de la otra realidad: la de “adentro”. “Adentro” también es grave, no se crean.

Verán vecinos, si “afuera” está feo porque no hay plata y nos estamos comiendo las joyas de la abuelita, “adentro”, aunque sueldito pueda haber, no se sabe por cuánto tiempo ni con qué sacrificios. Mire, resulta que ya (casi) no hay funcionarios de carrera, la mayor parte son contratos de a unos meses. Entonces, si no se “portan bien”, pues no hay renovación de contrato. Así de fácil. Ya no trabajan por un objetivo, no ejercen sus labores con el fin supremo de brindar un servicio, sino que deben hacer lo que se les manda, a cambio de otro contratito que garantice el pan de sus hijos un par de meses más.

No son “borregos” como se les ha llamado de mala manera: son esclavos. Es verdad, ganan un sueldo, pero su esclavitud radica en su imposibilidad de pensar, de decidir, de oponerse, de razonar. Viven con miedo, no trabajan por resultados felices de servicio y bienestar, sino que cumplen “metas” lo suficientemente bien como para no ser amonestados, y tampoco demasiado bien como para incomodar a algún superior. Muchos dedican sus horas a torear responsabilidades, aterrorizados con la sola idea de un error. Mientras, los de “afuera” esperamos su gestión. Y seguimos esperando.

Me queda el gusto enorme de conocer algunos latacungueños que, honor a su procedencia de ciudad hidalga, se han opuesto a doblegar su personal criterio aún a riesgo de perder el pan de sus hijos, sus carreras, y hasta su imagen pública, merced de falaces acusaciones que los empoderados harán sobre ellos.

Así es como funcionan algunos lugares: Témeme para pagarte, y luego de pagarte sigue temiendo que no te vuelva a pagar. Muchos héroes (porque ahora el honesto es héroe) se han opuesto al círculo tétrico del “miedo-cheque-miedo”. Y a ellos se le persigue: son tóxicos, atentatorios al status quo; peligrosos, en todo caso.

Estén atentos, vecinos, que muchos latacungueños ya han demostrado su carácter frente a los abusivos y se verán pronto atacados por la enorme maquinaria creada para desacreditar a los más nobles. Es el trabajo ruin propio del usurpador: ensuciar al honesto.

Esperemos que no suceda lo que se ve venir, pero esperemos con mayor fervor que, si sucede, los mashcas nos encontremos juntos.

miércoles, 21 de octubre de 2015

NO DAN NADA




Me gusta mi ciudad, y me gusta también sus tratos coloquiales. Si es frío está chachay; si caliente, rrarray; si feo, tatay. Cuando golpean la puerta y no queremos atender, decimos “ya no hay trago”; y si nos tenemos que ir, reclamamos que “no dan nada”.

Hablamos simpático los latacungueños. Pero más allá de lo “alhaja”que suenan nuestras expresiones diarias, su uso nos da identidad: nos vuelve más latacungueños.

Pero todas estas palabras encierran un significado propio y profundo. La mayor parte son quichuismos remedados y heredados de los obrajes y batanes que existieron en la ciudad. Otros son frases determinantes, que se dicen casi sin decir, pero cuyo valor es extraordinario cuando se los analiza,.

Me voy, porque no dan nada. Te dejo, porque eres ingrato. Me largo, porque eres mal anfitrión.

Chuta! Qué fuerte es esto. Y parece que no decimos mucho. Pero la realidad no permite que la frase sea falsa. Como aquí no dan nada, vamos décadas migrando para poder obtener un trabajo. Los inversionistas no vienen ni pagados y, los que había, poco a poco están saliendo a lugares donde si dan, y mucho.

¿Cómo esperamos atraer al foráneo, si ni siquiera encontramos motivo para quedarnos nosotros mismos?

Bueno, ya no quiero decir mucho de los supermanes y elegidos del pueblo, quienes no dan nada, pero porque, mismo-mismo no dan. Léase en idioma latacungueño: esos manes NO DAN. Dejémosles descansar esta semanita.

Hoy me pego con usted, vecino. ¡Es que usted tampoco da nada! No atiende bien, no sonríe, no tiene paciencia con los gringuitos. Está espantando el cliente pues, vecino. Y luego se queja de no andar bien su negocio.

Los latacungueños nos hemos acostumbrado a dar poco, o nada. Estamos atados a la Ley del menor esfuerzo. Prueba de ello, lo que siempre digo: la juventud secuestrada por el aparataje público, porque les da pereza crear. Los mayores, aunque aún útiles, buscan jubilarse lo antes posible. Las mujeres, en algunos y no pocos casos, confían más en su apariencia que en su capacidad intelectual y los que alcanzan a un cargo de los llamados “de poder” se contentan con mantener el status quo en lugar de motivar un cambio real, una evolución en la sociedad.

Claro, es más fácil un sueldo cada 30 y una pensión miserable que el riesgo de invertir, de trabajar sin horarios, de crear. Le tenemos miedo, pánico al más pequeñito error. ¡Diosito nos libre de fracasar! Y si, tengo una habilidad diferente, el miedo es que a los otros no les guste. Así hemos perdido a valiosos artistas, matemáticos, físicos, deportistas y creativos del mas alto nivel, que fueron a ser ellos mismos en otro lado, porque aquí se sentían obligados a ser simplemente standard.

Y, si nos quedamos y nos va bien, tiene que ser porque andamos con los narcos o cualquier cosa parecida. Pero un vecino nuestro nunca aceptará que uno sea capaz de crecer lícitamente.

Nos falta mucha humildad; pero, sobre todo, nos falta solidaridad.

Vea, vecino, la cosa es simple, si usted no da nada, yo me voy. Y si yo no doy nada, pues usted está en su justo derecho de retirarse.

Empiece a dar, empiece a ceder, a ofrecer, a regalar. ¡Acaso que le estoy pidiendo plata! Una sonrisa, un buen gesto, un “Buenos días”, una horita más de trabajo, un poquito más de limpieza en su local, una canción, un caramelito o un comentario positivo.

Al menos a mi, si me da un comentario, le voy a agradecer bastante. Aunque sea “guambra mudo” dígame, pero no se quede callado.

¡No se quede quieto, vecino, que el agua quieta se pudre!


jueves, 15 de octubre de 2015

Crear clientes, no solo ventas




La semana pasada necesitaba realizar una compra urgente de un artículo especial que lamentablemente una vendedora quedó muy mal. Una de mis opciones para encontrar aquel producto fue el Centro Comercial Popular el Salto. La conclusión que tuve en aquel lugar la hago sin el afán de herir susceptibilidades sino con el propósito de dar una real y objetiva descripción de mi experiencia y con la posibilidad que se tomen acciones al respecto.
Para cuando llegamos a aquel lugar, con el afán de ahorrar tiempo, mi hermano y yo nos separamos para recorrer por cada uno de los locales que consideramos que podrían tener aquella prenda. En uno de los primeros locales que visité, la dueña estaba tan concentrada en la telenovela que no se inmutó cuando le pregunté si disponía lo que necesitaba, se limitó a mover la cabeza de forma negativa para continuar viendo su programa. En otra de las tiendas el vendedor no fue capaz de saludar, estaba tan concentrado conversando con uno de sus amigos que seguramente le resultó más importante enterarse de las novedades en lugar de atender. En el recorrido por los varios pisos del centro comercial, las circunstancias fueron muy parecidas; en la gran mayoría de locales los vendedores se limitaban a responder en un tono apático y hasta grosero.
No puedo decir que este tipo de escenario lo vi en todos los locales, pues hubieron vendedores que fueron muy amables, atentos, prestos a atender e incluso recomendaban las tiendas de sus compañeros para poder ayudar. Al principio, supuse que había sido solo idea mía pero al encontrarme con mi hermano y compartirle mi punto de vista, coincidió que había tenido una experiencia bastante similar. Desgraciadamente la gran mayoría de vendedores habían mostrado una actitud esquiva y hasta quemimportista.
Dicen que un cliente bien atendido puede ser más valioso que invertir en una gran cantidad de dinero en publicidad. Aplicando entonces esta frase al Centro Comercial Popular el Salto, me atrevería a decir que existen detalles muy importantes a considerar. Si bien es cierto los productos son determinantes, la atención al cliente es de vital importancia para la continuidad de un negocio. En el caso puntual de aquellos vendedores que prestaron más atención a la televisión, a las conversaciones o que simplemente no les dio la gana de atender de la una forma amigable, ¿cómo pueden esperar que sus negocios prosperen? Se quejan que sus negocios han bajado, que el comercio informal, que el Cotopaxi, que la crisis del país y muchas otras razones más, sin embargo gran parte de responsabilidad está en su actitud; más aun cuando sus potenciales clientes están siendo mejor atendidos por los comerciantes informales: una cruda realidad.
Vuelvo y repito mi intención no es crear controversia ni mucho menos ofender, mi mensaje es que si bien es cierto la gran mayoría de negocios han sido afectados negativamente por diversos motivos, existe mayor responsabilidad para cuidar a los usuarios y brindarles una mejor atención. Ya que si no se cuida a aquellos clientes, de seguro alguien más lo hará.

Editorial por: María José Rodriguez 
latacunani@gmail.com

Cambiar o morir



Llegamos a un momento histórico: se nos propone seguir viviendo o, si es que nos arriesgamos, podríamos empezar a vivir.

Lo que digo no es error gramatical, vecino. Es que una cosa es estar vivo y otra cosa es vivir. Estar vivo es un asunto de mera existencia, no implica acción y se basa en el solo hecho de seguir respirando. Así estamos hasta ahora: respirando inactivos, esperando que llegue el diluvio universal, erupcione el Cotopaxi, o nuestra ciudad colapse o la hagan colapsar y todo; pero sin inmutarnos, con tal de tener el alimento que nos contente.

En cambio, vivir es otra cosa. Vivir es acción, es una potencialidad positiva y un ejercicio de la voluntad. Vive el que hace, vive el que actúa, el que inspira, el que crea y motiva.

Y digo que estamos en ese momento histórico porque hemos llegado al punto de quiebre. No podríamos estar más grises. Como ciudadanos nos hemos despreocupado de generar movimiento. Ya no existe organización filantrópica ni voluntariado desinteresado. Tampoco hay actores políticos reconocibles. Apenas hay por ahí uno u otro pseudo dirigente que nos entretiene con maromas politiqueras más propias de un show televisivo que de un libro de Platón.

Estamos, hablando “latacungueño”, en la lona. Y si como ciudadanos nos hemos quedado quietos, qué hemos de esperar de los que se supone nos lideran, sino lo mismo: inactividad.

La ciudad es un caos. El tránsito depende más de la suerte que de la señalética y es un día bendecido aquel que no nos hayamos librado de chocarnos con un taxista, busero o motociclista. SIMTEL es una falacia: a veces se pude dejar el carro parqueado durante horas y, otras veces, aparece el candadito naranja cuando nos hemos olvidado de cambiar la tarjeta un par de minutos, y no hay santo que nos salve ni razón que se acepte. Los pasos cebra no sirven ni para jugar a la rayuela y no hay chofer “profesional” que sepa respetar un semáforo en amarillo o rojo.

Pero todo esto es bueno, aunque no lo crean. Porque hemos llegado al estado en que hasta el vecino más vago y pusilánime se siente mortificado. ¡Hasta el más cómodo se da cuenta que estamos mal!

Si, con todo esto, que es una señal del destino, usted vecino no se da cuenta de la urgencia de hacer algo, entonces no habrá nada en esta vida que le salve de la extinción. Usted puede que siga estando vivo, pero como latacungueño dejará de vivir. ¿Ahora entiende la diferencia entre vivir y simplemente estar vivo?

Es verdad, cada uno de nosotros estamos obligados a modificar nuestra conducta en pro de la convivencia y el progreso. Pero también es cierto que somos muy malcriados y no cambiaremos así nomás. Se necesita castigo, fuete. Iba a decir correa, pero por los obvios efectos e interpretaciones descomedidas que pudieran hacerse, prefiero la fusta.

Y no es chiste. Esta ciudad necesita orden.

Para todo se pretexta falta de presupuesto, pero solo multando a los infractores se podría hacer millonaria esta ciudad. Propongo algo simple: desarmen ese SIMTEL que no hace más que incomodar, organicen bien los parqueaderos municipales y hagan convenios con los privados, hagan crecer las veredas sobre la zona azul y a todo ese personal pónganles a controlar el tránsito, con unas buenas cámaras como dotación que le permitan multar a todos los malcriados que hoy están de vivos en mi ciudad. Ahí está la plata.

Lo que sea puede hacerse. En serio, lo que sea... algo... cualquier cosa. Vivir es accionar, actuar, cambiar. Si seguimos como estamos desapareceremos. Hay que cambiar.

Le pregunto, vecino, ¿a quién cambiamos primero?





jueves, 8 de octubre de 2015

CONTRATO COMPLEMENTARIO




En una radioemisora local se entrevistaba una administradora de turno, mientras se recibían llamadas en vivo para permitir las preguntas de rigor. Hago algunas anotaciones personales:

1.- Los administradores locales (algunos, pero casi la mayoría) no tienen idea de lo que están haciendo en sus cargos. Aunque los medios se esmeran en tener al entrevistado adecuado, éste no logra responder la expectativa de un oyente medianamente culto. Me queda la duda, si es que el/la superman de turno realmente es torpe, o si está terriblemente seguro de que todos los demás somos torpes y nos trata como tal. Para cualquier ciudadano informado, gran parte de lo que se dice es claramente falso o, al menos, equivocado. Merecemos información oficial fidedigna, confirmada y corroborable.

2.- Estamos copiando estrategias viciosas de manejo de los espacios mediáticos. Las llamadas al aire, de esta entrevista a la que me refiero, todas o casi todas, no eran sino para felicitar y agradecer al entrevistado, a sus estandartes, compadres y priostes. ¡Vergonzoso! Pareciera que ningún Latacungueño tuviera idea de una pregunta coherente. Claro, al intentar llamar al medio para preguntar alguito, toda comunicación se encontraba ocupada. Ahora bien, si casi todas las llamadas son del mismo barrio, a felicitar por la misma obra, de gente adulta y en horas de oficina, lo que a mi me parece es que esas felicitaciones no eran tan sinceras. Me parece mas bien, que algunos burropies y uno que otro cognado se dedicaron a saturar las líneas de comunicación con el medio radial, a fin de realzar las dubitables dotes del superman entrevistado y, de pasito, evitar que preguntas reales lleguen a ser públicas y evidencien (más) la ignorancia del preguntado. Horrible, además de la mentira (o error, demos el beneficio de la duda), tener que aguantar a un puñado de anónimos zalameros que no hacían sino restarle aún más a la imagen de la entrevistada ante cualquier oyente culto.

3.- En toda la entrevista escuché varias veces que, en diferentes obras, habría que hacer “contratos complementarios”. Pero, ¿qué es un contrato complementario? Pues simple: es un segundo contrato que se hace sobre la misma obra, para realizar ciertas tareas que resultan ser nuevas e indispensables para el cabal funcionamiento de la obra principal. Es decir, por la complejidad de la obra, se determinan requerimientos adicionales o diferentes a los originalmente presupuestados y como no puede modificarse el contrato principal, se hace otro llamado complementario. Lo dicho: “por la complejidad de la obra”. Pero escucho que, en mi Latacunga, una gran cantidad de obras van a salir con contratos complementarios. Pregunto: ¿dónde estamos construyendo la nave espacial?

Con esta contratación complementaria puedo disponer hasta del 70% del monto del contrato original; es decir, puedo llegar casi a duplicar el valor de la obra. Si se hace bien, sirve para salvar eventualidades típicas de construcciones complejas; pero si se hace “mejor” sirve para salvar las eventualidades económicas del contratista. Roguemos que estos contratos complementarios de que han tratado en la radio sean a bien de la ciudad. Normalmente, para obras de relativamente pequeña envergadura, como son las pocas que se ven de esta administración, no debería haber mucho contrato complementario. O las obras son enormes, o los contratos están mal hechos o la fiscalización no funciona; pero no puede solucionarse todo con contratos complementarios.

Nos encantaría considerar que todo lo que escuché se debe solo a una ligereza o error de la persona entrevistada. Nos gustaría creer que esta persona estaba nerviosa o, incluso, que no contaba con la información real en sus manos. Pero, en todo caso, y mientras no se nos permita información oficial a la ciudadanía (que nunca se encuentra accesible), nos tocará quedarnos con la duda de si algunos problemas de Latacunga son asunto de corrupción o de simple incompetencia.

Para dilucidar esta duda, vecino, deberemos dedicarnos un poco más a estudiar el funcionamiento de nuestra ciudad. Es momento de interesarnos realmente por lo que pasa en la caja de cascajo.

jueves, 1 de octubre de 2015

Me muero, estos profesionales...




Un profesional, según el diccionario, es una persona que ejerce una profesión. A la par, una profesión es una actividad más o menos habitual de una persona, misma que, por su estado avanzado de preparación o perfeccionamiento de ese hecho habitual, merece ser remunerada por el mismo.

Luego, una cosa es que habitualmente maneje mi carro, y otra cosa es que lo haga tan, pero tan bien, que merezca recibir dinero por hacerlo. Este es el contrapunto conceptual de los llamados chóferes “profesionales”: hacen lo que todos hacemos a diario, lo hacen pésimo, y reciben dinero por ello. Y lo digo de frente, otra de las cosas malas que le han venido sucediendo a Latacunga es la proliferación del taxismo anárquico. Cientos de carros amarillos colapsando nuestra ciudad a las ocho y a las dieciocho, y ninguno cuando uno lo necesita a las cinco de la mañana o a las diez de la noche.

¿Eso es profesión? Redondear el sueldo de Policía, Militar o Profesor en los ratos libres, hacerse una chauchita la mañana antes de ir al verdadero trabajo, o, peor, “rentar” el carrito a un guambra que necesita el trabajo y no consigue qué mas hacer. ¡Eso no es profesión!

Aquí, como de costumbre, me salvo del linchamiento afirmando lo que es verdad: NO SON TODOS. Veo mucho profesionalismo, mayormente, en los chóferes que realmente han hecho del volante su forma de vida: los más antiguos. No se enojen, amigos míos, que a la final yo ando en taxi y luego no me han de querer hacer parada; pero acepten que, de su cooperativa, al menos unito es una verdadera bestia. Y si, de entre sus compañeros, no distingue al más salvajón, pues es harto posible que el muérgano sea usted. Medítelo, sanamente.

Pero hay un profesional que no quiero ver: el político profesional. Es que la política no debe ser una forma de vida, sino un acto de servicio. Queremos políticos bien preparados, claro, pero no gente preparada exclusivamente para la política. Latacunga necesita administradores, abogados, ingenieros, médicos, analistas y mucho más, y, de ellos, varios que tengan vocación política. Una cosa es ser, por ejemplo, un abogado profesional, que vive de eso, y que tiene vocación política de servicio; y otra cosa es ser un vividor de la política que se pasa de cargo en cargo y que, cuando no tiene que más hacer, ejerce de abogado.

No hay, porque no debería haber, políticos profesionales. Lo que si es imperativo para nuestra ciudad es que haya profesionales políticos. La diferencia es enorme.

Si me reúno con un grupo de gente a conversar, no debería ganar un salario por ello. Pero si, esa conversación se vuelve técnica, y de ella resulta, por ejemplo, una ordenanza BIEN HECHA, que beneficie a la ciudad, entonces merezco un estipendio. Si nos sentamos a discutir, en lugar de crear; a debatir en lugar de coordinar; a pelear en lugar de emprender, entonces no estamos haciendo nada profesional.

Cuidado, administradores, en convertirse en políticos profesionales. Sean profesionales políticos.

Otro punto de salvataje a mi favor, antes de que mis amigos Concejales se me tiren al cuello: igual que el taxista, busque entre sus colegas ediles a aquel que no crea, ni coordina, ni construye, ni propone; ese es el político profesional, maligno para nuestra ciudad. Y si claro, usted deduce que todos sus compañeros de foro son correctos profesionales políticos, pues, bueno, qué le diré, saque usted sus conclusiones. Pueda ser que a usted le vaya mejor pirateando taxi.

Lo que digo parecerá fuerte, pero solo para el chófer salvajón y para el político profesional. El profesional político y el chófer profesional lo tomarán, seguro, hasta con algo de humor. Así que, si se siente molesto por la columna de hoy, pues ya sabe a qué grupo se pertenece usted.



lunes, 28 de septiembre de 2015

Pienso, luego existo.



Cuando Descartes pensó en esto, en su trabajo “Discurso del método”, trataba de resumir en una sola consigna todo un circunloquio filosófico. En cristiano: existo porque pienso y en tanto soy capaz de tener una idea, estoy existiendo.

Pongámoslo más simple: mientras sea capaz de mantener una idea existiré. Ahora hagámoslo al contrario: sin ideas, no existo.

Nuestros mayores, y específicamente nuestros padres, de todas las generaciones, lo aceptaron como “piense antes de hacer”. Para nada es esto lo que Descartes quiso decir, pero sigue siendo un buen consejo.

Y volvemos a nuestros administradores, que no son capaces de seguir consejo técnico, ni consejo de viejo. Piensen antes de hacer, rogaría. Y me voy a referir a un par de “obritas” que, notoriamente, fueron hechas sin ser pensadas suficientemente.

Una de ellas, que ya hemos tratado, es el puente nuevo que baja por “la cuesta del hospital”, y que estaba supuesto para liberar del tráfico al puente angosto que hay, justamente, al final de esa cuesta; pero de todos modos, quienes acceden a ese puente desde la Panamericana terminan siendo redirigidos al mismo puente angosto. Resultado final: lo mismo, pero con otra vuelta.

Otra obrita boba es el baño público que hasta ahora intentan construir en el parque La Filantropía. Primero que daña terriblemente la estética del parque, segundo que se han tardado meses en construir y luego que es un gasto torpe, considerando que hay baterías sanitarias públicas a escasos cuarenta metros, en la plazoleta de San Agustín. ¿No pensaron en eso?

Pero la cereza del pastel es verde: una larga línea verde que lleva a ningún lado, pero que supuestamente nos iba a salvar la vida, pero que era completamente invisible en la noche. Hablo de las líneas de evacuación, que las hicieron color mate y tuvieron que volver a pintarlas con material retroreflexivo. ¿No se les ocurrió que también puede haber erupción en la noche? ¿Acaso el volcán cumple horas de oficina?

Pero hay obras que no ocurren porque no conviene. Como algunas obritas que solo llegan a barrios alejados cuando los lotes cambian de dueños. De eso conversaremos algún otro lunes.

Lo de hoy es clave, y muy grave. En Latacunga primero se hace, luego se piensa. Parecería que la obra que hay (que de entrada es poca y fea) se justifica en los puros números y no en realidades. Al final, lo mismo fue el Centro Comercial Popular de El Salto y lo que hoy es el CAC: par de elefantes blancos construidos con dineros de la gente sin un fin realmente provechoso. En el un caso, los pobres comerciantes han debido jugarse las del malabarista para hacer subsistir sus negocios; y, en el otro, no supieron administrar un negocio simple y les pareció mejor “revender” al gobierno central.

Ya lo hemos dicho antes, en nuestras administraciones últimas no hay ideas. Ya es suficientemente malo que no haya obras, pero que se gaste la plata de la gente en obras sin argumentos, es inaceptable.

Construimos sin estudios y sin utilidad. Actuamos sin pensar. Nos esforzamos por existir sin ideas.

Si Descartes nos viera, nos gritaría alertado lo que todos sabemos pero nos gusta jugar a olvidar: nuestra ciudad se está condenando a dejar de existir.
Piense, luego exista; porque si hace al revés, lo más posible es que termine con su casa pintada a rayas y con un enorme servicio higiénico en la sala.

miércoles, 16 de septiembre de 2015

Hace ¡PUM!




Mientras insistimos en noticias y cuentos del Cotopaxi, lo que realmente está a punto de reventar es nuestra economía local.

Nos pintan escenarios catastróficos y apocalipsis galopantes; y al final de la semana nos sentimos felices y contentos porque el volcán aún no nos mata. Mientras saboreamos ese pequeño momento de falsa felicidad, olvidamos que la catástrofe ya vino para muchos y que, lenta pero segura, se acerca a nosotros.

Vecino, vea más allá de su nariz. Una gran cantidad de propiedades agrícolas han sido ya afectadas por la ceniza. La producción de alfalfa, flores y hortalizas está decayendo y no remontará en un buen tiempo. Usted dirá que no come alfalfa ni flores, y brócoli solo de vez en cuando. No sea estrecho de mente.

Insisto, vea más allá. Estas empresas y propiedades emplean a cientos de latacungueños en sus labores. Estas personas, seguramente, perderán su empleo pronto. ¡Gracias a dios usted no es empleado agrícola! Pero, espere, resulta que a estas personas habrá que indemnizarles, y despedir a cien empleados puede costar al rededor de doscientos mil dólares, o más. Y no son cien, sino más. Entonces, estas empresas, no solo que dejan de producir, sino que quiebran, luego, todos los demás pierden sus empleos también. La esperanza es que esa inversión privada retorne luego de la erupción; pero si además de quebrar, quedan endeudados con indemnizaciones a empleados, ¿de dónde podrían volver a emprender?

Claro, usted, vecino, no es agricultor, ni empleado de florícola, ni vende insumos ni come rosas. Pero usted vive de ellos, todas esas personas, miles y miles que se ocupan en el agro de la zona cercana al volcán, no solo que abastecen nuestros mercados, sino que abastecen nuestros bancos, dinamizan la economía, gastan en su tienda del barrio, compran en su papelería, comen en su restaurante...

Y, claro, los administradores de turno nada dicen y lo que han dicho en la semana que pasó no sirve para nada. (Quienes fueron a las reuniones con los altos ejecutivos de la administración no me dejarán mentir)

El emprendedor agrícola no quiere plata, ni subsidios ni palmaditas en la espalda. Es claro lo que se necesita, y así nos duela, y así el mal llamado costo social sea alto: necesita estar exento de indemnizar a sus trabajadores que se encuentran desocupados, pues los cultivos se perdieron por la ceniza y las vacas ya se vendieron a dos reales. El agricultor no quiere dádivas; solo quiere dejar de perder.

Otro problema es el turismo, que siempre fue incipiente, pero ahora ni siquiera es perceptible. La solución de los supermanes de turno es buscar otros atractivos en la provincia. Eso es bueno, y era bueno siempre; debió hacerse hace diez años, por lo menos. Ahora, que busquen re-explotar el Quilotoa o los Llanganates o lo que sea, sinceramente, con todo el cariño para nuestros vecinos de Salcedo, Pujilí, Saquisilí, La Maná y Pangua, pero ¡a mi que me importa ahora! Ahora es tarde, porque todos los planes para potenciar el turismo provincial eran necesarios hace décadas, hoy estamos en emergencia turística y esa emergencia es casi solamente para Latacunga. Es mi ciudad la que necesita turismo del tipo tal que logramos que cada turista pase, al menos, dos noches en Latacunga.

Y si, me pongo egoísta, porque el problema que enfrenta “la provincia”, realmente lo carga Latacunga casi sola. Sobre las décadas de abandono que ya sufrimos, ahora nos ignoran y casi se burlan; y no hay un solo elegido del pueblo que dé la cara por nosotros.

Si, soy Cotopaxense, pero nací Latacungueño, y es mi ciudad la que está perdiendo. ¡Exijo ser representado de mejor manera!

Y si no rompe en cólera el Cotopaxi, pues que rompa en cólera al menos un Latacungueño más. No importa un volcán, cuando un pueblo hace ¡PUM!.


viernes, 11 de septiembre de 2015

Siga la línea




Hasta que se vio algo de acción en nuestros administradores. Sendas líneas verdes recorren algunas calles de la ciudad, indicando las zonas de seguridad en caso de erupción volcánica. Dioslepague, señores administradores, ahora ya sabemos para dónde correr. Confiamos en que, al final de la línea haya dónde guarecernos por un par de días y, si no es mucho exigir, un poquito de agua y medicinas básicas.

Ahora debemos saber verdaderamente cuál es la “línea de cota” que divide las zonas seguras de las de riesgo y que, más que definir quién vive y quien no, están ya justificando mercantilmente quién tiene un bien sobrevaluado y quién no podrá vender su casa hasta que el volcán explote o la venderá en precios de risa. Hemos perdido la “línea de horizonte” de nuestra ciudad, estamos extraviados en nuestra propia casa y el mercado de cualquier profesión o negocio es extremadamente volátil. Mas claro: estamos hechos locos y no hay plata.

Mi vecina ya “perdió la línea” de tanto mal dormir preocupada por el volcán; y mi vecino, que antes estaba “en línea” con el gobierno, hoy no quiere creerle más que al FaceBook y a sus panas del voley. Los administradores recién cogen la “línea de trabajo” para casos de emergencia, y ahora aparecen muy seguros y atinados en sus primeras acciones concretas antidesastre. ¡Que comparación con cómo se veían hace unas semanas: completamente “desalineados”!

Y yo creo que mejor ya dejo de hacer líneas, porque sino mi vecino de la derecha va a pensar que yo también me estoy “alineando” con su estilo de escritura.

Hablando de vecino de la derecha, un vecino derechoso, que no es lo mismo, ya me dijo que debería “alinearme” a algún partido político. Lo mismo me dijeron un par de pseudoizquierdosos. Les dije que me disculpen, que “mi línea” es la radical coronelsubista; es decir, que prefiero que no me den pensando y que además vivo hecho bolas, motivo por el cual no me gustan las líneas pues me resultan geométricamente incompatibles.

Otros bien fuera de línea son algunos amigos que andan con la moda #YOMEQUEDOENLATA, y publican en redes sociales fotos con ese lema hasta en las camisetas... pero viven en Quito. ¡Hablen serio! ¿No se dan cuenta que le quitan crédito a la iniciativa? Capaz que me coge la moda de ponerme la camiseta, porque me gusta la idea de acompañar una tendencia tan buena como esa y en verdad #yomequedoenlata para ver que tal van las cosas, y para contarles, el lunes que le siga a la erupción, cómo se ve todo, desde la humilde óptica de un guambra de Lata.

Mientras el Cotopaxi nos permita, cuidemos lo que aún tenemos de ciudad, lo que aún nos queda de latacungueñismo y, a ser posible, hagámoslo crecer. Pero, sobre todo, seamos coherentes y tengamos sindéresis. Ojala los primeros en salir de mi tierra no sean los supermanes de turno; aunque pensándolo bien, hasta sería bueno.

Tampoco sería malo que el batallón de ajenos destructivos salieran y se olvidaran de volver. Pero solo los destructivos, porque está claro que hay foráneos, y hasta de otras nacionalidades que nos dan lecciones de latacungueñismo.

Y así, podemos seguir “tirando líneas” para esta columna, pero me arriesgo a que me tilden de amargado, y no lo soy tanto. Hasta ver qué mismo pasa con el volcán, nos veremos el otro lunes, a menos que nos toque alerta roja entre semana, en cuyo caso, seguro nos veremos al final de la línea.

viernes, 4 de septiembre de 2015

Especulación




Dice el diccionario: “ESPECULACIÓN: Idea o pensamiento no fundamentado y formado sin atender a una base real.”
Somos una ciudad especulativa, puramente. Desde el chisme de la vecina hasta algunas decisiones de los administradores de turno se dan por puras ideas irreales e infundadas. En mi ciudad es peligroso andar en el carro con un acompañante del sexo opuesto, porque resulta casi obligatorio haber tenido alguna relación sentimental con esa persona. Si logramos tener algo de dinero en esta vida, pues seguramente tenemos negocios chuecos o estamos lavando dinero. SI somos exitosos en lo que hacemos, no puede ser que seamos inteligentes o capaces, sino que seguramente tenemos la palanca adecuada o comerciamos favores. ¡Puro cuento!

De la misma manera especulativa y loca que organizamos la evacuación de la ciudad, estamos ahora abandonando nuestras casas de siempre y pagando arriendos ridículos en cualquier otro lado que sea zona segura. Seguimos más interesados en las noticias que nos da el FaceBook que el IGM y nos enteramos que hubo presos y garroteados en las marchas por los “memes” e imágenes jocosas antes que por las noticias de la mañana. Sabemos más del juicio al marido de la Sharon que de la política local; nos importa más adónde correr que cómo salvar esta ciudad.

¡Especulador! Usted, vecino, si, usted: especulador. Usted que comenta lo que no sabe y afirma lo que no conoce. Usted que se atreve a dar consejo sobre el Cotopaxi sin haber ni siquiera leído el último reporte técnico.

¡Ladrón! Usted, que ya subió los precios de su tienda y que dice que “todo está caro” cuando sigue comprando a su distribuidor al mismo precio y haciendo lucro infame, abusando del susto e ignorancia de su propio hermano latacungueño.

Otro especulador es el comerciante de fuera, que llega a nuestra ciudad solamente a fomentar el desorden, a competir deslealmente y a destruir la frágil economía de quienes ejercen el comercio legalmente.

Pero no me quedo en los comerciantes ilegales, pues otros especuladores son algunas grandes cadenas comerciales que, llegadas a nuestra ciudad hace poco y habiendo sido recibidos con alegría, hoy nos duplican y hasta triplican los precios de algunas mercaderías específicas, como si no nos diéramos cuenta.

Pero ideas y pensamientos no fundamentados es lo que más hay en la administración de las últimas décadas de nuestra ciudad. ¡La misma ciudad es prueba de ello! El puente nuevo, por ejemplo, ese que está junto al hospital, ¿no tenía por finalidad desahogar el paso por los “dos puentes”? Y qué sucede ahora, si de todos modos el tráfico de este obra se redirige a la cuesta del Molino Poultier. Y para ello tuvieron que modificar varias veces el sentido y geometría de las calles. Quedó claro que primero se hizo la obra y luego los estudios de tránsito, o los hicieron mal.

Nos encanta el chisme y la desinformación. Somos especulativos. Nos estamos mostrando al mundo como poco reflexivos e ignorantes. ¡Qué vergüenza!

Acá no hay solidaridad, ni un mínimo sentido de buena vecindad o compasión por el prójimo. El que pudo ya huyó, el que pueda huirá y al que mejor le fue ni siquiera vive aquí porque se acomodó en cualquier otra ciudad y se olvidó de su cuna.

Y así está la cuna de los filántropos sabios y grandes: despoblada de sus hijos y llena de gorgojos.

Así vivimos hoy, en lo que otro día fue el centro del país: totalmente apartados de cualquier avance social, medio incultos y medio ignorantes. Dependientes y a la vez promotores del qué dirán, flojos de acción y ligeros de lengua. Lo mismo aplica para la clase política, si es que hay una.

Ah, cierto, la clase política local, ¿qué opinará? Ni se le ha visto.

viernes, 28 de agosto de 2015

Todos están locos



Esta semana me convencí de ser, posiblemente, uno de los pocos cuerdos en esta ciudad. Si usted, vecino, cuando termine de leer esto me da la razón, entonces pueda ser que también usted esté cuerdo o que reconozca su calidad de loco. Ambas opciones son buenas, porque lo peor que puede haber es un loco que se crea cuerdo.

Empezamos la semana anterior con el fin del mundo a cuestas. Gracias al volcán y a un montón de mala información nos permitimos corretear la ciudad asustados, gritando y rezando porque el Apocalipsis estaba por llegar. Muy pocos latacungueños se comidieron en verificar la información oficial y los datos técnicos que se encuentran en Internet. Muchos perdieron más chocando sus autos y movilizando los cachibaches de la casa que lo que hubieran perdido si la erupción hubiere sido real. ¡Locos! O, ¿acaso no es de locos atentar contra la propia vida y la de los demás, corriendo en los carros y rompiéndonos la espalda cargando cosas, sin ni siquiera habernos comedido en corroborar los datos que nos daban otros locos? Y, ¿ no es más de locos, vivir alertados de un supuesto peligro, y no habernos dado el tiempo de averiguar cuál es el verdadero potencial de dicho peligro?

Lo digo, porque los famosos lahares no van a arrasar con TODA la ciudad, como muchos piensan, sin embargo en la radio escuchaba el sábado aquel que hasta una señora de El Calvario llamaba a averiguar adónde debe evacuar. Ya nos dijeron, que el Cotopaxi va a erupcionar algún rato, pero ni siquiera sabemos si vivimos en zona de riesgo o no. Es como si nos dijeran que tenemos cáncer y no se nos dé la gana de averiguar si existe tratamiento. ¡Locos!

Igual de locos están los que creen que las autoridades (administradores, nada más) van a salvarnos. No lo van a hacer, primero porque no saben cómo, y eso lo comprobamos hace algunos días, aunque aún tenemos fe de que aprendan cómo; y segundo, porque no pueden, así de simple. Las fuerzas que deberemos soportar en caso de erupción son superiores a toda potencia humana. No habrá Alcalde ni Gobernador ni Ministro ni San Rajuel que pueda evitar los efectos naturales de la furia de un volcán. El que esté esperando que llegue el administrador con la solución, no es en nada diferente a una vaca que espera mientras llega su dueño con la hierba. Seamos humanos, seamos proactivos. No seamos semovientes y, sobre todo, tengamos sentido común. Seamos cuerdos y coherentes.

Por locos mismo hemos tenido los administradores que hemos tenido. Embriagados de fervores electoreros nos hemos dejado engañar de las formas más sencillas y que hubieran sido detectadas y repelidas por cualquier cuerdo.  Un buen discurso y la oferta de cualquier chaupiobra nos enloquecen en grado suficiente para hacer tonterías en la urnas. Y luego, como buenos locos, no queremos hacernos responsables de nuestros actos y nos volvemos incapaces de reclamar; nos acomodamos en nuestros manicomios personales a ver televisión mientras en la ciudad suceden millones de cosas atentatorias a la latacungueñidad bajo la sombra del “no pasa nada”.

Y si, vecino, después de analizar estos pocos ejemplos y otros más que fácilmente le vendrán a la mente, insiste en creer que esto es normal, pues con este corto texto acabo de someter mi cordura a su escrutinio y queda en sus cabales el decidir si, después de todo, el loco soy yo.

Mientras uno decide sobre su propia demencia o sobriedad, nuestros administradores duermen a la par que gobiernos locales más humildes como el de Rumiñahui ya tienen muy avanzada su estrategia de supervivencia.

Vaya viendo, vecino, cómo estamos de locos, o cómo están los otros.

lunes, 17 de agosto de 2015

Que no cunda el pánico




Temblores, cenizas, sustos, carreras y mucha desinformación.
¡Oh! ¿Y ahora, quién podrá defendernos?

Sin haber ningún encapuchado superhéroe que diga “YO”, y sin que ni siquiera los supermanes de turno sepan qué hacer o qué decirnos, yo me arriesgo a decirles que no hay de qué asustarse.

Y, verán, no deben asustarse por un hecho simple: la alerta blanca NO EXISTE, así que desde que nos pusieron alerta amarilla, apenas hemos subido un escalón en el riesgo de nuestra normal vida diaria. Pero es un escalón grande.

No se asuste, vecino, Pero si preocúpese, porque esa ceniza que está saliendo, acompañada de la casi nula capacidad de respuesta de nuestra administración, bien puede terminar en un total desabastecimiento de agua, un colapso vial o, desorganización en el comercio, especulación y muchas otras pestes psicológicas que son típicas en las masas poco informadas y poco formadas como, por desgracia, nos tienen.

El mismo día viernes, con la primera explosión del volcán, ya colapsaron los mercados, supermercados, ferreterías y algunas calles. No habían pasado 24 horas de la alerta y Latacunga ya amenazaba con ser tierra de nadie. Mientras, la mayor parte de administradores se dedicaron a dar entrevistas en las radios locales y el principal personero de la ciudad apenas se dejó ver.

Latacunga nunca se preparó como debía. Mientras los encargados de instruirnos nos adormilaron con falsas calmas, todos nosotros, que adormilados mismo hemos estado durante décadas, no fuimos capaces de averiguar asuntos básicos de la evolución de cualquier volcán que, como mínimo, podíamos aprender en Internet. Seamos reales: no se nos dio la gana de hacer las cosas bien. A veces y hasta pareciera que ni siquiera tenemos intenciones de sobrevivir como sociedad.

Llegamos al día de la alerta amarilla y los más jóvenes no tienen idea de que hacer; los más viejos asumen que si se quedan en sus casas nada les va a pasar; los de edad madura esperan poder salvar a su familia y sus cuatro tereques y, los que aún nos consideramos jóvenes y nos queda algo de sentido de responsabilidad social, no tenemos idea de cómo seremos útiles o dónde nuestra ayuda será más necesaria.

Esta vez, mi opinión será corta, porque aún hay mucho que ver para opinar bien. Y, sobre todo, ya tengo que salir corriendo a ver mis aguas, mascarillas y demás pertrechos de guerra, por si acaso.

Mientras, vecino, ahora más que nunca lea, investigue, capacítese SOLO, porque nadie le va a dar haciendo. Recuerde hacer su mochilita y armar su plan de evacuación. Cuando tenga a todos sus amados a buen recaudo, vuelva a apoyar al cuerpo de voluntarios que nos quedaremos a colaborar. Toda mano será útil, el momento en que alguna desgracia pase. Recuerde que todos nos debemos algo mutuamente, y quienes estamos en aptitudes físicas debemos hacerlas servir en beneficio de los demás.

Mientras tanto, no se preocupe, pero tampoco se despreocupe. Esté atento y encárguese de capacitarse e instruirse. A la final, ningún administrador ni superman va a darle sobreviviendo.

miércoles, 5 de agosto de 2015

Me muero, la Mama Negra




Eso mismo, de morirse está, pues, la idea de suspender la Mama Negra. Yo, Mashca a muerte, estoy en rotundo desacuerdo; pero como la opinión que se publica debe ser lo más desapasionada posible, me permito compartirles algunas cositas que deben considerarse a la hora de tratar el tema de nuestra fiesta magna.

Primera cuestión: LA FIESTA ES MIA. Tal cual, la fiesta no le pertenece al Municipio, ni al Concejo de la ciudad, sino a los Latacungueños y ya ni siquiera a nosotros, sino al mundo entero como patrimonio intangible. Es decir, me pertenece a mi, como Latacungueño, como ecuatoriano y como ser humano.

Segunda cuestión: LA PLATA NO ES PROBLEMA. Y no es problema, justamente, porque no hay. El argumento es que el dinero destinado a la fiesta puede o debe destinarse a gestionar albergues para casos de erupción. Hagan números: el Municipio no destina apenas unos 50.000 dólares para la fiesta; ¿alcanza eso para construir un albergue o levantar un muro de contención de flujos volcánicos? ¡Seamos reales! Si se ha venido discutiendo que la Mama Negra debería tener MAS presupuesto para que así los personajes puedan ser elegidos más libremente, ahora resulta que con cincuenta “lucas” solucionaremos la inoperancia de décadas. No hay plata en la ciudad, y nunca ha habido suficiente para hacer una Mama Negra al nivel que se merece, y que se ha sostenido merced de los propios personajes que, prácticamente desabastecen a su familia por amor a su ciudad. Menos hay plata para las gestiones de emergencia que hoy nos son urgentes.

Tercera cuestión: LA FE. Es que, al final, turismo o no turismo, la fiesta es, para muchos aún, un acto de fe. Y resulta que, para supuestamente paliar la posible erupción del Cotopaxi, vamos a eliminar el acto de constricción y ofrecimiento a la Virgen Abogada de Latacunga y protectora del mismo volcán. Bueno, yo no soy un hombre de fe, pero la mayoría de vecinos si. Y si la fiesta es para la que nos salva del volcán, pues mejor hagamos la mejor Mama Negra nunca vista, a ver si esta vez nos salva también.

Cuarta cuestión: LA ECONOMÍA. Porque la fiesta no es solo cuestión de adolescentes brincando y gringos bebiendo y tomando fotos. Es el evento turístico más importante de nuestra ciudad y provincia (por no decir el único) y del cual depende la economía del año entero de cientos de familias. Quiero hacer énfasis en esto: hay familias enteras que viven UN AÑO de lo que alcanzan a obtener en las fechas de las fiestas. Está claro que el Municipio no tiene una empresa de turismo, así que no pierde un Sucre, pero seamos consecuentes con el prójimo. Aunque sea en impuestos nos han de sacar después, pero generemos renta aunque sea una vez al año.

Quinta cuestión: LA PSICOLOGÍA. Yo no estudié psicología de masas, y creo que algunos de nuestros administradores tampoco. Sin embargo, creo lógico pensar que, si a un pueblo tenso y nervioso como hoy está Latacunga, no se le da su válvula de escape, esa tensión va a crecer con efectos insospechados. Recuerden otra cosa: ya nos dijeron que hay “alerta blanca” y que “no pasa nada”; ¿qué mensaje debemos entender, si nos quitan la Mama Negra “por la emergencia”?. Al final, tengan sindéresis: ¿hay emergencia o no?.

Y, bueno, así puedo ir sacando otras cosas que se nos van ocurriendo. No se que opine la UNESCO, o los diferentes Ministerios. O cómo nos maldecirán los centenares de extranjeros que ya tienen pasaje comprado para vivir nuestra fiesta, en coro con los propietarios de Hoteles que, rara vez, pueden llenarse como en Noviembre.

A la final, esta es solo mi opinión, que seguro será muy debatida pues opiniones en contra también habrá. Es mas, quien propuso eliminar la Mama Negra este año es un Concejal que no solo es colega, sino un bien conocido Latacungueño que, estoy seguro, sus argumentos tendrá. Lo único que estoy diciendo, en esta columna es que deben considerarse muchas cosas antes de suprimir un acto HISTÓRICO, CULTURAL Y PATRIMONIAL con posibles repercusiones a nivel casi planetario. Ubiquemos a nuestra Baltazara donde se merece: es una de las cinco mayores fiestas y celebraciones folklóricas de América, al nivel del Carnaval de Oruro y apenas menos vistosa que el de Rio de Janeiro. 

La Mama Negra es grande, enorme. Nuestra celebración se espera por cientos en Europa, Asia y Oceanía. Desde hace mucho perdimos el derecho de decidir sobre ella, sino que obtuvimos la responsabilidad y obligación de mantenerla íntegra y viva.

Insisto, no se que otras opiniones haya. Ojalá por lo menos por este tema se mueva la opinión local, visto que por otras cosas los vecinos guardan silencio. No se resentirá nadie, esto es solo mi palabra.


lunes, 3 de agosto de 2015

¿Y si me voy?




Cuando la vida nos da un revés, o cuando las fuerzas nos faltan, o cuando la esperanza se halla muy lejana y las soluciones se diluyen en desesperación e impotencia; no me digan que no, pero da ganas de salir corriendo. Y muchos estamos así. Ahora, no es que la vida de uno sea una novela mexicana, pero es que en nuestra Latacunga faltan muchas cosas, el movimiento financiero es lento, el comercio está en manos de unos pocos y las oportunidades de crecimiento son escasas.

Eso desespera a cualquiera.

Para los jóvenes profesionales que resolvimos regresar a nuestra tierra y radicarnos aquí, el escenario es cruel: nada cambia, el dinero no circula y la inversión siempre es alta y riesgosa. A esto, súmele una competencia desleal y la falta total de ideas en un mercado donde al mes de emprender, ya encuentra tres competidores haciendo lo mismo y regalando el trabajo.

Pero es que la situación no da para menos. No solo que hay menos oferta de empleo privado, sino que no hay circulante aún para iniciar proyectos aventureros. Y, luego, el que tiene un par de miles guardados y no sabe en qué invertir, pues no hace más que copiar el modelo del vecino. Verbigracia del taxismo, profesión noble de gente responsable y trabajadora, hoy plagada de mozalbetes maleducados que escasamente habrán accedido a un título de bachiller en alguna entidad educativa rural. Una gran parte ni siquiera son latacungueños.

No hay fobias ni odios en lo que digo, pero repito lo que vengo diciendo ya hace mucho: uno cuando va a casa ajena, acepta las costumbres del que lo recibe. Pero aquí nos hemos llenado de foráneos y se ha desfigurado la identidad latacungueña y el mismo concepto de latacungueñismo.

Qué se podía esperar, cuando el dueño de casa deja la casa abandonada, mientras los invitado –o no invitados- se adueñan de la propiedad.

En estas ideas estuve cuando me dio ganas de salir corriendo.

Por eso mismo decidí volver: a cuidar mi casa, mi ciudad. Y somos varios latacungueños que debimos salir por la falta de oportunidades y que hemos vuelto, no para buscar que hacer, sino para generar opciones.

Es un asunto generacional: nuestros abuelos construyeron esta ciudad; nuestros padres salieron de ella a buscar fortuna. Es tiempo de los nietos, para volver a devolver las oportunidades encontradas por nuestros padres, a la ciudad creada por nuestros abuelos y que acogerá a nuestros hijos, si no la destruyen antes los ajenos y oportunistas.

Es obligatorio para esta generación el retornar a su casa. No hay que despreciar a los forasteros, no; hay que ser benigno con el que acogemos y generoso con el turista. Pero fatal y furioso con quien se apropia o destruye nuestro hogar.

Y por eso no me voy: porque Latacunga me pertenece, es MI casa. Y por eso muchos están regresando y todos deben regresar: porque esta casa vieja es valiosa, y nos está pidiendo ayuda y cariño.

Por todo esto, no me voy; porque si me voy, se van llevando MI casa.

viernes, 31 de julio de 2015

El Champús!




Nos quedamos con ganas de más Papa. Para cuando el sacerdote llegó, la expectativa era gigante. Unos decían que iba a perdonar un año a los presos, otros creían que se les iba a hacer algún milagrito personal con solo verlo; muchos, incluyendo algunos paranóicos verdiaguados habían dicho que venía a “dejar armando” el golpe de Estado o que, cuando menos, los pelagatos golpistas iban a aprovechar la misa para dar el susto.

Los que no creemos mucho en cucos ni vamos a misas ni calculamos golpes de Estado aprovechamos para darnos un día libre -del trabajo normal- y dedicarnos a las más hermosas y distractivas labores domésticas pendientes (léase con todo el sarcasmo posible).

Pero, entre misas y erupciones volcánicas, en el Ecuador se está cocinando un futuro nefasto. Por un lado, según dicen, habría un golpe de Estado que acabaría con esta -supuesta- democracia en la que -supuestamente- vivimos; y, por otro lado, esta -supuesta- democracia está acabando con los recursos estatales mientras tensa la soga sobre el cuello de una -también supuesta- clase media que realmente es inexistente.

Lo del -supuesto- golpe de Estado ya ni asusta tanto, porque acá hemos derrocado hasta dos por año en algún momento; pero si asusta la posible reacción de un Gobierno demasiado acostumbrado al poder y a que nadie le contradiga, un Gobierno monocéfalo y descriteriado que vive de la repetición más o menos homogénea de consignas revanchistas y mentirosas.

El Cotopaxi tampoco asusta, porque estamos acostumbrados a las mentiras y es bastante posible que acabemos muriendo calcinados en plena “alerta blanca”. Y mientras las autoridades deciden que color ponerle a la alerta volcánica, el mercado inmobiliario se pone pálido y los constructores se ponen azules. ¡Viva la especulación, aunque sea a la baja!

Y mientras nos ponen en alerta colorada, nos desapercibimos de la emergencia real y más actual en Latacunga, ese fenómeno antinatural y degenerativo que plaga nuestra provincia entera: la ineptitud y conveniente negligencia de muchos administradores. Deberíamos estar más atentos al presupuesto y los contratos que se hacen en la ciudad, así como sus beneficiarios y el tipo de obras que acaban haciendo, en lugar de vivir de la farándula futbolera, tecnocumbiera y religiosa.

No me canso de decirlo: vecino, mientras usted ve la misa del Papa por la televisión, sus mismos gerentes se le van robando el crucifijo. Mientras se entretiene con el pésimo fútbol nacional, le hacen la goleada en su propio patio.

Tenemos tres problemas en pleno parque central: la erupción del Cotopaxi, la supuesta rebelión y el cubo de cascajo.

Si, un problema, porque nada funciona en el cubo de cascajo; y, lo poco que funcionaba, ha sido apartado sistemáticamente con el único fin de poder avanzar las obras que Latacunga tanto necesita, pero sin que se revisen como se debe.

Y lo más doloroso: Latacunga sigue sin un líder joven y, si alguno en algo se muestra, resulta ser que ni siquiera vive aquí y termina haciendo pura charla dogmática, por no decir demagogia.

No necesitamos políticos nuevos, sino proyectos nuevos. Necesitamos un nuevo concepto de Latacunga y Latacungueñismo, no un próximo Alcalde “light” o “new age” o “hipster” ni nada parecido. Un proyecto serio, con números y conceptos claros, con opciones reales, libre de megaobras de humo, teleféricos a la nada y columpios sin cuerda.

Necesitamos una revolución cultural y de identidad.

viernes, 24 de julio de 2015

Me muero, el Cotopaxi...




Llevamos semanas oyendo dimes y diretes de nuestro taita volcán. Entre verdades y mentiras, informaciones a medias y alertas de colores nunca vistos, lo único que queda claro es que nadie sabe qué pasa, ni como enfrentar lo que pase.

Mientras GADs como Rumiñahui ya tienen plan completo para salvar hasta los animales, acá estamos realmente atrás. Pero no es culpa de esta administración. Es culpa de los últimos veinte o treinta años de pésima gestión gubernamental a todo nivel y el abandono administrativo de nuestra provincia y cantón.

Seamos sinceros, las casas al filo del río no son cosa de este Municipio, sino de anteriores. La falta de inversión en mecanismos de contingencia viene de hace décadas, porque es más rentable para cualquier oscuro interés el contrato de pavimentos y adoquines en los barrios. Mientras en cualquier ciudad ordenada y con un mínimo de sentido común se identifican claramente las zonas de riesgo, en nuestra Latacunga, no se sabe cómo (bueno, si se sabe pero no se dice), pero hay construcciones hasta de tres pisos cuyos muros dan directamente a las aguas del Cutuchi.

Hablemos claro, aún no hemos podido controlar las inundaciones invernales de San Carlos, y queremos vender la idea de que podríamos enfrentar exitosamente los lahares del Cotopaxi. Lo único y más efectivo que puede hacer la autoridad, en este momento, sin la infraestructura que deberíamos tener, sin la inversión que se necesitaría hacer y sin la mas mínima preparación ni experiencia en estos temas es informar al ciudadano para dónde debe salir corriendo.

Es verdad, se están gestionando refugios, barreras contentivas y no se cuánta guaragua más; y es correcto, correctísimo. Pero a mi si me gustaría saber para donde debo correr, porque mientras preparan las medidas que debían estar listas hace veinte años, puede ser que les madrugue la erupción con albañiles y todo. Miren, así no hagan ninguna obra, hagan algo básico: campañas de información. Simples, baratas, rápidas y eficaces.

Veo a todas mis amistades con el Cristo en la boca, cada quien hablando lo poco o nada que sabe y entiende o le han hecho entender del volcán. Vean, vecinos, no nos hagamos los locos, el rato de los ratos, ninguno de ustedes va a seguir norma ninguna, porque no estamos entrenados para eso. Si el volcán da oportunidad de mostrarse en alerta naranja, hemos de ir a pedir posada a cualquier familiar en otra ciudad; y si nos coge desprevenidos, que también puede pasar, hay que buscar un lugar alto hasta que las aguas pasen, nada más. Lo que no se ha hecho en tres décadas no lo va a hacer esta administración en par de meses o menos.

Y es que no importa que tengamos refugios, barreras de contención, ambulancias, helicópteros o naves espaciales; y no importa porque los ciudadanos no tenemos idea de cómo usar lo que pueda haber. Hace muchos años que no se ha hecho un simulacro y las zonas altas de la ciudad se han poblado, en lugar de mantenerse libres para cualquier efecto.

Luego queda la preocupación por los tereques. Que si la casita, que si el carro, que si los electrodomésticos, que si la propiedad... ¡Ya pues! Hagan cuenta de la verdadera magnitud del asunto, que lo que va a pasar no es de la suavidad del Tungurahua, sino peor, fatal, atroz. Y no es que ande metiendo miedos, pero hay que ser reales. Qué tereque va a importar, si la casita no es que se va a inundar, sino que se va a derrumbar por completo.

Y, sobre eso, algunas iniciativas no gubernamentales de organización o información se tachan y se desacreditan, solo porque la información que se promueve no cuadra con la conveniente e inexistente alerta blanca.

Vecino, no se complique. Hasta que la autoridad o el superman de turno no le de un plan que a usted mismo le parezca correcto bajo parámetros básicos del sentido común, ocúpese de armar su propia ruta de escape. Sálvese, vecino, porque está visto que nadie le va a a dar haciendo.

Lata no protesta



Eso mismo, Latacunga no estuvo fuerte en las protestas. Un poco, como que los primeros días se vio gente, luego no. Pero cuidado, que eso no quiere decir que estemos de acuerdo con los últimos acontecimientos, y menos con la “sacada de vuelta” que nos hicieron retirando la Ley de la Asamblea “por un ratito nomás”. Tampoco debemos entender que Latacunga se ha bajado el tono por gracia del Papa Francisco, total, la mayoría de los que se han plantado ni a misa van.

Hay que tener otra lectura, porque si bien la protesta no ha sido fuerte, el apoyo al régimen lo ha sido menos.

De un lado, debo hecharle la culpa a organizaciones caducas como los rezagos del MPD y otras banderas rojas de corte pseudo estudiantil. Si, esos son los culpables de desbaratar cualquier intento de protesta ciudadana. Pero si ellos mismos fueron los que convocaban las marchas, dirán ustedes. Si, ellos las convocaron, pero nadie quiere verse relacionado con ellos; así que, simplemente, donde hayan banderas rojas, rara vez verán a un ciudadano libre acompañándoles. Si parece hecho a propósito: varios cientos de personas se agrupaban autoconvocadas en las inmediaciones del Parque Vicente León, hasta que los colorados y uno que otro ex convicto se quisieron hacer presentes; inmediatamente todos los ciudadanos huyeron a sus casas como quien ve al cuco.

Así, llegamos a estos últimos días, miércoles o jueves de la semana anterior si no recuerdo mal, se vió en el Salto a un par de decenas de embanderados colorados; de entre ellos, profesores universitarios con aspiraciones políticas, uno que otro jovencito descriteriado y bastantes estudiantes viendo cómo pasan el año. Pocos. Nadie.

Mientras, a menos de una cuadra, pasaba el corrillo de verdiaguados gritando consignas correistas. Eso no está mal, porque tienen el mismo derecho a expresar su preferencia; pero en esa comparsa apenas pudimos ver a un par de aspirantes a superman palanqueándose sus superpoderes, un montón de personas muy poco conocidas, por no decir ajenas a la ciudad; y, bastante funcionario público y miembros de organizaciones pro gobierno.

En ninguna de las dos esquinas encontramos a simples ciudadanos.

Los ciudadanos simples, los no contaminados por agrupaciones o clubes políticos, los que trabajamos y hacemos patria de verdad, nosotros, los Latacungueños coherentes, en mayoría, no protestamos los últimos días por no vernos comparados o relacionados con esas mismas agrupaciones. No estamos amilanados, ni somos mediocres ni cobardes, como ya han tratado de tildarnos. Simplemente no compartiremos consignas con extremistas ni oportunistas. Nos oponemos a las medidas del régimen, si; pero más nos oponemos a ser tratados como material publicitario ni servir de masa para pan que han de comer otros.

Es indispensable cambiar el estilo y forma de la política, en Latacunga y en el país. Los que hablan de revolución “ciudadana” ya no son ciudadanos, sino devotos partícipes de un ritual gobiernista y una organización política de tintes casi dogmáticos. Son, en definitiva, casi una secta.

De otro lado, los que se dicen ser “verdadero pueblo” y profetizan el fin del Ecuador y la solvencia de un sistema comunista totalmente anacrónico, no saben más de política económica que de bombas molotov.

Mientras, y en la mitad, los reales ciudadanos, la supuesta clase media, el que no le alcanza para ser rico pero se resiste a considerarse pobre, el de a pie, el que lidia a diario con y contra la burocracia mórbida, el que se la suda por un permiso de funcionamiento, el que paga impuestos, el que genera trabajo y el que trabaja sin horarios; nosotros, usted vecino, los Latacungueños de verdad no somos sino números para cálculos políticos.

Yo ya no quiero ser un número. Latacunga debe manifestarse de mejores maneras y debemos purgarnos de sectarios, shamanes, oportunistas, desocupados y otros parásitos.

Ya no queremos saber de revoluciones ciudadanas, sino de EVOLUCIÓN ciudadana, basada en la capitulación de las metas personales y la obtención de los mayores beneficios para nuestras ciudades y provincias. Queremos una ciudadanía evolucionada al punto de poder desprendernos de la política de antaño, y sin partidos ni facciones poder emprender la reconstrucción de nuestras sociedades locales en base al escogitamiento de los mejores vecinos para administrarnos y representarnos.

No queremos políticos: necesitamos administradores.