Latacunga es una ciudad que crece
aceleradamente. Cada año, miles de nuevos vecinos se nos unen,
algunos, compartiendo las líneas de convivencia que siempre han
caracterizado al latacungueño. La mayoría de los nuevos bienvenidos
desconocen por completo el sentido y concepto de “latacungueñismo”.
Ahora, ya avocados a esto, ¿será
que los que con orgullo nos decimos LATACUNGUEÑOS, conocemos también
este concepto? Dudo.
Dudo bastante, porque yo mismo soy
mashca de cepa, hijo de mashca, nieto de mashca. Algunas veces he
utilizado, en este espacio, el término “latacungueñismo”, no
siempre seguro si lo hago bajo mis propios paradigmas de
comportamiento, mi ideal de latacungueño, o un verdadero sentimiento
proveniente del conocimiento de mi ciudad. Siento, obvio, pasión por
mi ciudad, pero no puedo estar seguro de amarla bien; esto, desde el
paradigma de que no se puede amar algo que no se conoce.
¿Conocemos la ciudad? ¿Sabemos la
historia real de nuestra fundación, de nuestros próceres, de
nuestros personajes?
Mientras historiadores nacionales y
locales, cronistas y coleccionistas se debaten entre detalles y
microleyendas que más parecen anécdotas, en la mayor parte de
nuestra historia local, no hay consenso; y, si lo hay, no lo
conocemos. Los textos que contienen nuestra historia están en manos
de unos pocos, en colecciones poco visitadas y, en ningún caso, en
programas educativos.
Claro que también es mi culpa,
porque pude siempre mostrar mayor interés, y buscar esos textos,
interesarme en investigar. Pero, seamos sinceros, en nuestra
comodidad, ¿no sería bueno que alguien nos enseñe, en lugar de ir
a buscar?
Entiéndase que no me estoy
excusando, de ningún modo. Solo digo que, es claro, que durante
décadas nos hemos despreocupado de mantener nuestra memoria
histórica. Es más, pareciera que hacemos todo lo posible por
olvidar.
¿Por qué queremos olvidar?
¡Carajo! Tenemos antecedentes históricos riquísimos, llenos de
intelectuales, próceres, héroes, escritores, políticos…
Cantamos lo de “filántropos,
sabios y grandes” con la imagen de León en la cabeza, mientras
desconocemos a Páez, Ramírez, Subía, Vásconez, Campi, Varea…
Un filántropo es quien dona algo a
la caridad, porque tiene y puede, Más valor tiene, para mí, el que
da sin tener nada, el que crea, el que genera, el que guía y libera.
No hago de menos a León, cuya virtud de “tener bastante” ha
permitido la existencia de esta ciudad; pero es evidente que debemos
descobijarnos del paternalismo filantrópico pasado, para dedicarnos,
también, a estudiar y recuperar otras dotes que siempre
caracterizaron a los latacungueños, y que lo siguen haciendo, pero
con menos “cobertura de prensa”. Siempre hubo, y sigue habiendo,
entre los mashcas de otrora y hoy, grandiosos políticos, pintores,
escritores, deportistas, científicos. Yo mismo conozco, gente de mi
edad, escribiendo libros técnicos de mecánica aplicada, cursando
estudios de motores espaciales y, un compañero de aula mío, dando
charlas de matemática avanzada en el extranjero. Somos mashcas, eso
somos. Somos grandes.
Regreso al título: necesitamos
historia. Necesitamos recuperar nuestra historia perdida y, por sobre
todo, necesitamos escribir nuestra historia futura. Todo latacungueño
tiene, en su ser, y por la bendición de haber nacido en esta tierra,
el potencial de ser leyenda.
Salgamos del sillón, de nuestra
comodidad, de nuestro ostracismo y de nuestra autoinfringida
ineptitud, que nuestra madre no se cambia la chalina sola!