Durante la semana
anterior, mi amigo Renato, quien es invidente a sus escasos
veintitantos, me invitó a una entrevista en el programa de radio que
mantienen con varias otras personas, mal llamadas “discapacitadas”.
Luego de la entrevista, nos entablamos en amable charla durante
muchos minutos y le comenté de esta columna, la cual, obviamente, el
no puede leer. Hace poco me escribió un mensaje de celular, aparato
que se ha acostumbrado a utilizar con muchísima eficiencia, en el
que me decía que había pedido que le lean la columna de la semana
pasada, donde buscábamos un Mashca. Me sorprendió su mensaje, que a
continuación les comparto:
“Ahora que me
encuentro en otras circunstancias de la vida, “veo” de otra forma
a mi Latacunga. “Veo”, entre comillas, porque soy discapacitado
visual. Hoy ya no puedo ver a mi Latacunga, pero si puedo ver el
latacungueñismo, y cuando pienso en el latacungueño, creo, sin
miedo, que yo soy uno de ellos. Soy Mashca. Soy ese que te invita a
respetar los valores que se van perdiendo, soy de esos que les gusta
saludar y sonreir, aún cuando ya no puedo ver la sonrisa que me
devuelven, soy buen vecino y no me cuesta preguntar si soy útil en
algo o si en estos días le ha pasado a usted algo, sin ser chismoso
ni metiche. Soy uno que, a pesar de mi discapacidad visual, veo a
Latacunga futurista y colonial. Veo, aún sin ver, a la Latacunga
donde caminaban nuestros abuelos por las noches, medio fugitivos,
para dar serenatas. Veo una Latacunga poblada de personas ilustres,
antes ahora y mañana. La veo todavía hermosa, porque la última ves
que la pude ver, hermosa mismo era; y, en el futuro, espero que
quienes aún puedan, la vean como yo la recuerdo o, mejor, como yo la
imagino: hermosa, y llena de latacungueños amantes de su ciudad.”
Me encantó el mensaje
por dos motivos básicos: el primero, que Renato no tiene miedo de
decir YO SOY MASHCA, mientras muchos tratan de esquivar el 05 en la
cédula por el miedo a que les llamen chagras. No se tiene miedo de
lo que se ama y de decir a todos que se ama. ¡Yo soy Mashca, y amo a
Latacunga! Aprendamos a decirlo más frecuentemente.
El segundo motivo es
aún más fuerte: vivimos en una ciudad hermosa, que no vemos. Hace
falta que venga un ciego (perdón el tratamiento en estos términos)
a decirnos lo bella que es nuestra ciudad. Más valor estético a
Latacunga le encuentra el invidente, en sus memorias y sus
esperanzas, que los mas validos habitantes, quienes olvidan el
horizonte estilizadísimo que nos proponen las cordilleras y nuestro
taita Cotopaxi.
Ahora veo. Perdón,
ahora entiendo. Es decir, ahora entiendo que recién ahora veo:
¡estamos ciegos!
Es obvio. Vivimos en
una ciudad galardonada de estética, con una arquitectura colonial
preciosísima, con latacungueñas dotadas de maneras que las Nereidas
envidiarían y con latacungueños llenos de pasiones y fortalezas
dignos de citarse por Homero. Pero no amamos esto. Seguramente, no lo
vemos. Antes pensaba que lo habíamos olvidado, pero no se puede
olvidar algo que está ahí, presente, todos los días. No hemos
olvidado, simplemente estamos ciegos.
Vivimos en la ceguera,
casi al estilo de Saramago.
Hora de abrir los ojos,
para ver bien, para despertar, para disfrutar de la luz. Tiempo de
recibir lo que los dioses nos han regalado: el premio cósmico de
nacer y vivir en esta ciudad.