jueves, 18 de junio de 2015

¿Socialismo?



Cuando era chico, pensaba que lo mejor que podría ocurrir en el mundo era el comunismo. En mi cabeza de guagua de primaria se me hacía perfecta la idea de compartir todo con todos, en partes perfectamente iguales, y todos trabajar para un mismo fin general que sería, a la postre, el engrandecimiento de la Patria y, algún día, de una Patria única planetaria.

Claro, eso fue en la primaria. Para mi adolescencia, ya podía percatarme que esa uniformidad asfixiante era fatal. Evidentemente, ser “exactamente igual” a cualquier otro, acabaría con el corazón, mente y voluntad de artistas, genios, deportistas, científicos, escritores y hasta políticos. Claro, asumiendo que los políticos fueran limpios y honestos. Decidí, al terminar el colegio, que mi tendencia sería socialista, porque aún creía que los pobres debían ser auxiliados y que había una serie de personas social y económicamente incapacitadas que debían ser solventadas por la mayoría productiva. El socialismo parecía ser una buena opción.

En la Universidad, la Central del Ecuador, tuve la total desgracia de conocer a otros pseudo izquierdosos que se encapotaban de rojo para nomás de ir a jugar voley de piedras con los Policías que, a la postre, también disfrutaban el partido, a su manera. Clarito me quedó, que eso no era izquierda, ni socialismo ni cosa parecida. Eso era anarquía, oportunismo, corrupción, vagancia y abuso. Hasta ahí me llegó lo socialista.

En algo parecido a mi madurez, me cayó encima esto del “socialismo del siglo 21”. Casi me enamoro. Parecía perfecto. Era el socialismo que no me había convencido, pero con traje “sport”. Yo me imaginé un concepto cercano al “Capitalismo Solidario”, donde uno puede producir, crecer, prosperar y, naturalmente, el Estado se encargaría de sostener programas y políticas para las minorías menos abastecidas en base a un prodigioso sistema de impuestos y compensaciones. Pensé que se daría privilegio a los intelectuales y a los trabajadores independientes, permitiendo el crecimiento del mercado, provocando exportaciones masivas de productos elaborados o semielaborados y elevando los índices de empleo en base a la contínua generación de empresa e industria.

Pero no.

Lo que pasó es que la única fuente de empleo es la burocracia, se busca que el mayor ingreso público provenga de los impuestos de un pueblo oprimido y amordazado, las políticas públicas no curan males sino que disfrazan realidades; la inversión privada es mínima o nula, la ciencia inexistente, el arte a punto de morir, la industria acabada, el Ecuador en vías de muerte. Y lo peor, si alguna vez hubo industria, comercio, producción, empresa, economía y emprendimiento, pues no va a haber más porque, de todos modos, vecino, si a usted se le ocurre emprender en nuestro país, y por esas confabulaciones del destino llega a prosperar, pues todo su esmero volverá a un Estado obeso,lento y feo que devorará todo el patrimonio de sus hijos en forma de impuestos.

Este socialismo XXI, muy lejos de restituir mi fe en el socialismo, me ha convencido de los favores y la correcta óptica de la derecha. Es que es simple: al Estado le compete preocuparse de las minorías, y a las mayorías se les debe permitir crecer y explotarse conforme sus propias capacidades, permitiendo el mayor premio al esfuerzo e inteligencia y no, como hoy, que el peor pecado y casi un delito es, precisamente, ser joven saludable y en edad productiva.

Tampoco está bien el capitalismo monopólico del cual podrían ser fanáticas las cuatro empresas que, prácticamente, gobiernan el mundo; pero podemos seguir ejemplos cercanos, como el chileno y el más lejano suizo y finlandés. Se puede, si, llegar a un punto en que el Estado necesite una alta tasa de impuestos; pero si con una mano quita, con otra mano permite e incentiva el esfuerzo PRIVADO, la producción y el empleo.

Ah si, es que si de empleo hablamos, hay que ser bien claros: la burocracia no es un empleo. La burocracia es una necesidad que hay que eliminar. El burócrata consume recursos, y no genera nada. El famoso “gasto corriente” de nuestro país es, casi en su totalidad, sueldos de burocracia. El verdadero empleo, que genera riqueza, es el de la empresa privada.


Mientras la burocracia se alimenta de los impuestos y no genera riqueza, la empresa paga impuestos cuando compra materia prima o insumos, vuelve a generar impuestos cuando vende sus productos o servicios y, de los sueldos que paga a sus empleados, se volverá a cobrar impuestos cuando estos a su vez gasten ese dinero.

Entonces, señor gobierno, ¿quiere más impuesto cobrar? Pues genere inversión privada, fomente la empresa y el emprendimiento. Saque a los jóvenes, que tiene adormilados atrás de escritorios en funciones públicas, cobrando sueldos a cambio de dejar de pensar; sáquelos de ahí, señor gobierno, que los jóvenes no somos para estar rumiando las migas del fisco, sino para hacer crecer a la Patria, para prosperar, para producir.

Los jóvenes no queremos pan caído de la mesa, queremos darle todo al País; pero nuestro país no nos está ofreciendo nada a cambio.

martes, 9 de junio de 2015

Flores, en vida.




Casi todos tenemos a quien dejar flores, en el cementerio. Pero todos, eso si, tenemos alguien a nuestro lado a quien no le hemos dado un regalito hace mucho. ¿De qué sirven las flores para los muertos, si no están ya para disfrutarlas?

¡En vida, vecino! En vida dé todo lo que de usted tenga, a quien usted ame y a quien lo merezca. Dé todo, siempre dé todo, no se guarde nada, que si se lo guarda, a donde seguro usted va a ir no se lo puede llevar, y si insiste en su egoísmo, pues tampoco habrá quién le lleve sus flores al panteón.

El que da es un héroe a los ojos del que recibe. Por eso hay que dar mucho, porque si se da poco, solo es limosna. Usted no le da limosnas a sus hijos. Su madre no le ha dado migajas sino su vida entera; pero nosotros insistimos en no dar nada a nuestra madre.

Ya me caerán todos encima, pues seguro habrán gastado fuertes sumas en festejos y obsequios para su progenitora; hace poco pasamos el día de las madres y parecería ilícito de mi parte, hoy, recriminarle a usted, vecino, su egoísmo para con mamita.

Pero no seamos estrechos de mente. Hay una madre que nos ha dado todo, que nos cobija todas las noches y nos alegra todas las mañanas; que nos vio nacer y, si el Gran Hacedor lo permite, nos verá morir. A esa madre, ni una flor le hemos dado.

Latacunga es, en efecto, una madre noble y generosa. Tan generosa que provee hasta a quienes no son sus hijos. Nosotros, en defecto, somos hijos ingratos.

Hace ya casi un año, un grupo de latacungueños regaló flores al pasaje de la Padre Salcedo. Hoy, pocas de esas plantas viven. Sin embargo, hay otras, nuevas. Los vecinos del sector se han preocupado por renovar ese regalo y, así, se han convertido ellos mismos en los héroes de su cuadra.

Pero el resto de gente no copia el gesto.

¿Hace falta que nuestra ciudad esté agónica, para que le ofrendemos una flor?

Latacunga está desapareciendo como concepto. La ciudad de hace quince años ya no existe, y de ella ni chagrillo ha quedado. Sus hijos han salido de casa y no han vuelto. Los ajenos han usurpado nuestro patrimonio y han construido chozas sobre los restos de nuestro Edén.

Pero estamos a tiempo. La ciudad aún no ha muerto, pese a los esfuerzos de muchos y al insolente quemeimportismo de lo administradores de turno. Latacunga está viva, enferma, pero viva. Los que parecemos muertos somos los Latacungueños.

Pero hay que resistirse a esa ficción: no estamos muertos.

Pero quietos tampoco servimos.

Es momento de movernos. Ya es hora de retomar la ciudad, de recrearla y refundarla, si hiciera falta.

Pero, mientras todos esperan una gran revolución con armas y sangre y todo lo demás de las películas, esquivamos la verdadera simplicidad con la que las cosas cambian. Es posible cambiar el mundo con un acto pequeño. Es fácil alegrar a una madre con un obsequio diminuto.

¿Cuesta mucho una flor, como para que Latacunga no la merezca como obsequio?

Eso es todo lo que se necesita, vecino. Ahora, haga su parte: una flor en el balcón.

Flores para Latacunga, ahora, en vida. Antes que muera.