lunes, 3 de agosto de 2015

¿Y si me voy?




Cuando la vida nos da un revés, o cuando las fuerzas nos faltan, o cuando la esperanza se halla muy lejana y las soluciones se diluyen en desesperación e impotencia; no me digan que no, pero da ganas de salir corriendo. Y muchos estamos así. Ahora, no es que la vida de uno sea una novela mexicana, pero es que en nuestra Latacunga faltan muchas cosas, el movimiento financiero es lento, el comercio está en manos de unos pocos y las oportunidades de crecimiento son escasas.

Eso desespera a cualquiera.

Para los jóvenes profesionales que resolvimos regresar a nuestra tierra y radicarnos aquí, el escenario es cruel: nada cambia, el dinero no circula y la inversión siempre es alta y riesgosa. A esto, súmele una competencia desleal y la falta total de ideas en un mercado donde al mes de emprender, ya encuentra tres competidores haciendo lo mismo y regalando el trabajo.

Pero es que la situación no da para menos. No solo que hay menos oferta de empleo privado, sino que no hay circulante aún para iniciar proyectos aventureros. Y, luego, el que tiene un par de miles guardados y no sabe en qué invertir, pues no hace más que copiar el modelo del vecino. Verbigracia del taxismo, profesión noble de gente responsable y trabajadora, hoy plagada de mozalbetes maleducados que escasamente habrán accedido a un título de bachiller en alguna entidad educativa rural. Una gran parte ni siquiera son latacungueños.

No hay fobias ni odios en lo que digo, pero repito lo que vengo diciendo ya hace mucho: uno cuando va a casa ajena, acepta las costumbres del que lo recibe. Pero aquí nos hemos llenado de foráneos y se ha desfigurado la identidad latacungueña y el mismo concepto de latacungueñismo.

Qué se podía esperar, cuando el dueño de casa deja la casa abandonada, mientras los invitado –o no invitados- se adueñan de la propiedad.

En estas ideas estuve cuando me dio ganas de salir corriendo.

Por eso mismo decidí volver: a cuidar mi casa, mi ciudad. Y somos varios latacungueños que debimos salir por la falta de oportunidades y que hemos vuelto, no para buscar que hacer, sino para generar opciones.

Es un asunto generacional: nuestros abuelos construyeron esta ciudad; nuestros padres salieron de ella a buscar fortuna. Es tiempo de los nietos, para volver a devolver las oportunidades encontradas por nuestros padres, a la ciudad creada por nuestros abuelos y que acogerá a nuestros hijos, si no la destruyen antes los ajenos y oportunistas.

Es obligatorio para esta generación el retornar a su casa. No hay que despreciar a los forasteros, no; hay que ser benigno con el que acogemos y generoso con el turista. Pero fatal y furioso con quien se apropia o destruye nuestro hogar.

Y por eso no me voy: porque Latacunga me pertenece, es MI casa. Y por eso muchos están regresando y todos deben regresar: porque esta casa vieja es valiosa, y nos está pidiendo ayuda y cariño.

Por todo esto, no me voy; porque si me voy, se van llevando MI casa.

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