Cuando la vida nos da un revés,
o cuando las fuerzas nos faltan, o cuando la esperanza se halla muy
lejana y las soluciones se diluyen en desesperación e impotencia; no
me digan que no, pero da ganas de salir corriendo. Y muchos estamos
así. Ahora, no es que la vida de uno sea una novela mexicana, pero
es que en nuestra Latacunga faltan muchas cosas, el movimiento
financiero es lento, el comercio está en manos de unos pocos y las
oportunidades de crecimiento son escasas.
Eso desespera a cualquiera.
Para los jóvenes profesionales
que resolvimos regresar a nuestra tierra y radicarnos aquí, el
escenario es cruel: nada cambia, el dinero no circula y la inversión
siempre es alta y riesgosa. A esto, súmele una competencia desleal y
la falta total de ideas en un mercado donde al mes de emprender, ya
encuentra tres competidores haciendo lo mismo y regalando el trabajo.
Pero
es que la situación no da para menos. No solo que hay menos oferta
de empleo privado, sino que no hay circulante aún para iniciar
proyectos aventureros. Y, luego, el que tiene un par de miles
guardados y no sabe en qué invertir, pues no hace más que copiar el
modelo del vecino. Verbigracia del taxismo, profesión noble de gente
responsable y trabajadora, hoy plagada de mozalbetes maleducados que
escasamente habrán accedido a un título de bachiller en alguna
entidad educativa rural. Una gran parte ni siquiera son
latacungueños.
No hay fobias ni odios en lo
que digo, pero repito lo que vengo diciendo ya hace mucho: uno cuando
va a casa ajena, acepta las costumbres del que lo recibe. Pero aquí
nos hemos llenado de foráneos y se ha desfigurado la identidad
latacungueña y el mismo concepto de latacungueñismo.
Qué se podía esperar, cuando
el dueño de casa deja la casa abandonada, mientras los invitado –o
no invitados- se adueñan de la propiedad.
En estas ideas estuve cuando me
dio ganas de salir corriendo.
Por
eso mismo decidí volver: a cuidar mi casa, mi ciudad. Y somos varios
latacungueños que debimos salir por la falta de oportunidades y que
hemos vuelto, no para buscar que hacer, sino para generar opciones.
Es un asunto generacional:
nuestros abuelos construyeron esta ciudad; nuestros padres salieron
de ella a buscar fortuna. Es tiempo de los nietos, para volver a
devolver las oportunidades encontradas por nuestros padres, a la
ciudad creada por nuestros abuelos y que acogerá a nuestros hijos,
si no la destruyen antes los ajenos y oportunistas.
Es obligatorio para esta
generación el retornar a su casa. No hay que despreciar a los
forasteros, no; hay que ser benigno con el que acogemos y generoso
con el turista. Pero fatal y furioso con quien se apropia o destruye
nuestro hogar.
Y por eso no me voy: porque
Latacunga me pertenece, es MI casa. Y por eso muchos están
regresando y todos deben regresar: porque esta casa vieja es valiosa,
y nos está pidiendo ayuda y cariño.
Por todo esto, no me voy;
porque si me voy, se van llevando MI casa.
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