Todos somos
Latacungueños, es verdad, pero también es cierto que a algún
barrio nos pertenecemos. Yo, por ejemplo, viví en San Carlos hasta
hace poco y actualmente vivo bien al sur; pero nací y mi corazón
pertenece al barrio Rumipamba. Nuestro barrio es, en definitiva, la
extensión directa de nuestra casa. Allí tenemos algo parecido a
hermanos, con quienes jugábamos pelota; la señora de la tienda que
es casi como la abuela de todos los chiquillos; el “veshi”, del
cual no sabemos ni el nombre pero nos cae muy bien y hasta la vieja
fregona que no nos dejaba jugar en paz. Son, todos ellos, nuestra
familia también.
Normalmente las
familias, cuando deben solventar algún problema o necesidad, se
reúnen y, al comando del o de la jefe de hogar, se busca la mejor y
más rápida solución.
Pero sucede, en nuestra
familia barrial, que no sabemos ni quienes viven junto. Tampoco nos
reunimos para nada, casi que ya no juegan los muchachos en las
canchas y, si es que algún momento recibimos una notificación para
reunirnos a formar directiva, pues le hacemos bolita y la tiramos al
tacho. No nos interesa nuestra familia. Esa es la triste verdad.
Más allá de las
causas, que son muchas (tiempo que dedicamos a trabajar, el maldito
celular, la famosa inseguridad...), quedan los efectos.
Es de los efectos de
los que debemos preocuparnos, pues la ciudad, como todo organismo
vivo, debe su existencia al correcto funcionamiento de todas sus
partes. El barrio es un órgano de la ciudad. Si los barrios no
funcionan, la ciudad está perdida.
A muchos pseudo
políticos les interesa que los barrios pierdan espacio de
participación, pues así pueden comandar mas cómodos. A muchas
empresas, públicas y privadas, les interesa mantener a los barrios
callados, para no ser acusados de sus negligencias. A algunos
burócratas les conviene barrios ciegos y mudos, que no le señalan
con el dedo su incompetencia.
Me queda el sinsabor, y
puede que esté equivocado; pero parece ser que la organización
barrial está muriendo. Ya no hay una federación de barrios capaz de
sostener o derrocar servidores públicos, ni suficientemente dotada
de carisma y tanates para demandar, incluso judicialmente, cualquier
circunstancia que atente al normal desarrollo de la ciudad.
Insisto, espero estar
equivocado.
Ahora que tampoco vamos
a hechar culpas sobre quien sea que esté al frente de los barrios. A
la final, el representante solo hace y puede hasta donde sus
representados exigen y ayudan. No hay guerras de un solo hombre, ni
tampoco un solo hombre que pueda enfrentar una guerra. Se necesita de
la unión de todos. Dicho estuvo, hace algunas semanas, que me causó
sorpresa ver que la mayoría de dirigentes barriales son mujeres
maduras. ¡Bien por ellas! ¡Lástima por la juventud desperdiciada y
la masculinidad indolente e ignorante!
Es verdad, a la gente
no le importa. Es verdad, también, que no hay líderes motivadores
de esa comunidad. A la final, todos tenemos un político, un cura y
un director técnico guardados en algún lugar de nuestro
inconsciente. El director técnico aflora cada domingo, el cura cada
vez que hay que reprender o criticar; pero el político está
amarrado a vicios de percepción.
Busquemos en el
diccionario el concepto de política y dejemos de creer que política
es la basura que nos han obligado a ver. Hagamos política real,
diaria. Dejemos la pereza y tomemos las riendas de nuestras vidas.
Cada ser es un alcalde en chiquito, cada barrio es un Municipio, cada
ciudad es un País.
Dicho dejo que, al
final, el futuro del país y, por lo menos, de Latacunga, es solo
cuestión de barrios.