miércoles, 17 de diciembre de 2014

Cuestión de barrios



Todos somos Latacungueños, es verdad, pero también es cierto que a algún barrio nos pertenecemos. Yo, por ejemplo, viví en San Carlos hasta hace poco y actualmente vivo bien al sur; pero nací y mi corazón pertenece al barrio Rumipamba. Nuestro barrio es, en definitiva, la extensión directa de nuestra casa. Allí tenemos algo parecido a hermanos, con quienes jugábamos pelota; la señora de la tienda que es casi como la abuela de todos los chiquillos; el “veshi”, del cual no sabemos ni el nombre pero nos cae muy bien y hasta la vieja fregona que no nos dejaba jugar en paz. Son, todos ellos, nuestra familia también.

Normalmente las familias, cuando deben solventar algún problema o necesidad, se reúnen y, al comando del o de la jefe de hogar, se busca la mejor y más rápida solución.

Pero sucede, en nuestra familia barrial, que no sabemos ni quienes viven junto. Tampoco nos reunimos para nada, casi que ya no juegan los muchachos en las canchas y, si es que algún momento recibimos una notificación para reunirnos a formar directiva, pues le hacemos bolita y la tiramos al tacho. No nos interesa nuestra familia. Esa es la triste verdad.

Más allá de las causas, que son muchas (tiempo que dedicamos a trabajar, el maldito celular, la famosa inseguridad...), quedan los efectos.

Es de los efectos de los que debemos preocuparnos, pues la ciudad, como todo organismo vivo, debe su existencia al correcto funcionamiento de todas sus partes. El barrio es un órgano de la ciudad. Si los barrios no funcionan, la ciudad está perdida.

A muchos pseudo políticos les interesa que los barrios pierdan espacio de participación, pues así pueden comandar mas cómodos. A muchas empresas, públicas y privadas, les interesa mantener a los barrios callados, para no ser acusados de sus negligencias. A algunos burócratas les conviene barrios ciegos y mudos, que no le señalan con el dedo su incompetencia.

Me queda el sinsabor, y puede que esté equivocado; pero parece ser que la organización barrial está muriendo. Ya no hay una federación de barrios capaz de sostener o derrocar servidores públicos, ni suficientemente dotada de carisma y tanates para demandar, incluso judicialmente, cualquier circunstancia que atente al normal desarrollo de la ciudad.

Insisto, espero estar equivocado.

Ahora que tampoco vamos a hechar culpas sobre quien sea que esté al frente de los barrios. A la final, el representante solo hace y puede hasta donde sus representados exigen y ayudan. No hay guerras de un solo hombre, ni tampoco un solo hombre que pueda enfrentar una guerra. Se necesita de la unión de todos. Dicho estuvo, hace algunas semanas, que me causó sorpresa ver que la mayoría de dirigentes barriales son mujeres maduras. ¡Bien por ellas! ¡Lástima por la juventud desperdiciada y la masculinidad indolente e ignorante!

Es verdad, a la gente no le importa. Es verdad, también, que no hay líderes motivadores de esa comunidad. A la final, todos tenemos un político, un cura y un director técnico guardados en algún lugar de nuestro inconsciente. El director técnico aflora cada domingo, el cura cada vez que hay que reprender o criticar; pero el político está amarrado a vicios de percepción.

Busquemos en el diccionario el concepto de política y dejemos de creer que política es la basura que nos han obligado a ver. Hagamos política real, diaria. Dejemos la pereza y tomemos las riendas de nuestras vidas. Cada ser es un alcalde en chiquito, cada barrio es un Municipio, cada ciudad es un País.

Dicho dejo que, al final, el futuro del país y, por lo menos, de Latacunga, es solo cuestión de barrios.

viernes, 12 de diciembre de 2014

Ciudad tumoral




El tumor crece sin orden, sin medida y a velocidades diferentes para cada lado. El tumor no respeta los órganos vecinos, ni la vida del organismo que lo acoge, ni el sentir del ser que lo carga. El tumor es atentatorio, peligroso, fatal.

Un cuerpo plagado de tumores está destinado a la muerte y si sobrevive, está sentenciado al sufrimiento perpetuo, a la deformidad, a la fealdad y al dolor.

Ahora, sin ser médico, puedo decir que los tumores se causan por dos motivos: o sobran ciertos elementos en el cuerpo, o faltan otros que son indispensables.

No es muy diferente lo que sucede en nuestra Latacunga. Sobra indolencia, sobra pereza, avaricia, envidia, desinterés y negligencia. Falta amor propio, identidad, técnica y responsabilidad.

Vivimos en una ciudad que crece por cualquier lado y a cualquier velocidad, incluso, a cualquier costo. Es una ciudad tumoral, descoordinada y autodestructiva. Como tumores se dan, en nuestra tierra, los barrios y caseríos, los edificios, comercios, postes, canchas de voley y cuasi fabelas.

Con el mayor cariño a todos mis vecinos, pero hay cosas que nunca debieron haberse permitido en Latacunga: casas en grises y sin cerramineto, segundos y terceros pisos con volados que atentan al tendido eléctrico, barrios enteros como los que hay en sectores como de Sigsicalle Sur o Loma Grande y a los alrededores de Bethlemitas, igual que en Vásconez Cuvi, al sur de Rumipamba, donde, en general, faltan cerramientos y muchas obras han estado en grises durante años; y otros sectores que, seguro, no alcanzaría a enunciar.

Y, como siempre aquí salvo mi responsabilidad: no escribo en contra de ningún barrio; a la final, la gente construye lo que le alcanza y donde se le permite. A la postre, no es muy diferente lo que ocurre con algunas propiedades en sectores céntricos, incluso en zonas supuestamente pujantes como La Estación y El Salto.

Nuestros “médicos”, los Administradores de turno, no se han preocupado por curar estos tumores, sino que, al contrario, los han alimentado.

Vuelvo a decir, la culpa no es del que construye, pues hace lo que le alcanza y se le permite. La culpa es del que le permite. Nunca debieron aprobarse casas de tres pisos, donde ni siquiera hay calles. Jamás debió permitirse asentamientos de mediaguas con techos de zinc y plástico, a escasos metros metros del parque Ignacio Flores, por ejemplo.

Siempre he dicho, y me ratifico, que aún es temprano para criticar la labor de la actual Administración, misma que, hasta donde se, si ha realizado varios actos benéficos para la Ciudad. Pero también digo que ya es tiempo de empezar a hacer caer en cuenta de las situaciones que bien pueden solucionarse por fuera del presupuesto. Desde luego, el asunto que hoy tratamos es un tema subsanable con simples actos regulatorios y pantalones bien puestos.

Tampoco digo que los administradores sean cobardes, esta columna nunca pretende degradar a nadie, pero si insisto en que, en todo caso, hay cosas que pueden hacerse más rápido de lo que se hacen. Las sanciones a los incumplidores pueden empezar a imponerse de inmediato, con la ordenanza actual.

Conozco que existe toda la intención de realizar una reforma completa al sistema de ordenamiento territorial de la ciudad. Aplaudo muchísimo esta iniciativa, porque ya hacía falta; pero, mientras tanto, seguimos viviendo en una ciudad “en grises”. Algo habrá, seguro, que se puede hacer este rato, y no esperar hasta que el trabajo edilicio nos brinde la nueva organización.

A mis amigos Administradores de turno (que sobre todo, son mis amigos), les digo que si, hasta aquí, se han mostrado muy buenos, tienen la obligación de ser mejores; y si, esto es lo mejor que pueden dar, sigan siendo así de buenos, pero sean más rápidos.

Latacunga está al borde de la emergencia

jueves, 27 de noviembre de 2014

Se acabó el asueto




Espero, estimado vecino, que no esté leyendo esto en estado chuchacoso. De todos modos no me sorprendería, pues hemos pasado ya las fiestas de nuestra ciudad, con feriado incluido y, a la postre, la única manera de festejar es, justamente, festejando. Confío en que haya usted aprovechado muy bien todos estos días, porque lo que se viene hasta terminar el año no es, precisamente, un lecho de rosas.

Merecido descanso nos hemos dado, de un año bien movido. Entre cambios de administradores de la ciudad, patrulleros nuevos, cárcel, poca obra física, descoloridas novedades con las obras de otros años, el tema del alcantarillado y otros menesteres, nuestra ciudad llega a su noviembre buscando unos momentos para apartarse de todo y simular que todo está bien.

Pero, lo dicho, se terminó el asueto. Al año aún le falta un mes y medio, a esta administración más o menos cuatro años y, a nuestra ciudad, por lo menos, mil siglos más. No es prudente alargar el reposo.

Hoy es lunes. Bonito día para retomar y recomenzar.

Los problemas pendientes siguen ahí, y habrán muchos más por llegar. Para empezar, ya tenemos plata para el alcantarillado, pero solo treinta millones, el resto, sabrá dios. Seguimos con un aeropuerto inutilizado por oscuras voluntades, apartadas de cualquier criterio técnico. Para este punto ya se habrá asentado la nueva administración y, aprobado el presupuesto del próximo año, habremos de estar pendientes de la obra que, grande o pequeña, ya debe seguirse haciendo. Queda también por conseguirse importantes reformas regulatorias, modificar y crear ordenanzas, reorganizar las atribuciones y obligaciones de las autoridades vigentes y, de ser el caso, crear nuevos estamentos suficientes para mantener el control de la ciudad.

Quedan también pendientes, por ejemplo, el asunto de tránsito, pues, parece, que asumir las competencias de este tema no ha sido tan bonito ni tan fácil. A eso, sumemos la falta de personal capacitado, desde quienes atienden tal servicio hasta la ausencia de policías municipales o agentes de tránsito. Todavía me gustaría ver los parques abiertos pasado las cinco de la tarde, las casas bien pintadas, los pasajes con mesitas de café, los comercios con rótulos adecuados, las veredas más amplias y los cables soterrados. Tampoco sería malo tener una página web de la ciudad, poder pagar nuestras tasas municipales por internet, tener información turística al día; conocer, por lo menos, el calendario de reuniones del Concejo para poder ocupar la silla vacía, conocer vía internet y directamente el trabajo de los ediles por medio de blogs y cuentas en redes sociales.

Puedo seguir, pues no hemos topado temas de cultura, organización territorial, centro histórico, turismo, parques y jardines, señalética, plazas y mercados, el camal...

La ciudad no está como la queremos. Es de cobardes seguir esperando.

Si bien es verdad que la mayor responsabilidad pesa sobre los administradores electos, también es cierto que desde nosotros mismos, como ciudadanos y vecinos, ha faltado muchísimo. Poca es la iniciativa barrial, por ejemplo. Siempre pensé que la organización barrial era la encargada de obligar al administrador, de proponer cambios y de presionar para que éstos se den. Pero la organización barrial en Latacunga está dormida. Otro zombie.

¡A despertar, vecino! Que la ciudad no está como queremos y nadie nos va a dar haciendo.

¡Arríba, latacungueño! Que la fiesta ha terminado y es tiempo de ordenar la casa.

jueves, 13 de noviembre de 2014

Zombie City II




De las buenas películas, malas secuelas. Así, de nuestra zombie city, hoy lanzamos la segunda parte, muertos de iras al ver que las cosas no cambian. La gente no cambia. La gente no despierta.

Hemos visto en varios medios de prensa a nuestro amigo Mauricio Andrade, del conocido café El Gringo y La Gorda ubicado en pleno centro histórico de nuestra Latacunga. Se ha ganado la primera plana de los diarios por el hecho de atender bien a sus clientes, mantener limpio su local y sus alrededores, por conocer bien a sus vecinos y por buscar el mejoramiento de su ambiente más inmediato. Conversando con él mismo y otros amigos, nos hemos visto sorprendidos, por la capacidad de los ciudadanos de volver, cuasi heróicas, actitudes como barrer y procurar el ornato y las buenas costumbres en nuestras calles.

Cuidado, que no estoy diciendo que no se le deba parar bola al Gringo. Se lo ha visto, al Gringo, casi a una cuadra a la redonda de donde esta ubicado su local, armado de una escoba, una pala y su distintivo (camiseta, delantal o gorra que hacen alusión a su negocio y a la ciudad), limpiando, barriendo. Claro que su actitud es plausible. Claro que su personalidad es adorable y su carisma es único. Obviamente, es digno de felicitar y, más que ello, de imitar.

Lo que es una vergüenza, si, es que los ciudadanos se estancan en meras y superfluas felicitaciones. Entre mediocres y curuchupas, las palmadas en la espalda y el “que lindo cómo hace”; un “ojalá mas gente se le uniera” y el consabido “le felicito, que lindo”. Indigna que nosotros, los lataungueños, solo nos limitemos a felicitar. Indigna y casi insulta, el hallarnos estupefactos y felicitadores frente a actitudes que deberían ser (y son) NORMALES para un latacungueño real y digno.

El “modus operandi” del Gringo, debería ser cotidiano y costumbre común de todos. Entonces, desde la perspectiva y con palabras del mismo Mauricio (el Gringo), las felicitaciones sobran, lo que la ciudad necesita es que todos despertemos y actuemos, que cada uno de los ciudadanos lo seamos, con todo lo que el ser CIUDADANO implica: ser parte de la ciudad con todos los derechos y obligaciones; sobre todo, con el sentido de pertenencia y amor por nuestro espacio, nuestra casa.

Por eso esta secuela de zombies: el muerto viviente que cree que no está infectado, y fundamenta su creencia en su capacidad de valorar lo que hace el otro. Es un muerto viviente que con las justas, puede hablar para felicitar. Pero sigue muerto: no hace nada. Zombie mismo es, pues, el que se queda en el saludo y la felicitación, y, al final del día, regresa a su ataúd, a ver su programa de TV favorito y contar los días que faltan para fin de mes.

Gracias por las flores, diría yo, pero mejor ayuden a comprar las macetas.

Entre los “likes” en facebook, los buenos comentarios en redes sociales y las felicitaciones en la calle; no hacemos ciudad. Con un gracias y un te felicito no se construirá la ciudad que merecemos. Es hora de dejar las palabras y pasar a la acción: involucrarse, actuar.

Ya pasaron de moda los zombies. No queremos una tercera parte. Queremos latacungueños vivos, activos.

Es tiempo de elegir la ciudad que queremos para nuestros hijos. Es horita de actuar.



martes, 11 de noviembre de 2014

Zombie City




Hace unos días, conversaba con mi amigo Mauricio, más conocido como “El Gringo”, propietario y administrador del café El Gringo y la Gorda, muy conocido en nuestra ciudad, y también un ocupado activista pro-Latacunga. Nuestra charla se enfrascaba en las varias propuestas de algunos activistas para hacer cambios, obras y otros trabajos voluntarios a favor de la ciudad, entre ellos, el Plan Geranio de Operación Latacunga. Veíamos que muchas de estas propuestas, que los jóvenes realizan desinteresadamente, no encuentran eco en los vecinos. La gente no dona, no se vincula, no se interesa. Casi todos se restringen a una gris felicitación: “que bien muchachos, sigan así”. Pero pocos ayudan.

Dijo el Gringo: están dormidos, amortiguados, no son malas personas, solo son zombies.

Entonces, aprendí (entendí) otra cosa sobre nuestra ciudad: somos una ciudad de zombies, la “zombie city”, como hubiera dicho el Gringo.

De nuevo, pido disculpas a los susceptibles, pero es verdad. Igual, pido disculpas por generalizar, porque nunca es bueno, pero es general.

Ahora, para los que no saben, un zombie es un muerto viviente, un ser que parece estar vivo, pero se mueve solamente por alimento, no entiende, no sabe, no quiere ni le interesa otra cosa que no sea su alimento. Por eso no cae mal el apelativo de zombie a muchos de nuestros vecinos, pues cuando se les propone participar de algo, luego de su hipócrita felicitación, se alejan pensando en cómo llegar a fin de mes, en las cuentas pendientes y en el desenlace de su programa de TV favorito. ¿Vieron? Son zombies, seres que no se preocupan más que por tener lo suficiente para pagar sus cuentas y llenar su refrigerador. La mayoría de ellos no tienen un criterio estructurado de lo que sucede en la ciudad, desconocen el trabajo de los administradores y, si ven algo mal, son incapaces de buscar solución, mientras ese mal no les golpee en la cara.

El mayor problema con una ciudad de muertos vivientes es que deja mucho espacio para los vivos, para los vivísimos. Muchos de ellos nos han gobernado y bastantes más se han beneficiado de alguna manera de nuestra ciudad. Es que es fácil lidiar con zombies: solo se les da un pedazo de carne para que entretengan la barriga, e inmediatamente descuidan todo lo demás.

Esto pasa en nuestra Latacunga, cuando la mayoría se cree feliz con un trabajito más o menos bien remunerado, pan y leche para el desayuno y nadie que se meta con uno. Esto pasa en sociedades donde la mayor aspiración de un joven es el cargo burocrático. Así mueren los pueblos en los que los elementos económicamente activos dejan de producir y se dedican a consumir. Así mueren las culturas que dejan de interesarse en, justamente, su cultura.

Con pan y circo acabaron con el pueblo de Roma; a nosotros, ni circo nos dan. ¿Es que somos tan básicos y fáciles de utilizar? ¿Es que dejamos de ser ciudadanos, para convertirnos en esclavos serviles?

El esclavo come y no opina. Trabaja para comer y calla lo que siente y piensa, para poder seguir comiendo. El ciudadano es libre, defiende su ciudad y se comporta conforme piensa y cree.

Decida, vecino: es ciudadano o esclavo. Es hombre o zombie.

viernes, 7 de noviembre de 2014

Yo soy Mama Negra.



El jueves anterior tuve la oportunidad de asistir a la Jocha de la Mama Negra 2014, Dr. Byron Burbano. Para un Latacungueño como yo, el solo observar de lejos a nuestra Baltazara es un hecho que conmueve. No puedo ni imaginar el hermoso caos emocional que habrá y estará sintiendo nuestro actual Mama Negra.

En ese acto, nuestro Mama Negra, con la humildad que caracteriza a los hombres grandes, aceptó que sus emociones, ingobernables a ese momento, le impedían tomar la palabra de manera espontánea y, con la misma sencillez del Mashca de valía, se permitió leer un texto que, seguramente, preparó en algún momento en que su corazón le permitió el pulso necesario.

“Yo soy Mama Negra - inició - , traigo el rostro impregnado de tintes profundos de mortiño, canela y cebada, llevo en cuerpo la fuerza telúrica de los volcanes y la sangre rebelde del pueblo mestizo e indomable (...) soy Mama Negra, mito, leyenda y alegoría...”

Oyendo esto, texto que debe ser recuperado por la prensa local, quedé golpeado. Llevamos años intentando encuadrar un nuevo concepto de latacungueñismo. Se ha dedicado esta columna a buscar una fuerza inicial que permita reconstruir dicha definición. Luego, pienso, que el latacungueñismo es simple: la identidad se conforma de dos asuntos básicos, lo que el pueblo es y lo que quiere ser. Desde aquí, digo yo, que mi mayor aspiración como Latacungueño es, obviamente, ser Mama Negra. Pregunten a cualquier Mashca de crianza, si prefiere ser Presidente de la República o ser Mama Negra, y todos, sin excepción, se decantarán por la segunda opción. Ahora bien, si todos los Latacungueños aspiramos, como el que más, llegar a ser Mama Negra, y la Mama Negra es lo que Byron Burbano ha expresado, por simple lógica matemática, resolvemos que, todos los latacungueños queremos ser lo que Byron dijo. Simple.

He aquí la identidad del latacungueño: el latacungueño es Mama Negra.

Ahora hay que reescribir, perfeccionar, sistematizar y socializar el texto preparado por Byron. Hay que hacer lo necesario para que, mañana, todos podamos decir, con lealtad y verdad: “Yo soy Latacungueño, llevo en mi cuerpo la fuerza telúrica de los volcanes...”

Ya tenemos un borrador de concepto de Latacungueñismo. Gracias a Byron Burbano. Utilicemos, con su permiso, su texto, para formar el credo Mashca, hacer una religión del Latacungueñismo, venerar a nuestra Baltazara como símbolo de identidad de nuestra propia tierra, porque Latacunga es como la muñeca: pequeña, mimada, vulnerable, hermosa; pero, en las manos de su Mama Negra, se vuelve fuerte, mueve masas, se vuelve mito y leyenda.

Ese es el símbolo: el latacungueño aupando a Latacunga, como la Mama Negra carga a su Baltazara.

Pasemos nuestra infancia, acurrucados en nuestra madre Latacunga, pero pasémosla de largo, para volver nuestras fuerzas, cuando adultos, a una Latacunga baltazariana: hija de sus hijos.

martes, 21 de octubre de 2014

Montarse en la ola.



Hace unos días, mi vecino de la derecha me contó una historia: sucede que, en el río Amazonas, una vez al año, acontece un fenómeno natural que crea una ola formidable; un surfista quiso subir a esa ola, pero viendo sus dimensiones, se acobardó y decidió estudiar mejor el fenómeno; tras un año de estudiarlo, regresó el día y hora justos, acompañado de otros deportistas mas, pero llegada la ola, todo el estudio realizado solo sirvió para aumentar el temor al fenómeno, así que no la tomó, pero uno de sus acompañantes, embargado por la emoción, y haciendo de lado los peligros, se lanzó al agua con su tabla y experimentó el mejor momento de su vida.

El primer miedo sirvió para que el temeroso se supere, estudie, investigue. Eso es bueno. Sin embargo, el estudio estuvo mal orientado, porque no sirvió para entender cómo enfrentar la ola, sino para temerle más. Una vez desperdiciada la segunda oportunidad, que siempre es raro tener dos oportunidades, ¿qué le queda al temeroso?

Al temeroso solo le queda su conocimiento del miedo, y su mediocre capacidad de comentar lo que conoce de la ola. Luego, se cansará de investigar y se dedicará a opinar: se volverá un opinólogo.

Esto es lo que pasa en nuestra Latacunga, que estamos cargados de opinólogos. La mayor parte de los “buenos latacungueños” nunca se subieron a la ola. Cientos conocemos o creemos conocer la realidad local, el manejo de la administración de la ciudad, los múltiples errores de las autoridades de turno, las falencias de la ciudad... Pero, de nosotros, los “conocedores”, ¿cuántos tenemos el ímpetu de tomar las riendas de la ciudad?

Ahora bien, definamos cuáles son las riendas, porque el que menos dirá que no todos podemos ser Alcaldes o Concejales. Pongamos esto en orden: Alcalde y Concejales ADMINISTRAN, pero eso solo es una minúscula parte de lo que realmente significa tomar las riendas.

Tomen en cuenta esto: ¿quién es el que toma las riendas del caballo, sino el dueño?, el empleado, el mayordomo, el ADMINISTRADOR, solo las toma momentáneamente para los fines ordenados por el dueño. Luego,¿ qué significa, efectivamente, “tomar las riendas”, sino hacer actos de señor y dueño? ¿Quién es más propietario de la indomable ola, el que la estudia o el que la ocupa?

Ya pues, vecino, apague la televisión, salga del sillón y acompañe a montar la ola. Lo mismo, expertos latacungueñistas, dejen de opinar y de mostrar todo lo que saben del pasado, y, si pueden y son capaces, empiecen a diagramar el futuro. Mucho se ha dicho de mi ciudad, pero poco se ha hecho.

Montemos la ola, OCUPÉMOSLA. Ocupemos la ciudad, seamos, nuevamente, dueños. Beneficiémonos de lo que nuestra cuna nos prodiga: parques, jardines, paisajes, aire limpio, buenos vecinos...

No hace falta tener el poder de decidir directamente los destinos de la urbe, tan solo es suficiente apropiarnos de los espacios, ser dueños. No es lo mismo vivir-Latacunga que solamente vivir-en-Latacunga.

Solo el dueño puede reclamar al administrador. Solo el propietario tiene el derecho de alzar su voz en contra del empleado que maltrata su caballo. Solo el que montó la ola tiene el derecho de hacer callar al que ha vivido años estudiándola, temeroso.

Seamos dueños. Latacunga es mía, me pertenece.
¿Le pertenece a usted?


lunes, 13 de octubre de 2014

¿Sumak kawsay o mishky kausay?




Asuntos de mera traducción. No es lo mismo una vida lograda y digna que una vida dulce y cómoda. Es que no es lo mismo vivir bien, que darse la buena vida.

En esta confusión nos encontramos, tanto ciudadanos comunes como administradores públicos cuando, entre otros yerros, mantenemos figuras acomodaticias como el bono solidario, seguro social campesino, preferencias a minorías y demás. En este punto me saltarán al cuello varios sindicalistas, pseudo socialistas, cuasidirigentes y demás.

Antes de mi linchamiento, quiero que se me permita explicarme:

Una cosa son las reivindicaciones sociales que pueden bien merecer algunos grupos, así como las facilidades (no beneficios) que la sociedad debe prodigar a grupos prioritarios como niños y ancianos; pero otra cosa es el demérito institucionalizado de las mayorías.
Debemos aclarar algunos conceptos. Primero, no está claro qué es una minoría y qué es la mayoría. Actualmente, cualquier congregación que comparta una diferencia, que se asocie más o menos organizadamente, entra en el parámetro de minoría. Por ley de la carambola, todos los que no tenemos esa diferencia, somos mayoría. Nada más errado que esto. Bajo el mismo parámetro, y parafraseando a Gandhi, yo también soy una minoría, una minoría de uno. Además, hay que diferenciar la idea de “minoría” y el concepto “grupo vulnerable”. Está de moda hacer de cualquier minoría un grupo vulnerable. Todos, sin excepción, somos parte activa o pasiva de algún tipo de minoría, basado en nuestros gustos, obligaciones, relaciones o realidades, yo mismo soy de la minoría que juega paintball, por ejemplo; pero VULNERABLES solo hay dos: los niños y los ancianos.
Como esta espina ya le ha picado a más de uno, se introdujo un nuevo concepto: “grupos de atención prioritaria”. Y, claro, las minorías oportunistas también quisieron ingresar en los listados de prioridad en su atención. Nuevamente, hay que restringir el concepto: de atención prioritaria hay uno solo, los enfermos, y, de ellos, los que presentan afectaciones permanentes a su vida diaria, mal llamados discapacitados. Nadie más. ¡Y nadie más!
Ser negro, blanco, indio, chino, mujer, homosexual o madre soltera no me pone en desventaja fáctica frente a nadie, en tanto haga respetar mis derechos y ejerza mi primera obligación para con el Estado: superarme continuamente.
¿Cómo se pretende construir igualdad, cuando cada uno quiere ser “mas igual” que el otro?
Cuando contrato gente para trabajar, no le pregunto su raza, pero la empresa pública si. Cuando voy a sacar un préstamo en un banco privado no importa mi ancestralidad o mi autoreconocimiento cultural, pero el dinero público se otorga preferentemente a proyectos “de minorías”, sean o no bueno proyectos.
Existen leyes “de la mujer”, así como normativa específica para campesinos, indígenas y LGBT. Los demás, a ver como sobrevivimos, porque, en verdad, parece muy malo en este país ser varón, heterosexual, sano, joven, blanco-mestizo y económicamente activo.
Esta nueva minoría, la de los "normales", pese a ser minoría, no existe. Y no existe por un simple hecho: no nos reconocemos como minoría. Así, mientras nosotros nos partimos el lomo buscando el Sumak Kausay, otritos que si supieron aprovechar su situación, viven el Mishky Kausay.
Así llegamos al día de hoy, donde un joven independiente que no se pertenece a ninguna minoría reconocida, no tiene mejor opción vital que acceder a un cargo público, porque el Sumak Kausay cuesta plata, y esa plata es menos fácil de acceder si uno no es fatalmente diferente al resto. La afectación es severa, pues no solo golpea a los jóvenes profesionales, sino al país entero, pues, está visto, que salvo proyectos de desarrollo rural y otros parecidos, no existe proliferación de iniciativa productiva nacional.
Muchos no estarán de acuerdo con lo que digo, si eres uno de ellos, tienes dos opciones: o eres uno de los pocos que triunfaron sin ayuda y contra la marea pseudosocialista, o eres uno de los que usufructúan de las ventajas de esta dolce vita: EL MISHKY KAUSAY.

viernes, 26 de septiembre de 2014

Tierra de ciegos


Durante la semana anterior, mi amigo Renato, quien es invidente a sus escasos veintitantos, me invitó a una entrevista en el programa de radio que mantienen con varias otras personas, mal llamadas “discapacitadas”. Luego de la entrevista, nos entablamos en amable charla durante muchos minutos y le comenté de esta columna, la cual, obviamente, el no puede leer. Hace poco me escribió un mensaje de celular, aparato que se ha acostumbrado a utilizar con muchísima eficiencia, en el que me decía que había pedido que le lean la columna de la semana pasada, donde buscábamos un Mashca. Me sorprendió su mensaje, que a continuación les comparto:

“Ahora que me encuentro en otras circunstancias de la vida, “veo” de otra forma a mi Latacunga. “Veo”, entre comillas, porque soy discapacitado visual. Hoy ya no puedo ver a mi Latacunga, pero si puedo ver el latacungueñismo, y cuando pienso en el latacungueño, creo, sin miedo, que yo soy uno de ellos. Soy Mashca. Soy ese que te invita a respetar los valores que se van perdiendo, soy de esos que les gusta saludar y sonreir, aún cuando ya no puedo ver la sonrisa que me devuelven, soy buen vecino y no me cuesta preguntar si soy útil en algo o si en estos días le ha pasado a usted algo, sin ser chismoso ni metiche. Soy uno que, a pesar de mi discapacidad visual, veo a Latacunga futurista y colonial. Veo, aún sin ver, a la Latacunga donde caminaban nuestros abuelos por las noches, medio fugitivos, para dar serenatas. Veo una Latacunga poblada de personas ilustres, antes ahora y mañana. La veo todavía hermosa, porque la última ves que la pude ver, hermosa mismo era; y, en el futuro, espero que quienes aún puedan, la vean como yo la recuerdo o, mejor, como yo la imagino: hermosa, y llena de latacungueños amantes de su ciudad.”

Me encantó el mensaje por dos motivos básicos: el primero, que Renato no tiene miedo de decir YO SOY MASHCA, mientras muchos tratan de esquivar el 05 en la cédula por el miedo a que les llamen chagras. No se tiene miedo de lo que se ama y de decir a todos que se ama. ¡Yo soy Mashca, y amo a Latacunga! Aprendamos a decirlo más frecuentemente.

El segundo motivo es aún más fuerte: vivimos en una ciudad hermosa, que no vemos. Hace falta que venga un ciego (perdón el tratamiento en estos términos) a decirnos lo bella que es nuestra ciudad. Más valor estético a Latacunga le encuentra el invidente, en sus memorias y sus esperanzas, que los mas validos habitantes, quienes olvidan el horizonte estilizadísimo que nos proponen las cordilleras y nuestro taita Cotopaxi.

Ahora veo. Perdón, ahora entiendo. Es decir, ahora entiendo que recién ahora veo: ¡estamos ciegos!

Es obvio. Vivimos en una ciudad galardonada de estética, con una arquitectura colonial preciosísima, con latacungueñas dotadas de maneras que las Nereidas envidiarían y con latacungueños llenos de pasiones y fortalezas dignos de citarse por Homero. Pero no amamos esto. Seguramente, no lo vemos. Antes pensaba que lo habíamos olvidado, pero no se puede olvidar algo que está ahí, presente, todos los días. No hemos olvidado, simplemente estamos ciegos.

Vivimos en la ceguera, casi al estilo de Saramago.

Hora de abrir los ojos, para ver bien, para despertar, para disfrutar de la luz. Tiempo de recibir lo que los dioses nos han regalado: el premio cósmico de nacer y vivir en esta ciudad.


jueves, 28 de agosto de 2014

¡Busco un Mashca!




Hace centurias, y según se dice, Diógenes, que para muchos era un maestro filósofo, andaba por las plazas rodeado de perros y gritaba “¡busco un hombre!”. Esto le mereció la calificación de loco. Hoy sabemos que, muy seguramente, si estaba loco; pero entre loco y tonto, la distania es grande.

Hasta el día de hoy, la frase “busco un hombre” consignaría risas. Pero Diógenes no buscaba un hombre-macho, sino un hombre-humano. Según otros, lo que buscaba el mendigo era un hombre-honesto, mientras descalificaba al que se le presentaba diciendo que tan solo se le muestran escombros.

Nadie entendió, y no muchos entienden qué era “humanidad” para Diógenes. Algunos creen que él odiaba a la humanidad; muchos creemos que, al contrario, él amaba a la humanidad, pero simplemente no la encontraba en ningún hombre.

Hoy, cual Diógenes, la ciudad busca un Mashca. Esta búsqueda no es fácil, pues no se tiene claro cuáles son las características de ese grandioso ser. Quienes podían contarnos como era un Mashca, ya no están: o han muerto o se han ido de nuestra ciudad. ¿De dónde obtendremos la información que nos permita organizar un perfil del Latacungueño Real? ¿Cómo sabremos cuando encontremos a un Mashca de verdad?

Para orientarnos en lo que un Mashca era, algunos de nosotros aún podremos preguntar a nuestros abuelos, quienes seguramente conocieron a alguno o, mejor, posiblemente fueron uno. Pero eso es lo que el Mashca ERA, no lo que es, ni lo que necesita ser. Y no digo que las virtudes de antaño estén caducas, jamas; pero necesitan ser completadas con nuevas virtudes y destrezas que son obligatorias en el mundo de hoy.

Puede que lo siguiente suene a pedantería de juventud. Por favor, no se tome lo que sigue como una mocedad, pero, realmente, ¿será que nos encontramos en momento y lugar de redefinir el concepto “latacungueño”?

Si no es así, sería una lástima creer que hemos perdido lo que teníamos y que nos encontramos sin mucho porvenir inmediato. Y, si efectivamente resulta ser así, que la ciudad se apiade de nosotros, porque la responsabilidad es mucha y no parece haber muchos que quieran afrontarla.

Tenemos el raro lujo de poder empezar de cero, de crear, de dar a luz una nueva ciudad y un nuevo ciudadano. Nuestros ancestros serán la guía, pero la responsabilidad es nuestra. Tenemos nuestra madre enferma, pero también tenemos los recursos y el conocimiento para crear la cura. ¡No vamos más a rogar por medicina; vamos a crearla, nosotros!

Es tiempo de preguntarse, qué, realmente, significa ser LATACUNGUEÑO. Pero más allá de eso, la responsabilidad no queda en la pregunta. Es, en verdad, tiempo de respondernos, nosotros mismos: ¿Qué es ser latacungueño? Y, por ende: ¿quiénes somos?

De esas respuestas dependerá la ciudad que queremos, y de las acciones que tomemos en base a esas respuestas, dependerá la ciudad que tendremos.

Nuestra madre está enferma, no nos acostemos junto a ella a compartir su dolor: saltemos de nuestra inercia y fabriquemos la cura.

Nuestra madre está enferma. ¿La dejaremos morir?

jueves, 31 de julio de 2014

NO SEA MALCRIADO!


A usted le digo, vecino: no sea malcriado. Y no se lo digo gratuitamente. Puede ser que usted, para su concepto, sea un ciudadano modelo, y, obviamente, todos los demás estamos mal. Ahora bien, le voy a dar la razón en algo, y es que todos los demás, también, estamos mal. Todos somos unos malcriados. Me incluyo.

Mire usted, vecino, no se haga mala sangre ni se sienta insultado. El asunto es, propiamente, de etimología, o de gramática, pues somo mal-criados. Nos criaron mal. Y no es culpa de nuestros padres, sino que ellos crecieron en una ciudad diferente.

En tiempo de nuestros padre y abuelos, la ciudad era diferente. Las calles eran menudas y empedradas, no había ni la décima parte de vehículos que hoy hay, todos se conocían y hasta eran familia en algún grado. Todo era paz. Fuimos un pueblo grande, sin tráfico, ni urgencias, ni extraños. Bajo esos parámetros fuimos criados, sabiendo que cualquier error iba a ser benévolamente visto por el afectado quien siempre resultaba ser medio tío o medio primo en algún grado, seguramente conocía a nuestros padres y, al final, se solucionaría con un tirón de orejas y el abrazo de los eternos amigos que siempre fuimos, más que vecinos.

Esos días han cambiado. Hoy, la ciudad está atestada de ajenos, de gente de fuera que no conoce nuestras costumbres. Hay tráfico, la gente camina urgida, las calles siguen siendo menudas y el centro de la ciudad no se da abasto. Más allá de ello, nuestras otrora costumbres de buena amistad, más que de buena vecindad, no son compartidas por los foráneos que hoy ocupan nuestra casa.

Estos foráneos, la mayoría, ni se han percatado de nuestras tradicionales costumbres, ni han traído las suyas, sino las malas o ninguna.

Ahora bien, nuestras costumbres de buena amistad tampoco eran las mejores. Me explico: el salir corriendo a mitad de la calle en un carnaval, cuando mozos, es, a todas luces, riesgoso e impertinente, pero, en esa época no era mala costumbre porque no había carros y, los que había, circulaban muy despacio pues eran propiedad de los amigos, que ya sabían lo salvajones que éramos los niños. Hoy, eso, es una mala costumbre.

Entonces, seamos prácticos. Nuestras costumbres de buena amistad latacungueña -algunas, no todas- están desgraciadamente descontinuadas; y, las costumbres -o la falta de- de los foráneos, simplemente no es compatible con normas básicas de buena vecindad. Necesitamos nuevas reglas. Etiqueta, cordialidad, solidaridad, espíritu de comunidad... todo ellos serviría; pero, no son lostiempos todavía y nuestra ciudad es demasiado disímil en su población como para que todos alcancen a comprender estos conceptos por igual.

Propongo un nuevo concepto, que lleva un título ácido para los de corazón sensible: NO JODER.

El “no joder” es un concepto práctico y de aplicación inmediata, reconocible por todos y basado en el más elemental sentido común. Enlisto algunas prácticas aplicaciones directas de este principio: En el vehículo, no pitar si no es necesario, ocupar un colo carril de circulación, no tratar de “ganar” un paso en la esquina, no dejar o recojer gente en la mitad de la vía, respetar el semáforo, amar al peatón y al ciclista...

Como peatón, utilizar las veredas (por más estrechas que sean), utilizar los pasos cebra, caminar atento a los vehículos y no como zombies o como borricos, no escupir en la calle, no pararse como mudos en las puertas de las entidades obstaculizando el acceso, ceder el paso, no botar basura...

Y, así, normas simples que se basan en no hacer lo que a nosotros también nos molestaría. Esto podría ser particularmente difícil para algunos, como chóferes -poco- profesionales, gente que nunca ha vivido en una ciudad, jovencitos en época de “superman”, alcohólicos empedernidos y otros. Pero, al final, esto es tan sencillo que todos deberán, tarde o temprano, entender.

Entonces, amigos, ya saben: sean felices, y no jodan.

miércoles, 9 de julio de 2014

Vacas sagradas.



Hoy hablaremos, en verdad, de dos vacas, ambas, sagradas para el desarrollo de nuestra Latacunga.

La primera es sagrada, porque nos la comemos. Eso mismo: la vaca que va a nuestro triste camal, y que es tratada como desecho en lugar de como alimento. Esta vaquita es sagrada, digo, porque se destina a nuestra alimentación, y debe ser tratada como la más preciada mercancía. El ritual de sacrificio de este animal debe empezar por su crianza, donde la alimentación y vacunación debe ser minuciosa, ordenada y saludable. Al final de su etapa de crecimiento, su muerte, debe ser también sagrada, llevada a cabo en un establecimiento que guarde la pulcritud de un templo, mediante herramientas modernas y apropiadas, creadas y destinadas únicamente para dicho fin, tal como los amuletos shamánicos que solo sirven para una cosa y son guardados, aseados, mantenidos y utilizados con celo y esmero. Tras su sacrificio casi ceremonial, sus restos sagrados deben ser tratados sagradamente, no muy diferente a como se trata a una reliquia religiosa, impidiendo que cualquiera la toque sino solamente los iniciados, los conocedores, los preparados; eliminando cualquier impureza que corrompa su santidad y destinando su masa al fin que le está prescrito solamente mediante los procedimientos más adecuados y benévolos.

Solo así llegará carne sagrada a nuestra sagrada mesa para alimentar a nuestra también sagrada familia. (¡Que nadie diga que sus hijos no son sagrados!).

Sin embargo, organizar este casi esotérico ritual de sacrificio parece, hoy, imposible. Nuestro camal es una franca desgracia y la calificación del ganado que ingresa a él no es la mejor. La solución, parece y es, construir un nuevo camal o repotenciar completamente el existente. El flamante Alcalde indica que ya se están obteniendo recursos para esta obra y que, el Alcalde anterior, no se sabe si por orgullo, descuido o inicuidad, había renunciado, por escrito, a recibir los fondos que el Banco del Estado había ya prodigado para tal fin. Los latacungueños habremos de juzgar duramente al que, en el lugar de casi sacerdote, no hizo más que renunciar a los recursos para mejorar nuestro templo.

La segunda vaca es, todavía, mas sagrada. Se trata de la “vaca” (esta vez, entre comillas), que todos debemos hacer para mantener el orden y la estética de nuestra ciudad. Lo pido formalmente: ¡hagamos “vaca”! Ya deberíamos estar cansados de esperar que la autoridad nos de haciendo. Nosotros, los ciudadanos, los vecinos de Latacunga, tenemos la también sagrada obligación de contribuir con la tierra que nos acoge.

Es que no es difícil, ni la vaquita será muy gorda. El compromiso es bastante simple: limpieza, flores y cortesía. Mantener limpia nuestra casa y acera, pintar nuestra fachada, eliminar carteles, graffitis y publicidad desmesurada; llenar de flores nuestros balcones y alféizares; y, sobre todo, alimentar el espíritu de vecindad con amabilidad, buen trato y solidaridad, gestos que serán también compartidos, obligatoriamente, con los turistas que nos visitan.

Estamos encasquillados en organizar patrullas ciudadanas, poner alarmas y cámaras, mientras descuidamos la manera más sencilla de ahuyentar a la delincuencia: ocupar los espacios públicos. Es simple, un barrio donde sus vecinos salen a caminar juntos por las noches, organizan partidos de fútbol nocturnos, bingos en sus casas comunales, competencias de juegos tradicionales, y otros eventos de ese tipo, ese barrio, se libera de delincuentes. Es obvio, el ladrón no existe donde hay gente activa, sino donde permitimos un rincón oscuro.

Hagamos “vaca”. Limpieza, flores y cortesía; eso es todo lo que se necesita.

miércoles, 4 de junio de 2014

ME MUERO, SE SUBEN EL SUELDO!




La nueva bomba local: los Concejales suben el sueldo al Alcalde y, por ende, se suben sus dietas mensuales. Además, se han propuesto eliminar su obligación de trabajar ocho horas diarias y registrar su ingreso y salida de la oficina. Es decir, eso es lo que están debatiendo.

Todo esto suena alarmante. Parecería ser que, los encargados de la más compleja obligación para con la ciudad quieren, en definitiva, ganar más y trabajar casi nada. Eso parece, pero no necesariamente es así.

Me explico mejor: la Ley permite un límite a la remuneración del Alcalde y Concejales, dentro de ese límite, todo es bueno. Desde aquí, ya podemos sostener que subirse el sueldo no es, bajo ningún parámetro, ilegal. Ahora bien, trabajar ocho horas diarias es lo obligatorio para todo empleado público y privado, pero, resulta ser que, lo que hace un Concejal dentro de las instalaciones del Municipio es, básicamente, sesionar. No queremos Concejales que estén reunidos en sesiones ocho horas al día, cinco días a la semana, claro que no, eso si sería perder el tiempo. Tampoco queremos que cumplan horario de ocho a cinco, sino que trabajen el tiempo que sea necesario, sin límites.

El problema real, para quienes consideran que subirse el sueldo y bajarse las horas laborables está mal, es que no confiamos en nuestros Concejales, consideramos, por defecto, que son vagos y oportunistas. Siendo así, ¿por qué votamos por ellos?

El Concejal óptimo es un ciudadano que vive de su trabajo privado, por lo tanto, no puede pasar ocho horas encerrado en el Municipio. Este utópico Concejal, dedica sus horas nocturnas y libres a ESTUDIAR los problemas de la ciudad y estructurar sus propuestas de soluciones legales a esos problemas. Luego de preparado este trabajo, lo presentará ante el Concejo, donde los otros ediles harán sus valoraciones TÉCNICAS en pro de potenciar la idea de quien la presenta en beneficio de la ciudad y, estas reuniones no necesitan ser diarias ni durar más de unas pocas horas, si se hacen con técnica y transparencia. Si nuestros Concejales fueren como digo, no necesitarían estar en el Municipio sino un par de veces a la semana, porque dedicarán sus noches al trabajo por la ciudad. Este cansancio, este esfuerzo, bien merece ser recompensado con el más alto precio que les permite la Ley, porque, si así fuere, cualquier valor es poco para un trabajo técnico y denodado.

Pero claro, suponemos, por experiencia, que nuestros ediles no son como los que necesitamos. Y, sobre todo, permanece la inicua idea de que, quien hace trabajo intelectual, en realidad se pasa rascando y cobra por estar sentado. El trabajo intelectual, bien realizado, es aún más costoso para el trabajador que el trabajo físico, y debe ser muy bien remunerado, siempre que sea muy bien realizado.

Insisto, como siempre: no defiendo a nadie. Es solo que ya debemos dejar de escandalizarnos por todo y ver las cosas desde una perspectiva más técnica y pragmática.

Repito: no defiendo a nadie. Solo digo, que debemos dejarles que ganen lo que se les venga en antojo, siempre que esté dentro de los parámetros legales, pero también debemos -si, nosotros, los ciudadanos- preocuparnos de controlar -si, controlar- que el trabajo de nuestros elegidos sea del mayor nivel.

En resumen: ¡cobren lo que quieran, pero trabajen bien!

lunes, 19 de mayo de 2014

El último día




Hemos llegado a un punto, donde toda la gente considerada o autoconsiderada “buena”, presenta, como mayor aspiración, el tener un trabajo estable y medianamente bien remunerado, comer tres veces al día, pagar las cuentas y, al final, morir tranquilamente, de preferencia, durante el sueño. Tan cómodos nos hemos vuelto, que del dolor queremos escapar. La vida no tiene, luego, más sentido que el de, simplemente “estar”. Nuestras aspiraciones no son muy diferentes a las de cualquier semoviente: respirar, comer, existir y morir con el menor dolor posible.

Extraño los anteriores tiempos, donde la meta en la vida era trascender, y morir haciendo algo por lo que valga la pena morir, y no, simplemente, durmiendo.

Se dice, y bien dicho, que hay que vivir como si fuera el último día de nuestras vidas. La sociedad mercantilista actual ha interpretado ésto como “no dejar para mañana lo que se puede hacer hoy”. Esa no es la idea: la idea es experimentar cada momento como si fuera el último. Esque eso es la vida, experimentar. De entre todos los chocolates de la caja, ¿cuál se disfruta más?, pues el último, claro. Experimentemos la vida, vivamos la vida.

Y así, viviendo, viviendo de verdad, nos daremos cuenta que no estamos solos, que todo lo que hacemos tiene un motivo y ejerce una fuerza en el entorno. Nuestro trabajo, nuestros sueños, convicciones, nuestro esfuerzo; todo ello, produce energía, que es transmitida al ambiente y a los otros seres humanos, para, finalmente, formar parte de una energía planetaria, global. Esta energía planetaria es lo que define el destino de la raza humana. Dicho esto, ¿se dan cuenta del delito, casi de lesa humanidad, que comete el que se conforma y se acomoda? ¿Tienen una idea del acto atroz que comete el que, con solo pagar sus cuentas, se da por triunfador, y desiste de seguir creciendo?

Vivimos cada día, con la solvente mentira de que mañana seguirá saliendo el sol. Nos acostumbramos, nos acomodamos y, finalmente, nos rendimos ante nuestros propios “triunfos”. Nos conformamos. Energéticamente, morimos.

Ahora bien, esta arrogante actitud frente a la vida también afecta a la ciudad. Recordemos, la ciudad también es un elemento planetario; la ciudad respira, siente, vive. La ciudad está viva, y se alimenta de nuestras energías. Nuestra ciudad está anémica. Nuestra ciudad está llena de zombies, gentes sin energías, sin convicciones, sin motivos más allá de sus deudas y necesidades. Latacunga se está quedando sin latacungueños.

El latacungueño VIVE su ciudad, late con ella, respira con ella. El latacungueño sueña, aspira, tiene convicciones. El latacungueño siempre quiere más. El latacungueño alimenta su ciudad, con el esfuerzo de su trabajo, y con un plus, con un extra, con la yapa. El latacungueño sobrepasa sus ocho horas de trabajo remunerado, que es el trabajo benéfico para su familia, y dedica un par de minutos más, de trabajo no remunerado, a su ciudad, a construir ese escudo energético que, finalmente, le beneficiará.

Ese trabajo no remunerado es VIVIR. Acabar nuestras ocho horas obligatorias y necesarias, y darse cuenta que, mañana, posiblemente, no amanezca, y que aún queda mucho por hacer. No es cuestión de regalar trabajo, ni dineros. La ciudad necesita energía, y esa energía se crea con el discutir saludable, con la perfección del concepto “vecindad”, con la generación de ideas, de proyectos. Esa energía se genera cuando, simplemente, tomando un café, el latacungueño propone, discute y crea alternativas para su ciudad. El dolor social es energía; el buen mashca se interesa, le duele, le ofende lo que a su ciudad le ofende y perjudica; y reacciona, mejora, crece.

Mañana se acaba el mundo. ¿Qué necesita Latacunga, hoy?

martes, 13 de mayo de 2014

Plantones



Conforme al diccionario, un plantón es una “Espera muy larga por una persona que se retrasa o no acude a la cita”, o, según otro diccionario, el castigo que sufre un militar al cual se le ordena hacer guardias por jornadas extendidas.

Con esta idea, y con el último plantón que convocó a los latacungueños por la inseguridad (por la seguridad, debería decir), me queda la duda: ¿se atrasó la seguridad y nos dejó esperando? ¿Aguantamos castigo voluntario parados por largas jornadas, pagando nuestra propia culpa por la inseguridad actual?

Estoy de acuerdo con las manifestaciones masivas de la voluntad ciudadana; pero, el plantón, es definitivamente la menos creativa de ellas. Es, en definitiva, tiempo productivo desperdiciado, y, en muchos casos, un termómetro de la capacidad de convocatoria de tal o cual personaje o agrupación. Ahora bien, si se aprovechó ese plantón, por ejemplo, para compartir un comunicado, una carta abierta, una solicitud masiva a la autoridad encargada, una recolección de firmas o, incluso, socializar un proyecto de solución, entonces si, el plantón tiene sentido. Si el plantón fue solo eso, un montón de gente parada o caminando como perdida, gritando y pitando, no sirve de nada.

Parece que nos esforzáramos en mantener la cultura de la queja, en lugar de fomentar una sociedad de soluciones. El plantón, la marcha, el pito y la arenga, sin propuesta, es solo una forma más de queja. Analicemos lo siguiente: por estar fuera de nuestras casas, gritando, pitando, parados o caminando, el ladrón no se va a alejar, ni la policía va a trabajar mejor, ni el sistema judicial va a ser más eficiente. ¡Dejemos de quejarnos y empecemos a solucionar!

De otro lado, estas manifestaciones, a estas alturas, son un acto de hipocresía. Cuando se quería hacer la cárcel en Poaló, menos de cien personas evitaron que se construya. ¿Por qué nadie, en Latacunga ni Saquisilí dijo nada, cuando se empezaba a construir la cárcel actual? ¿No será que, en esos momentos, en aquel entonces, los que se dicen “actores políticos”, estaban todos comiendo del mismo plato y no les convenía decir nada? ¿No será, que la misma ciudadanía, que hoy se levanta a las calles, estaba amortiguada, conformista, paciente, rumiante, dormida o, convenientemente acomodada?

Creo que ya habíamos tratado sobre esto. A estas alturas, dibujar un cartel con la frase “fuera la cárcel”, es simplemente hipócrita, además de torpe e innecesario. Nadie dijo nada cuando se estaba construyendo, y queremos hoy, apenas hoy, hacer un plantón (?!).

Nos hemos dado vuelo hablando, escribiendo y posteando en redes sociales todo tipo de insultos y descontextualizaciones sobre las actuales autoridades. Pero éstas ya están varios años, y antes no se dijo todo lo que hoy se dice. Dar la patada a la salida, por muy merecido que muchos malos administradores se lo tengan, sigue siendo un acto cobarde y trapero. ¿Dónde está el latacungueño valiente, que enfrenta en todo tiempo, y no solo cuando le es conveniente y a enemigo ya vencido?

Promovamos una sociedad más madura. Basta de niñerías. La Federación de Barrios, junto con otras agrupaciones de todo tipo, debe liderar el pedido, directamente al Ministerio encargado, para que nos asignen, al menos un centenar de Policías para patrullar la ciudad 24 horas, 7 días. Es indispensable que las nuevas autoridades cobren el “favor” que le hicimos al país con esta cárcel, y lo cobren caro. Es urgente que dejemos de hacer lo que se nos pega la gana, y nos acostumbremos a mantener una ciudad organizada, ordenada y limpia, sin construcciones ilegales, ni “voladitos” en el segundo piso, ni vehículos mal parqueados. Todo esto es también inseguridad. Es imperativo que conozcamos a nuestros vecinos, que salgamos a hacer deporte las noches, que ocupemos los espacios, que actuemos como dueños de la ciudad. Donde hay gente, no hay delincuencia, así de simple.

jueves, 8 de mayo de 2014

EL QUE NO TENGA FACEBOOK, QUE LANCE LA PRIMERA PIEDRA




Conversando con mi amigo J.C. Melo, justamente sobre el fenómeno de las redes sociales y el infausto uso que, algunitos, hacen de ellas, le pedí que me mandara su comentario para compartirlo con ustedes hoy. Y eso hago, lo comparto tal como él me lo envió a mi:

Cada vez que se suscitan hechos de interés nacional o mundial… los nativos de la gran comunidad de la Internet, expresamos nuestro punto de vista, a través de redes sociales o Blogs. Sin embargo, hay quienes (dentro de las mismas redes) estigmatizan como "expertos del asunto" a sus colegas usuarios, o peor aún los catalogan como "Noveleros".
Cada vez que leo aquellos 'estados' o 'tweets', se me viene a la memoria lo que antes sucedía en nuestra casa u oficina, el mismo foro de debate de manera más privada. Ahora, gracias a la internet aquel foro es más público, en el cual se arman discusiones y criticas constructivas, pero a su vez, se invoca a opiniones totalmente fuera de contexto.
Esto me lleva a cuestionarme si en realidad es una "novelería" por parte del público consumidor del tema o si gracias a esta red, el seguidor del mismo, puede dar su punto de vista. En la mayoría de foros "improvisados", que aparece en cada red, hay ciertos comentarios totalmente fuera de lugar, acusando al opinante de manera destructiva y degradando su opinión, que, en la mayoría de las veces es acertada. Personas que al refugiarse en un medio de comunicación digital, atacan al ‘que se le aparece en frente’, con la escusa de estar hartos del tema del día, sin medir las consecuencias de sus acciones. En la actualidad existe una infinidad de información de fácil acceso, con la cual, el erudito y el novato pueden estar en igualdad de condiciones y que gente totalmente desinformada, podría aprender más sobre el asunto. Pero estos tipos de comentarios limitan en exceso la libre fluidez de la discusión y tal vez se podría decir, que viola la libertad de expresión, pues el atacado limita sus inquietudes y hasta borra sus ‘estados’ y su duda nunca es saciada, mientras que, el atacante ni opina, ni deja opinar, no aporta en nada al que sí le interesa el tema a discusión,
Creo muy en lo personal, que en las conversaciones (hoy foros digitales) de épocas pasadas, nadie exclamaba ese tipo de argumentos acusatorios; que se llegaba a una conclusión, que existía un dialogo, y nadie terminaba “peleando” por el tema, más bien cada uno de los actores defendía su posición de manera critica, algo que hoy en día se ha perdido por aquel tipo de gente que lo único que hace es “joder la paciencia.

Por eso amigo lector te sugiero: Antes de compartir un ‘estado’ en una red social que discrimine tanto al opinante, como al tema del día; mejor te ‘desconectes’, pues así aportas mucho más al foro de discusión de la red, te evitas un mal momento y sobre todo tu amargo momento leyendo a los “ambientalistas” “metaleros” “politólogos” “todólogos” y “sabelotodo” será recompensado con alguna otra actividad en la cual si estés interesado.
Es más fácil y confortante ignorar, que, ondear en un tema para ti, irrelevante.”

Estando muy de acuerdo con mi amigo J.C.; solo cierro insistiendo en lo último: si la discusión no interesa, más vale callar que atacar a aquel a quien si le interesa. Hace falta modales en las redes, y en la vida real, también!

miércoles, 16 de abril de 2014

Verso olvidado




“Si algún día-maldito ese día-
se pretende empañar tu grandeza,
lucharemos y aún en la huesa,
vengaremos la vil felonía.”

Si no saben de dónde sale este verso, seguramente no estudiaron su primaria en Latacunga. No sea, su desconocimiento, motivo de vergüenza, pues casi nadie recuerda un himno completo. Lo admito, yo tampoco lo recordaba.

Pero bueno, ahora que lo hemos recordado, debemos hacer compromiso de fiel cumplimiento a su texto. Es que, lo hemos cantado tantas veces en la niñez, que desobedecer lo recitado, sería casi como serle desleal a nuestro propio niño, a nuestro propio yo, al latacungueñismo con el que crecimos y, por ende, a nuestra propia madre, que nos permitió el don de ser latacungueños.

Y es que han sido malditos los días -muchísimos días-, en que, uno tras otro, lobos vestidos de corderos han socavado los pilares de nuestra cuna. Y no se diga, socavado también, nuestro tesoro y hacienda. Malditos los días, en que los latacungueños salimos para no volver. Más maldito el día, en que se vuelve para perjudicar. Desde hace mucho nos hemos visto invadidos por forasteros. Hemos permitido hacer y deshacer a cualquiera. Hemos elegido mal, y permitido mucho.

El estado actual de la ciudad proviene de culpas generacionales: luego de la generación de los filántropos, sabios y grandes, devino la generación de los dormidos en laureles. De los dormidos en laureles, no se pudo obtener sino una generación de ignorantes despreocupados. A ésta le sigue una generación de quejosos fugitivos, que no supieron hacer más que abandonar su ciudad, en busca del crecimiento egoísta y, los que se quedaron, se quedaron a hacer nada. Así sucedió: el padre grande, noble y generoso, crió hijos consentidos y sin sentido del deber; éstos criaron a sus hijos sin visión, acostumbrándoles también a recibir todo fácil; y éstos, a su vez, criaron descariño, falta de pertenencia y vacío.

Y en esa situación nos encontramos hoy: Latacunga sin latacungueños; Latacunga sin latacungueñismo; latacungueños sin alma, sin sentido del deber, ni amor propio.

Y llegamos a nuestra generación, la actual, aparentemente huérfana y heredera de desamores.

Pero la historia no es lineal, sino espiral. No necesitamos herencias directas, sino apersonarnos de la identidad de nuestros más anteriores ascendientes. Esta generación, la nuestra, a manera de venganza, retomará el civismo de nuestros tataras y bis abuelos, de los padres de esta tierra. Terminada está, la época de “dejar pasar”. Es momento, por efecto de la espiral histórica, de volver a la tierra de sabios y grandes.

Y aquí seguimos, los que quedamos, reclamando a nuestros hermanos que siguen fuera. No somo s pocos, ni estamos muertos, solo dormidos.

¿Dónde estás, juventud latacungueña, que callas y te escondes? ¿No te duele, acaso, los golpes que están dando a tu madre?

miércoles, 9 de abril de 2014

Me muero, se han llevado la cárcel!




Como si fuera broma, ahora el problema no es solo que nos hayan puesto una cárcel, sino que nos han quitado la vieja y no sabemos qué hacer con ella.

Mientras una autoridad piensa en un Museo, el administrador que ya se va, quisiera hacer un parqueadero, y la Ministra de Justicia preferiría hacer un centro de detención para contraventores y alimentantes impagos. A alguien escuché que deberían aprovechar para hacer un mejor puente con la panamericana, o que se debe ceder el espacio para un edificio satélite del Hospital General. Todas las ideas son buenas.

Y, mientras las autoridades deciden, los ciudadanos guardamos silencio. Todos callados, mientras nos dan decidiendo el futuro. Nosotros, los dueños de ese edificio, nada hacemos ni decimos.

Digo yo, que el destino de ese edifico debe ser consultado a la ciudadanía, pero no a toda, porque nadie sabe las necesidades de la casa del vecino. Quienes deben ser consultados, inmediatamente, son los habitantes del sector, los que viven en el barrio y, específicamente, aquellos que tienen sus casas a cuatro cuadras a la redonda de la cárcel. ¿Qué dicen ellos?

Nada dicen nuestros vecinos de la 2 de Mayo. Y nada dicen porque nadie les ha preguntado aún. Pero el que no les consulten no debe sorprendernos, porque ésta es la manera en que se toman decisiones administrativas hoy en día: en base al viserazo, a “proyectos” más o menos estructurados, a capacidades y necesidades de entidades particulares y no siempre tomando en cuenta la afectación de los humanos que están más cerca del asunto. Lo que si sorprende, es que los vecinos del sector no se hayan organizado. ¡Nadie va a escuchar a quien nada tiene que decir!

Es hora de calificar el trabajo de los representantes barriales, de las organizaciones vecinales y de los mismos vecinos individualmente. Cuando se conversa con algunos de estos vecinos, solo atinan a decir “me muero, se han llevado los presos, y ahora, ¿qué será que van a hacer con eso?” Esta última pregunta es ridícula. Somo nosotros los que tenemos que decirle a la administración que es lo que queremos que haga. El espacio que queda en la antigua cárcel de Latacunga es, obvio, propiedad de los latacungueños. No podemos sentarnos a esperar y ver qué es lo que sucede, nos es obligatorio, como propietarios, definir y decidir el futuro de nuestra propiedad.

Propongo lo siguiente: en las próximas semanas, los moradores de los barrios aledaños a la vieja cárcel deben reunirse, en asociación o en colectivo, y definir, técnicamente, qué es lo que se puede hacer con ese espacio que le beneficie mayormente al sector. Esa idea debe estructurarse con estadística, planificación y la técnica vigente. Luego, la idea, que se habrá transformado en borrador de proyecto, debe ser llegada a la autoridad correspondiente, empezando por el Municipio de la Ciudad. Tras ello, generar el activismo necesario para lograr las autorizaciones y disposiciones de las autoridades y, finalmente, disfrutar de lo conseguido.

En todos los casos, algo hay que hacer, menos quedarse callados.

Pregunto, a los vecinos de la cárcel, y directamente a ellos: ¿qué quieren, necesitan o desean hacer con ese espacio? Respóndanse a si mismos, y obtendrán la orden ciudadana, de cumplimiento obligatorio, para la autoridad.

Somo latacungueños, Latacunga no pertenece. No somos inquilinos: somos dueños!


lunes, 31 de marzo de 2014

ORGULLOSAMENTE MASHCA





Un par de amigos, hace varias semanas, emprendieron un negocio de empanadas. Eso, así de simple: hacer y vender empanadas. La diferencia radica en su enfoque: no querían “vender” empanadas, sino crear una empresa reconocida del servicio y elaboración de las golosinas, con materiales, técnica y procedimientos del más alto nivel y calidad internacional. Empiezan pequeños, pero se miran, ellos mismos, muy grandes.

Sucede que son contratados por una entidad pública para atender un evento, y, para maravilla de quienes les conocemos, la gente, que se vio muy bien atendida, no creía que esta iniciativa había nacido de dos latacungueños de cepa. Creían, los comensales, que las virtudes que saboreaban venían de manos extranjeras.

Estamos mal acostumbrados a pensar que nada bueno puede salir de aquí. Esperamos lo mejor que podemos pagar de otras ciudades, y despreciamos las enormes potencialidades de nuestros propios vecinos. Es más, nos hemos mal acostumbrado a creer que, en Latacunga, solamente existen empleados públicos, floricultores, migrantes rurales y politiqueros. ¡Nada más falso que eso!. Aquí habemos jóvenes profesionales, hambrientos de progreso, mentes capaces y cuerpos prestos para el sacrificio de la labor. Existimos latacungueños “de cepa”, hijos de hijos de latacungueños, fulgorosos amantes de nuestra ciudad y comprometidos con ella y su crecimiento.

No es, Latacunga, como se dice medio en broma y medio en serio, un caserío que queda entre Quito y Ambato. No somos, los latacungueños, como también se menciona con sarcasmo, chagras y buenos bebedores. Esta es una ciudad próspera, momentáneamente atada por nuestros errores electorales, pero llena de gente carismática, alegre, industriosa, culta e inteligente.

Hay que hacer la distinción, pues no puedo referirme a todos los HABITANTES de Latacunga, sino a los LATACUNGUEÑOS. Si, a los que además de tener el 05 en la cédula, tuvimos la divina gracia de ver la primera luz en esta ciudad, de haber sido criados por latacungueños, de haber sentido la pena de ver a nuestros amigos ir a buscar mejores suertes en otras ciudades y, muchos, como yo, haber regresado, más convencidos aún, de que éste es el mejor lugar del mundo para vivir.

El latacungueño es educado; es un completo caballero. El latacungueño es idealista, frontal, sincero, alegre, buen anfitrión, gallardo, culto, fervoroso y, sobre todo, valiente. Y no estoy dando a pensar que éstas calidades hayan disminuido en los últimos años, estoy diciendo, y bien claro, que, en Latacunga, hay quienes aún no han aprendido a ser LATACUNGUEÑOS.

No se tome esto como un acto de discrímen, por favor. Mi ciudad es también generosa, y suficiente para cobijar a hijos de otros pueblos. Pero, nuestros huéspedes permanentes, deberán acoger para si las obligaciones y principios propios de los latacungueños, como si fueren un mashca más. Mejor que eso, el que no es latacungueño, como acto de gratitud por la cósmica benevolencia de poder vivir en mi ciudad, debe ser mejor que el mejor latacungueño. A mis huéspedes les pido, les exijo: no vengan a cambiar mi casa; permitan que el egregor de mi casa les cambie su vida. No ensucien mis calles ni pinten mis paredes, permitan que el sano ambiente de mi casa les contagie de alegría y les permita sonreir conformes, pues el destino les ha premiado con la posibilidad de vivir en Latacunga.

LATACUNGUEÑO no es un gentilicio: es un adjetivo. LATACUNGUEÑO no es, solamente, el que nació en Latacunga, sino el que sabe vivir y mostrar todas las cualidades que ya enunciamos. LATACUNGUEÑO no es una calidad geográfica, sino una filosofía de vida.

Que llegue el día en que todos los habitantes de Latacunga, se sientan y se hagan sentir latacungueños. Amén.