viernes, 28 de abril de 2017

Paraísos Fiscales


En la consulta popular que nos presentaron en estas últimas elecciones generales se nos propuso decidir si deseamos que los servidores públicos de cualquier tipo se abstengan de mantener capitales en los llamados paraísos fiscales so pena de destitución. Esto se hizo en medio de vientos ásperos y momentos en que los medios nos llenaban la cabeza de “Panama Papers” y nos decían que los corruptos tenían sus dineros allí. Pero también encontraron dinero sucio en el techo falso de una casa, y no por eso se ha consultado si se debe prohibir construir techos así.

Votamos con el hígado. Elegimos el “SI” con la idea de que un paraíso fiscal es un país de gangsters destinado exclusivamente para el servicio de la corrupción. Y no es así.

Un paraíso fiscal es algo increíblemente simple: es un país donde no hay tantos impuesto ni controles a cómo la gente mueve su dinero. Solo eso. Nada más.

Piense en esto: a usted le gustaría que le quitaran el impuesto verde, el de salida de capitales, reduzcan el IVA y la renta, que el banco no le pida certificaciones sobre dónde saca la plata que tiene, que no le joroben con papeleo cuando abre una cuenta corriente y que le dejen de controlar cómo gasta su plata que se ha ganado con el sudor de la frente de forma lícita y legal. Entonces, a usted le gustaría que el Ecuador sea un paraíso fiscal.

Ahora bien, es verdad que estos lugares son aprovechados por mafiosos y corruptos para esconder o limpiar su plata mal habida. Entonces, lo malo no es el país con bajos impuestos, sino el origen del dinero. El Ecuador debe buscar medidas para acabar con la corrupción, no para controlar dónde la gente invierte. En países como Panamá hay plata de corruptos y también de empresarios sanos que, simplemente, quieren tener su plata en un lugar en que les jodan menos. ¡Y no hay nada de malo en ello!

Al contrario, los paraísos fiscales ayudan a sostener la economía de nuestros continentes. Economías frágiles donde se inventan impuestos a cada rato, como la nuestra, no son atractivas a los inversionistas, entonces ellos guardan sus capitales en estos lugares hasta que la situación sea más beneficiosa. Así, y por ejemplo, si queremos mantener la inversión en nuestro país, aunque suene ridículo, la mejor opción no es prohibir que el dinero salga, sino eliminar el impuesto a la salida de capitales porque, obviamente, el inversionista extranjero querrá sacar sus ganancias, y si no e dejamos sacarlas, pues mejor simplemente no invierte aquí.

Por último, negar a cualquier persona tener su dinero en algún lugar es inconstitucional. Usted, vecino, puede tener la plata donde se le pegue la gana. ¡Es su plata! El estado puede -y debe- controlar cómo usted consiguió su plata, cuidar que sus negocios sean legales; pero luego de que usted ha ganado bien ese dinero, usted tiene el derecho de hacer con él lo que desee.

Esta medida que, como digo, elegimos con el hígado, no hace más que complicar la ya obscura situación de los pocos que desean invertir en nuestro país. Es verdad, no todos los inversionistas son servidores públicos, ni todos los servidores públicos son inversionistas internacionales. Pero simplemente no existe ningún motivo razonable por el que no puedan serlo. Hoy la mayor parte de empresas mundiales mantienen sus sedes en paraísos fiscales así que, si usted es funcionario público y ha comprado, por ejemplo, paquetes de vacaciones en cadenas hoteleras, se mandó a traer sus repuestos del extranjero o simplemente juega poker por internet podría ser que, al final de la cadena, su dinero esté o haya estado en un paraíso fiscal. Tenga cuidado también de hacer donaciones a organizaciones internacionales benéficas, ecológicas, promotoras de software libre, entre otras que, por supuesto, recibirán su dinero en cuantas bancarias de paraísos fiscales.

Acabamos de crear un nuevo pretexto de persecusión a funcionarios público y, para nada, ayudamos a eliminar la corrupción.