Eso mismo, que no escampe.
Aprovecharemos la inundación, la lluvia, la desidia, el olvido, la negligencia
y la ineptitud, para convertir a nuestra Latacunga en la Venecia ecuatoriana,
utilizando remos por las ventanas de los vehículos, hasta que las ruedas se
transmuten en hélices o aletas.
Nos encontraremos “achicando”
el civismo, para que no naufrague el
escrúpulo.
Que no escampe, para quienes se
han beneficiado, de una u otra manera, de cualquier tipo de obra o concesión
que la autoridad haya hecho, con toda seguridad, distrayendo recursos que bien
pudieron haber servido para la obra magna y urgente de alcantarillado. Y, es
que la obra grande es subterránea, no se ve, no da rédito político, no interesa
al ciudadano de la periferia, al voto fuerte, a la masa. Y es que la obra
grande es una sola, y es más fácil representar favores y fervores haciendo
varias.
Que no escampe para los que, de
entre el lodazal en que se ha convertido la latacungueñidad (si aún existe),
obtienen materia prima para sus edificaciones, cual de si barro para adobe se
tratare.
Pero que escampe, para el
ciudadano común, para el que pierde su vereda, el que tiene que limpiar, con
carretilla, la entrada de su casa. Que escampe, para el peatón, para el
ciclista, para el deportista de las mañanas, para el que regresa cansado de sus
labores, a palear el lodo de su sala. Que deje de llover, pedimos los
latacungueños que sentimos la ciudad como casa y madre.
Es que lo que aquí llueve, no es
agua: es parsimonia, quemeimportismo, indolencia, ignorancia, dejadez,
incapacidad y desgobierno.
¿Cómo no desear que amaine la
pasiva agresión a nuestra ciudad?
Está claro: para quienes están
encargados del gobierno local, es importante que se mantenga el actual estado
de lluvias. Para que quienes están arriba sigan estando, es indispensable que
la ciudad se inunde de demagogia, olvido, indulgencia, desinformación e
ignorancia. Cuánto más llueve, más croan los sapos. Igual sucede cuando llueve
desdicha y oportunismo: abundan los sapos.
En campaña, el anfibio nos dirá
que, en su futura gestión, tendremos listo el mejor sistema de alcantarillado
del mundo. Ninguno nos dirá cómo lo va a hacer. Cuidado con estos seductores de
oído, que dirán todo lo que necesiten para ganar un aplauso. Todos saben lo que
la ciudad necesita, porque necesita mucho, pero nadie acierta la fórmula de
salvación.
Seamos prácticos: el
alcantarillado de la ciudad cuesta setenta millones de dólares, o, eso nos han
dicho. En este costo no está calculado el tiempo de trabajo que pierde el
ciudadano cuando deja de transportarse eficientemente, ni las indemnizaciones
por las algunas casas que, seguro, sufrirán daños. Pero, bueno, digamos que son
setenta millones. ¿Algún candidato ha dicho ya, de dónde va a sacar esa
cantidad? Mientras unos están confiados
en los fondos del gobierno central, otros solo afirman ser los mesías que harán
sangrar dinero a los páramos.
El problema del alcantarillado es
un problema de dinero. El problema del dinero es un problema de falta de ideas.