lunes, 28 de septiembre de 2015

Pienso, luego existo.



Cuando Descartes pensó en esto, en su trabajo “Discurso del método”, trataba de resumir en una sola consigna todo un circunloquio filosófico. En cristiano: existo porque pienso y en tanto soy capaz de tener una idea, estoy existiendo.

Pongámoslo más simple: mientras sea capaz de mantener una idea existiré. Ahora hagámoslo al contrario: sin ideas, no existo.

Nuestros mayores, y específicamente nuestros padres, de todas las generaciones, lo aceptaron como “piense antes de hacer”. Para nada es esto lo que Descartes quiso decir, pero sigue siendo un buen consejo.

Y volvemos a nuestros administradores, que no son capaces de seguir consejo técnico, ni consejo de viejo. Piensen antes de hacer, rogaría. Y me voy a referir a un par de “obritas” que, notoriamente, fueron hechas sin ser pensadas suficientemente.

Una de ellas, que ya hemos tratado, es el puente nuevo que baja por “la cuesta del hospital”, y que estaba supuesto para liberar del tráfico al puente angosto que hay, justamente, al final de esa cuesta; pero de todos modos, quienes acceden a ese puente desde la Panamericana terminan siendo redirigidos al mismo puente angosto. Resultado final: lo mismo, pero con otra vuelta.

Otra obrita boba es el baño público que hasta ahora intentan construir en el parque La Filantropía. Primero que daña terriblemente la estética del parque, segundo que se han tardado meses en construir y luego que es un gasto torpe, considerando que hay baterías sanitarias públicas a escasos cuarenta metros, en la plazoleta de San Agustín. ¿No pensaron en eso?

Pero la cereza del pastel es verde: una larga línea verde que lleva a ningún lado, pero que supuestamente nos iba a salvar la vida, pero que era completamente invisible en la noche. Hablo de las líneas de evacuación, que las hicieron color mate y tuvieron que volver a pintarlas con material retroreflexivo. ¿No se les ocurrió que también puede haber erupción en la noche? ¿Acaso el volcán cumple horas de oficina?

Pero hay obras que no ocurren porque no conviene. Como algunas obritas que solo llegan a barrios alejados cuando los lotes cambian de dueños. De eso conversaremos algún otro lunes.

Lo de hoy es clave, y muy grave. En Latacunga primero se hace, luego se piensa. Parecería que la obra que hay (que de entrada es poca y fea) se justifica en los puros números y no en realidades. Al final, lo mismo fue el Centro Comercial Popular de El Salto y lo que hoy es el CAC: par de elefantes blancos construidos con dineros de la gente sin un fin realmente provechoso. En el un caso, los pobres comerciantes han debido jugarse las del malabarista para hacer subsistir sus negocios; y, en el otro, no supieron administrar un negocio simple y les pareció mejor “revender” al gobierno central.

Ya lo hemos dicho antes, en nuestras administraciones últimas no hay ideas. Ya es suficientemente malo que no haya obras, pero que se gaste la plata de la gente en obras sin argumentos, es inaceptable.

Construimos sin estudios y sin utilidad. Actuamos sin pensar. Nos esforzamos por existir sin ideas.

Si Descartes nos viera, nos gritaría alertado lo que todos sabemos pero nos gusta jugar a olvidar: nuestra ciudad se está condenando a dejar de existir.
Piense, luego exista; porque si hace al revés, lo más posible es que termine con su casa pintada a rayas y con un enorme servicio higiénico en la sala.

miércoles, 16 de septiembre de 2015

Hace ¡PUM!




Mientras insistimos en noticias y cuentos del Cotopaxi, lo que realmente está a punto de reventar es nuestra economía local.

Nos pintan escenarios catastróficos y apocalipsis galopantes; y al final de la semana nos sentimos felices y contentos porque el volcán aún no nos mata. Mientras saboreamos ese pequeño momento de falsa felicidad, olvidamos que la catástrofe ya vino para muchos y que, lenta pero segura, se acerca a nosotros.

Vecino, vea más allá de su nariz. Una gran cantidad de propiedades agrícolas han sido ya afectadas por la ceniza. La producción de alfalfa, flores y hortalizas está decayendo y no remontará en un buen tiempo. Usted dirá que no come alfalfa ni flores, y brócoli solo de vez en cuando. No sea estrecho de mente.

Insisto, vea más allá. Estas empresas y propiedades emplean a cientos de latacungueños en sus labores. Estas personas, seguramente, perderán su empleo pronto. ¡Gracias a dios usted no es empleado agrícola! Pero, espere, resulta que a estas personas habrá que indemnizarles, y despedir a cien empleados puede costar al rededor de doscientos mil dólares, o más. Y no son cien, sino más. Entonces, estas empresas, no solo que dejan de producir, sino que quiebran, luego, todos los demás pierden sus empleos también. La esperanza es que esa inversión privada retorne luego de la erupción; pero si además de quebrar, quedan endeudados con indemnizaciones a empleados, ¿de dónde podrían volver a emprender?

Claro, usted, vecino, no es agricultor, ni empleado de florícola, ni vende insumos ni come rosas. Pero usted vive de ellos, todas esas personas, miles y miles que se ocupan en el agro de la zona cercana al volcán, no solo que abastecen nuestros mercados, sino que abastecen nuestros bancos, dinamizan la economía, gastan en su tienda del barrio, compran en su papelería, comen en su restaurante...

Y, claro, los administradores de turno nada dicen y lo que han dicho en la semana que pasó no sirve para nada. (Quienes fueron a las reuniones con los altos ejecutivos de la administración no me dejarán mentir)

El emprendedor agrícola no quiere plata, ni subsidios ni palmaditas en la espalda. Es claro lo que se necesita, y así nos duela, y así el mal llamado costo social sea alto: necesita estar exento de indemnizar a sus trabajadores que se encuentran desocupados, pues los cultivos se perdieron por la ceniza y las vacas ya se vendieron a dos reales. El agricultor no quiere dádivas; solo quiere dejar de perder.

Otro problema es el turismo, que siempre fue incipiente, pero ahora ni siquiera es perceptible. La solución de los supermanes de turno es buscar otros atractivos en la provincia. Eso es bueno, y era bueno siempre; debió hacerse hace diez años, por lo menos. Ahora, que busquen re-explotar el Quilotoa o los Llanganates o lo que sea, sinceramente, con todo el cariño para nuestros vecinos de Salcedo, Pujilí, Saquisilí, La Maná y Pangua, pero ¡a mi que me importa ahora! Ahora es tarde, porque todos los planes para potenciar el turismo provincial eran necesarios hace décadas, hoy estamos en emergencia turística y esa emergencia es casi solamente para Latacunga. Es mi ciudad la que necesita turismo del tipo tal que logramos que cada turista pase, al menos, dos noches en Latacunga.

Y si, me pongo egoísta, porque el problema que enfrenta “la provincia”, realmente lo carga Latacunga casi sola. Sobre las décadas de abandono que ya sufrimos, ahora nos ignoran y casi se burlan; y no hay un solo elegido del pueblo que dé la cara por nosotros.

Si, soy Cotopaxense, pero nací Latacungueño, y es mi ciudad la que está perdiendo. ¡Exijo ser representado de mejor manera!

Y si no rompe en cólera el Cotopaxi, pues que rompa en cólera al menos un Latacungueño más. No importa un volcán, cuando un pueblo hace ¡PUM!.


viernes, 11 de septiembre de 2015

Siga la línea




Hasta que se vio algo de acción en nuestros administradores. Sendas líneas verdes recorren algunas calles de la ciudad, indicando las zonas de seguridad en caso de erupción volcánica. Dioslepague, señores administradores, ahora ya sabemos para dónde correr. Confiamos en que, al final de la línea haya dónde guarecernos por un par de días y, si no es mucho exigir, un poquito de agua y medicinas básicas.

Ahora debemos saber verdaderamente cuál es la “línea de cota” que divide las zonas seguras de las de riesgo y que, más que definir quién vive y quien no, están ya justificando mercantilmente quién tiene un bien sobrevaluado y quién no podrá vender su casa hasta que el volcán explote o la venderá en precios de risa. Hemos perdido la “línea de horizonte” de nuestra ciudad, estamos extraviados en nuestra propia casa y el mercado de cualquier profesión o negocio es extremadamente volátil. Mas claro: estamos hechos locos y no hay plata.

Mi vecina ya “perdió la línea” de tanto mal dormir preocupada por el volcán; y mi vecino, que antes estaba “en línea” con el gobierno, hoy no quiere creerle más que al FaceBook y a sus panas del voley. Los administradores recién cogen la “línea de trabajo” para casos de emergencia, y ahora aparecen muy seguros y atinados en sus primeras acciones concretas antidesastre. ¡Que comparación con cómo se veían hace unas semanas: completamente “desalineados”!

Y yo creo que mejor ya dejo de hacer líneas, porque sino mi vecino de la derecha va a pensar que yo también me estoy “alineando” con su estilo de escritura.

Hablando de vecino de la derecha, un vecino derechoso, que no es lo mismo, ya me dijo que debería “alinearme” a algún partido político. Lo mismo me dijeron un par de pseudoizquierdosos. Les dije que me disculpen, que “mi línea” es la radical coronelsubista; es decir, que prefiero que no me den pensando y que además vivo hecho bolas, motivo por el cual no me gustan las líneas pues me resultan geométricamente incompatibles.

Otros bien fuera de línea son algunos amigos que andan con la moda #YOMEQUEDOENLATA, y publican en redes sociales fotos con ese lema hasta en las camisetas... pero viven en Quito. ¡Hablen serio! ¿No se dan cuenta que le quitan crédito a la iniciativa? Capaz que me coge la moda de ponerme la camiseta, porque me gusta la idea de acompañar una tendencia tan buena como esa y en verdad #yomequedoenlata para ver que tal van las cosas, y para contarles, el lunes que le siga a la erupción, cómo se ve todo, desde la humilde óptica de un guambra de Lata.

Mientras el Cotopaxi nos permita, cuidemos lo que aún tenemos de ciudad, lo que aún nos queda de latacungueñismo y, a ser posible, hagámoslo crecer. Pero, sobre todo, seamos coherentes y tengamos sindéresis. Ojala los primeros en salir de mi tierra no sean los supermanes de turno; aunque pensándolo bien, hasta sería bueno.

Tampoco sería malo que el batallón de ajenos destructivos salieran y se olvidaran de volver. Pero solo los destructivos, porque está claro que hay foráneos, y hasta de otras nacionalidades que nos dan lecciones de latacungueñismo.

Y así, podemos seguir “tirando líneas” para esta columna, pero me arriesgo a que me tilden de amargado, y no lo soy tanto. Hasta ver qué mismo pasa con el volcán, nos veremos el otro lunes, a menos que nos toque alerta roja entre semana, en cuyo caso, seguro nos veremos al final de la línea.

viernes, 4 de septiembre de 2015

Especulación




Dice el diccionario: “ESPECULACIÓN: Idea o pensamiento no fundamentado y formado sin atender a una base real.”
Somos una ciudad especulativa, puramente. Desde el chisme de la vecina hasta algunas decisiones de los administradores de turno se dan por puras ideas irreales e infundadas. En mi ciudad es peligroso andar en el carro con un acompañante del sexo opuesto, porque resulta casi obligatorio haber tenido alguna relación sentimental con esa persona. Si logramos tener algo de dinero en esta vida, pues seguramente tenemos negocios chuecos o estamos lavando dinero. SI somos exitosos en lo que hacemos, no puede ser que seamos inteligentes o capaces, sino que seguramente tenemos la palanca adecuada o comerciamos favores. ¡Puro cuento!

De la misma manera especulativa y loca que organizamos la evacuación de la ciudad, estamos ahora abandonando nuestras casas de siempre y pagando arriendos ridículos en cualquier otro lado que sea zona segura. Seguimos más interesados en las noticias que nos da el FaceBook que el IGM y nos enteramos que hubo presos y garroteados en las marchas por los “memes” e imágenes jocosas antes que por las noticias de la mañana. Sabemos más del juicio al marido de la Sharon que de la política local; nos importa más adónde correr que cómo salvar esta ciudad.

¡Especulador! Usted, vecino, si, usted: especulador. Usted que comenta lo que no sabe y afirma lo que no conoce. Usted que se atreve a dar consejo sobre el Cotopaxi sin haber ni siquiera leído el último reporte técnico.

¡Ladrón! Usted, que ya subió los precios de su tienda y que dice que “todo está caro” cuando sigue comprando a su distribuidor al mismo precio y haciendo lucro infame, abusando del susto e ignorancia de su propio hermano latacungueño.

Otro especulador es el comerciante de fuera, que llega a nuestra ciudad solamente a fomentar el desorden, a competir deslealmente y a destruir la frágil economía de quienes ejercen el comercio legalmente.

Pero no me quedo en los comerciantes ilegales, pues otros especuladores son algunas grandes cadenas comerciales que, llegadas a nuestra ciudad hace poco y habiendo sido recibidos con alegría, hoy nos duplican y hasta triplican los precios de algunas mercaderías específicas, como si no nos diéramos cuenta.

Pero ideas y pensamientos no fundamentados es lo que más hay en la administración de las últimas décadas de nuestra ciudad. ¡La misma ciudad es prueba de ello! El puente nuevo, por ejemplo, ese que está junto al hospital, ¿no tenía por finalidad desahogar el paso por los “dos puentes”? Y qué sucede ahora, si de todos modos el tráfico de este obra se redirige a la cuesta del Molino Poultier. Y para ello tuvieron que modificar varias veces el sentido y geometría de las calles. Quedó claro que primero se hizo la obra y luego los estudios de tránsito, o los hicieron mal.

Nos encanta el chisme y la desinformación. Somos especulativos. Nos estamos mostrando al mundo como poco reflexivos e ignorantes. ¡Qué vergüenza!

Acá no hay solidaridad, ni un mínimo sentido de buena vecindad o compasión por el prójimo. El que pudo ya huyó, el que pueda huirá y al que mejor le fue ni siquiera vive aquí porque se acomodó en cualquier otra ciudad y se olvidó de su cuna.

Y así está la cuna de los filántropos sabios y grandes: despoblada de sus hijos y llena de gorgojos.

Así vivimos hoy, en lo que otro día fue el centro del país: totalmente apartados de cualquier avance social, medio incultos y medio ignorantes. Dependientes y a la vez promotores del qué dirán, flojos de acción y ligeros de lengua. Lo mismo aplica para la clase política, si es que hay una.

Ah, cierto, la clase política local, ¿qué opinará? Ni se le ha visto.