Cuando
Descartes pensó en esto, en su trabajo “Discurso del método”,
trataba de resumir en una sola consigna todo un circunloquio
filosófico. En cristiano: existo porque pienso y en tanto soy capaz
de tener una idea, estoy existiendo.
Pongámoslo
más simple: mientras sea capaz de mantener una idea existiré. Ahora
hagámoslo al contrario: sin ideas, no existo.
Nuestros
mayores, y específicamente nuestros padres, de todas las
generaciones, lo aceptaron como “piense antes de hacer”. Para
nada es esto lo que Descartes quiso decir, pero sigue siendo un buen
consejo.
Y
volvemos a nuestros administradores, que no son capaces de seguir
consejo técnico, ni consejo de viejo. Piensen antes de hacer,
rogaría. Y me voy a referir a un par de “obritas” que,
notoriamente, fueron hechas sin ser pensadas suficientemente.
Una
de ellas, que ya hemos tratado, es el puente nuevo que baja por “la
cuesta del hospital”, y que estaba supuesto para liberar del
tráfico al puente angosto que hay, justamente, al final de esa
cuesta; pero de todos modos, quienes acceden a ese puente desde la
Panamericana terminan siendo redirigidos al mismo puente angosto.
Resultado final: lo mismo, pero con otra vuelta.
Otra
obrita boba es el baño público que hasta ahora intentan construir
en el parque La Filantropía. Primero que daña terriblemente la
estética del parque, segundo que se han tardado meses en construir y
luego que es un gasto torpe, considerando que hay baterías
sanitarias públicas a escasos cuarenta metros, en la plazoleta de
San Agustín. ¿No pensaron en eso?
Pero
la cereza del pastel es verde: una larga línea verde que lleva a
ningún lado, pero que supuestamente nos iba a salvar la vida, pero
que era completamente invisible en la noche. Hablo de las líneas de
evacuación, que las hicieron color mate y tuvieron que volver a
pintarlas con material retroreflexivo. ¿No se les ocurrió que
también puede haber erupción en la noche? ¿Acaso el volcán cumple
horas de oficina?
Pero
hay obras que no ocurren porque no conviene. Como algunas obritas que
solo llegan a barrios alejados cuando los lotes cambian de dueños.
De eso conversaremos algún otro lunes.
Lo
de hoy es clave, y muy grave. En Latacunga primero se hace, luego se
piensa. Parecería que la obra que hay (que de entrada es poca y fea)
se justifica en los puros números y no en realidades. Al final, lo
mismo fue el Centro Comercial Popular de El Salto y lo que hoy es el
CAC: par de elefantes blancos construidos con dineros de la gente sin
un fin realmente provechoso. En el un caso, los pobres comerciantes
han debido jugarse las del malabarista para hacer subsistir sus
negocios; y, en el otro, no supieron administrar un negocio simple y
les pareció mejor “revender” al gobierno central.
Ya
lo hemos dicho antes, en nuestras administraciones últimas no hay
ideas. Ya es suficientemente malo que no haya obras, pero que se
gaste la plata de la gente en obras sin argumentos, es inaceptable.
Construimos
sin estudios y sin utilidad. Actuamos sin pensar. Nos esforzamos por
existir sin ideas.
Si
Descartes nos viera, nos gritaría alertado lo que todos sabemos pero
nos gusta jugar a olvidar: nuestra ciudad se está condenando a dejar
de existir.
Piense,
luego exista; porque si hace al revés, lo más posible es que
termine con su casa pintada a rayas y con un enorme servicio
higiénico en la sala.