Creo que ya todos vimos los videos de los desmanes que se
dieron en este último feriado, sobre todo en las provincias de la costa.
Horroroso.
Me llama mucho la atención ver los comentarios generales en
redes sociales donde, casi siempre, lo único que hacemos es buscar culpables. Y
esos culpables, de alguna manera, acaban siendo los agentes de gobierno. ¿No
nos cansamos de echarle la culpa de todo al gobierno?
Somos como el niño que reiteradamente se mete tierra a la
boca, y culpa a sus padres porque no lo impiden.
Es claro: la Policía está reducida y no cuenta con los
mecanismos para enfrentar desmanes masivos; además, las leyes los tienen
castrados porque no pueden ni lanzar un poco de gas lacrimógeno sin que les
caigan juicios y el ataque de las agrupaciones libertinas de siempre. La
autoridad local, que es la que debería haber controlado el expendio de licores
y el uso de la vía pública también falló, porque un simple comisario con un
puñado de agentes municipales, igual o más castrados que la Policía, no puede
hacer frente a la marea. ¡Es que no se les puede pedir imposibles!
Si, nuestras autoridades de control en todos los niveles son
incapaces de actuar. De un lado no tienen los recursos suficientes, incluyendo
el recurso humano; y de otro, no tienen leyes drásticas que puedan aplicar ni
sistema judicial que los haga valer. En Ecuador hacemos lo que se nos pega la
gana, simplemente porque se puede.
El ecuatoriano promedio, quedó visto, es un animal de
instintos bajos. Mucho más ahora, en una sociedad que relativiza todo, que
tolera todo. Hemos llegado al punto en que las personas de bien, los
inteligentes, los honestos, los que tienen principios y que somos la mayoría,
debemos callarnos por no ofender a las minorías perversas, a los desviados, a
los estúpidos.
Entonces debo retractarme: el ecuatoriano promedio no es
malo, porque dije ya que la mayoría es buena. Pero, ¿de qué sirve una mayoría
callada? De nada sirve ser buenos e inteligentes si somos cobardes.
Durante las últimas décadas hemos enviado a los menos aptos
a hacer las leyes que rigen el país. ¡Esto es culpa de ellos! Y por ley de la
carambola, culpa nuestra que los elegimos. Si, pusimos a decidir nuestros
destinos a un puñado de bailarinas, futbolistas, faranduleros y otros quientanserán.
Y estas son las consecuencias.
Siempre pido disculpas por las excepciones, que las hay,
pero lamentablemente siempre son excepciones. Porque he visto Asambleístas
valientes y de discurso coherente, pero no tienen rating, no venden.
Al final del día, los desmanes de carnaval si tienen que ver
con el gobierno. Pero no con el actual por su incapacidad de controlar, sino de
los anteriores, por su negligencia en el manejo de la República. El sistema
educativo es un asco, el judicial mucho más, el aparataje legal es un cernidor
por donde se escurre cualquier lixiviado y todo esto ha redundado en un grupo
poblacional desquiciado, incapaz de decidir sus propias conductas. Mientras
todo esto sucede, la mayoría hace silencio; o, peor: nos mostramos aquiescentes
por miedo a caerles mal a los desviados.
El país está roto. Sin unidad, sin principios, sin
identidad. Somos el pueblo de nadie donde cualquier exiliado de Macondo puede,
sin problemas y con el aplauso de todos, volverse famoso y hasta hacer política.
Ya no damos pena sino desesperación.
Con este tipo de sociedad, donde los idiotas reinan y los
mejores callan, ¿cómo nos organizaremos para defendernos de lo que se viene?
Cuando se acabe de instalar aquí la violencia, seguro, preferiremos negociar
nuestros principios antes que defenderlos. Y si la mayoría sigue callada, esa
será la mejor opción.