Hace centurias, y según
se dice, Diógenes, que para muchos era un maestro filósofo, andaba
por las plazas rodeado de perros y gritaba “¡busco un hombre!”.
Esto le mereció la calificación de loco. Hoy sabemos que, muy
seguramente, si estaba loco; pero entre loco y tonto, la distania es
grande.
Hasta el día de hoy,
la frase “busco un hombre” consignaría risas. Pero Diógenes no
buscaba un hombre-macho, sino un hombre-humano. Según otros, lo que
buscaba el mendigo era un hombre-honesto, mientras descalificaba al
que se le presentaba diciendo que tan solo se le muestran escombros.
Nadie entendió, y no
muchos entienden qué era “humanidad” para Diógenes. Algunos
creen que él odiaba a la humanidad; muchos creemos que, al
contrario, él amaba a la humanidad, pero simplemente no la
encontraba en ningún hombre.
Hoy, cual Diógenes, la
ciudad busca un Mashca. Esta búsqueda no es fácil, pues no se tiene
claro cuáles son las características de ese grandioso ser. Quienes
podían contarnos como era un Mashca, ya no están: o han muerto o se
han ido de nuestra ciudad. ¿De dónde obtendremos la información
que nos permita organizar un perfil del Latacungueño Real? ¿Cómo
sabremos cuando encontremos a un Mashca de verdad?
Para orientarnos en lo
que un Mashca era, algunos de
nosotros aún podremos preguntar a nuestros abuelos, quienes
seguramente conocieron a alguno o, mejor, posiblemente fueron uno.
Pero eso es lo que el Mashca ERA, no lo que es, ni lo que necesita
ser. Y no digo que las virtudes de antaño estén caducas, jamas;
pero necesitan ser completadas con nuevas virtudes y destrezas que
son obligatorias en el mundo de hoy.
Puede
que lo siguiente suene a pedantería de juventud. Por favor, no se
tome lo que sigue como una mocedad, pero, realmente, ¿será que nos
encontramos en momento y lugar de redefinir el concepto
“latacungueño”?
Si
no es así, sería una lástima creer que hemos perdido lo que
teníamos y que nos encontramos sin mucho porvenir inmediato. Y, si
efectivamente resulta ser así, que la ciudad se apiade de nosotros,
porque la responsabilidad es mucha y no parece haber muchos que
quieran afrontarla.
Tenemos
el raro lujo de poder empezar de cero, de crear, de dar a luz una
nueva ciudad y un nuevo ciudadano. Nuestros ancestros serán la guía,
pero la responsabilidad es nuestra. Tenemos nuestra madre enferma,
pero también tenemos los recursos y el conocimiento para crear la
cura. ¡No vamos más a rogar por medicina; vamos a crearla,
nosotros!
Es
tiempo de preguntarse, qué, realmente, significa ser LATACUNGUEÑO.
Pero más allá de eso, la responsabilidad no queda en la pregunta.
Es, en verdad, tiempo de respondernos, nosotros mismos: ¿Qué es ser
latacungueño? Y, por ende: ¿quiénes somos?
De
esas respuestas dependerá la ciudad que queremos, y de las acciones
que tomemos en base a esas respuestas, dependerá la ciudad que
tendremos.
Nuestra
madre está enferma, no nos acostemos junto a ella a compartir su
dolor: saltemos de nuestra inercia y fabriquemos la cura.
Nuestra
madre está enferma. ¿La dejaremos morir?