jueves, 28 de agosto de 2014

¡Busco un Mashca!




Hace centurias, y según se dice, Diógenes, que para muchos era un maestro filósofo, andaba por las plazas rodeado de perros y gritaba “¡busco un hombre!”. Esto le mereció la calificación de loco. Hoy sabemos que, muy seguramente, si estaba loco; pero entre loco y tonto, la distania es grande.

Hasta el día de hoy, la frase “busco un hombre” consignaría risas. Pero Diógenes no buscaba un hombre-macho, sino un hombre-humano. Según otros, lo que buscaba el mendigo era un hombre-honesto, mientras descalificaba al que se le presentaba diciendo que tan solo se le muestran escombros.

Nadie entendió, y no muchos entienden qué era “humanidad” para Diógenes. Algunos creen que él odiaba a la humanidad; muchos creemos que, al contrario, él amaba a la humanidad, pero simplemente no la encontraba en ningún hombre.

Hoy, cual Diógenes, la ciudad busca un Mashca. Esta búsqueda no es fácil, pues no se tiene claro cuáles son las características de ese grandioso ser. Quienes podían contarnos como era un Mashca, ya no están: o han muerto o se han ido de nuestra ciudad. ¿De dónde obtendremos la información que nos permita organizar un perfil del Latacungueño Real? ¿Cómo sabremos cuando encontremos a un Mashca de verdad?

Para orientarnos en lo que un Mashca era, algunos de nosotros aún podremos preguntar a nuestros abuelos, quienes seguramente conocieron a alguno o, mejor, posiblemente fueron uno. Pero eso es lo que el Mashca ERA, no lo que es, ni lo que necesita ser. Y no digo que las virtudes de antaño estén caducas, jamas; pero necesitan ser completadas con nuevas virtudes y destrezas que son obligatorias en el mundo de hoy.

Puede que lo siguiente suene a pedantería de juventud. Por favor, no se tome lo que sigue como una mocedad, pero, realmente, ¿será que nos encontramos en momento y lugar de redefinir el concepto “latacungueño”?

Si no es así, sería una lástima creer que hemos perdido lo que teníamos y que nos encontramos sin mucho porvenir inmediato. Y, si efectivamente resulta ser así, que la ciudad se apiade de nosotros, porque la responsabilidad es mucha y no parece haber muchos que quieran afrontarla.

Tenemos el raro lujo de poder empezar de cero, de crear, de dar a luz una nueva ciudad y un nuevo ciudadano. Nuestros ancestros serán la guía, pero la responsabilidad es nuestra. Tenemos nuestra madre enferma, pero también tenemos los recursos y el conocimiento para crear la cura. ¡No vamos más a rogar por medicina; vamos a crearla, nosotros!

Es tiempo de preguntarse, qué, realmente, significa ser LATACUNGUEÑO. Pero más allá de eso, la responsabilidad no queda en la pregunta. Es, en verdad, tiempo de respondernos, nosotros mismos: ¿Qué es ser latacungueño? Y, por ende: ¿quiénes somos?

De esas respuestas dependerá la ciudad que queremos, y de las acciones que tomemos en base a esas respuestas, dependerá la ciudad que tendremos.

Nuestra madre está enferma, no nos acostemos junto a ella a compartir su dolor: saltemos de nuestra inercia y fabriquemos la cura.

Nuestra madre está enferma. ¿La dejaremos morir?