miércoles, 22 de abril de 2015

Lo que hay entre los conos



Alguna vez, cuando más guambra, un amigo me dejó subirme a uno de esos enormes cabezales cargados de chorrocientas ruedas. Él estaba aprendiendo algunas habilidades para conducirlo y, en un ejercicio de parqueo, debía ubicar el monstruoso aparato entre una serie de conos naranjas. Yo, asustado, no podía ni considerar manera cómo encuadrar semejante animalón. Los conos se me hacían enormes. Parecía no haber solución.

Le pregunté a mi amigo cuál era el truco para conseguir tremenda hazaña, y me respondió algo bien simple: no hay que ver los conos.

Aunque en ese momento no entendí, hoy, que han pasado más de diez años, me he dado cuenta de cuánta razón hay en esa respuesta. Es que el consejo no sirve solo para parquear camiones, si no, para la vida entera.

Los conos no son parte del camino: el camino está entre los conos.

Desperdiciamos ingentes cantidades de tiempo, dinero y esfuerzo en lidiar con supuestos problemas que no son tales, en librarnos de obstáculos que no obstaculizan nada, en sufrir por los miles de peros que nos pone la vida, pero no nos damos cuenta que, todos ellos, están fuera del camino. Dejemos de ver los conos, y concentremos nuestro esfuerzo en lo que hay entre ellos: el espacio vacío por donde habremos de pasar nuestros logros.

Lo mismo pasa a nivel de gobierno y administración pública. Nos quedamos paradotes, viendo los conos, sin darnos cuenta de todo el espacio que tenemos para pasar. Estos son algunos “conos” típicos de la administración pública: “no hay presupuesto”, “la gente no hace”, “no van a cuidar”, “falta la sumilla”, “eso dejaron dañando los que estaban antes”....

Si no hay presupuesto, pues hay que generar ingresos de alguna manera; si la gente no hace, pues hago yo; si no van a cuidar, pues igual lo hago hasta que se aburran de dañar; si falta la sumilla, voy y la busco; si los de antes hicieron pendejadas, pues yo soy el llamado a solucionarlas. ¡Ese es el espacio que queda entre conos, y que nadie quiere ver!

Hay dos palabras que, mediante ordenanza o decreto supremo o lo que sea, deben PROHIBIRSE en Latacunga: “es-que” y “pero”.

Revira el hígado, cuando uno plantea alguna idea, recibir por respuesta, por ejemplo, “es-que nadie hace”, “pero igual no va a valer”, y otras parecidas. ¡Mediocres!¡Pusilánimes!. Hay que ser como el humilde aprendiz de albañil: si nadie hace, yo hago, y si mañana no va a valer, pues igual lo hago hoy, simplemente porque TIENE QUE hacerse. El aprendiz de albañil se saca el aire armando castillos, sin saber quién los va a ocupar, o si siquiera va a ser ocupado, o si mañana será derrocado, si quedará abandonado o si, realmente, la pared en la que se esmera llegará a ser un castillo algún día: lo hace, simplemente porque es su deber.

Vecinos, nos falta eso, nos falta sentido del deber. TENEMOS que hacer las cosas que TENEMOS que hacer, simplemente porque TENEMOS que hacerlas y porque TIENEN que estar hechas.

No nos importe si el de junto cumple o no, si el otro hace o no. Debemos hacerlo nosotros. Debo hacerlo yo.

Dejemos de ser indolentes. Pareciera que no nos importa nuestra casa, ni aún siquiera nuestra vida como ciudadanos.
Dejemos de perder el tiempo en conos, cuando el camino es amplio. Dejemos de alimentar problemas, cuando, a veces, ni siquiera hace falta resolverlos, sino solamente ignorarlos.

Seamos más objetivos y, sobre todo, proactivos.

jueves, 9 de abril de 2015

Racismo y estupidez




Es racista el que defiende las particularidades de un grupo humano, proponiéndolas como mejores, superiores o únicas. A la vez, es racista el que positivamente discrimina, aborrece o hace de menos a otros grupos humanos, exclusivamente por sus características físicas o genéticas.

Léase bien: EXCLUSIVAMENTE por sus características físicas o genéticas.

Es racista, por ejemplo, el que hace de menos al que considera “blanco”, EXCLUSIVAMENTE por el hecho de serlo, situación bien común en este país donde los descendientes de criollos somos harto discriminados. Es racista el que propugna ideas sobre supuesta inferioridad de todo un grupo humano, EXCLUSIVAMENTE por su color de piel. Y NO POR OTRA COSA.

Es necesario escribirlo así, en mayúsculas, porque hoy por hoy, en nuestro Ecuador, existe una capacidad sorprendente de tildar de racista a cualquiera. Somos hipersensibles, porque cualquier cosa que no nos guste, o es racismo, o es homofobia o directamente, es “bullyng”. Llegamos a un punto en que todo es “algofobia”, y nadie puede opinar nada porque, además de ser políticamente incorrecto, puede afectar la sensibilidad de cualquier grupito minoritario.

¡Dejémonos de tonterías! Yo, personalmente me opongo a la adopción de niños por parte de parejas homosexuales; pero tengo amigos abiertamente homosexuales, y no me cuesta tomarme un café con ellos, y es mas, les tengo alta estima, pues todos ellos son gente muy inteligente. Esto no me hace homofóbico, por favor. También tengo claro que un gran porcentaje de indígenas mantienen una ignorancia general de normas de convivencia urbana, pero esto es solo un resultado de su tratamiento histórico, de su aislamiento geográfico y del poco acceso a educación regular; decir lo que digo, bajo ningún parámetro puede convertirme en racista “indigenofóbico”.

Hay que separar las cosas.

Si un torpe es torpe, se lo digo, y punto. Y no debería pasar nada, porque la estupidez es un concepto sin color de piel. Pero en Ecuador, si le digo estúpido a un afroecuatoriano, automáticamente me hacen racista; si se lo digo a un gay, pues tengo que ser homofóbico; si se lo digo a una madre soltera, soy machista, si se lo digo a una persona con sobrepeso, es bullyng y, si se lo digo a un alto dignatario, es traición a la patria. ¡Que cosa!

Basta de proteger la ineptitud con conceptos ampliados. El estúpido es estúpido, independientemente de ser alto, flaco, negro, discapacitado, o lo que sea que la vida le haya adjudicado ser. Cualquiera de sus realidades personales es totalmente independiente al hecho de su estupidez.

Muchos dicen que, claro, un discapacitado, un indígena aislado u otras personas con pocas oportunidades de educarse no tienen la culpa de su estado de ignorancia, y que hacerlo público o notorio es discriminatorio. No estoy de acuerdo con eso, porque una cosa es la ignorancia, en la cual me refugio pues me declaro como el más ignorante de todos, y otra cosa es la estupidez. Revisemos el diccionario.

Ignorante es el que no conoce. Eso, nada tiene de malo. Pero el que sabe que no sabe, y aún así se mete a hacer, se convierte en estúpido. Ignorante es, por ejemplo, el jardinero, en materia de legislación; pero estúpido sería que se meta de asesor de algún Asambleista. Ignorante es el basketbolista en materia de finanzas públicas, y eso no es malo; lo malo y estúpido sería que aquel jugador pretenda ser Ministro de Economía.

El mundo está al revés. Ahora, los preparados e inteligentes son perseguidos por sus capacidades, y ellos han de callar y tolerar las demostraciones públicas de ineptitud. Es más, deben subsumirse a ellas, bajo la amenaza de ser perseguidos judicialmente, atemorizados y tildados de “algofóbicos” y racistas.

Es indispensable y urgente, por el bien del Ecuador, dar el poder a los científicos, a los inteligentes, a los pensadores. Dejemos de proteger a los estúpidos.