Alguna vez, cuando más
guambra, un amigo me dejó subirme a uno de esos enormes cabezales
cargados de chorrocientas ruedas. Él estaba aprendiendo algunas
habilidades para conducirlo y, en un ejercicio de parqueo, debía
ubicar el monstruoso aparato entre una serie de conos naranjas. Yo,
asustado, no podía ni considerar manera cómo encuadrar semejante
animalón. Los conos se me hacían enormes. Parecía no haber
solución.
Le pregunté a mi amigo
cuál era el truco para conseguir tremenda hazaña, y me respondió
algo bien simple: no hay que ver los conos.
Aunque en ese momento
no entendí, hoy, que han pasado más de diez años, me he dado
cuenta de cuánta razón hay en esa respuesta. Es que el consejo no
sirve solo para parquear camiones, si no, para la vida entera.
Los conos no son parte
del camino: el camino está entre los conos.
Desperdiciamos ingentes
cantidades de tiempo, dinero y esfuerzo en lidiar con supuestos
problemas que no son tales, en librarnos de obstáculos que no
obstaculizan nada, en sufrir por los miles de peros que nos pone la
vida, pero no nos damos cuenta que, todos ellos, están fuera del
camino. Dejemos de ver los conos, y concentremos nuestro esfuerzo en
lo que hay entre ellos: el espacio vacío por donde habremos de pasar
nuestros logros.
Lo mismo pasa a nivel
de gobierno y administración pública. Nos quedamos paradotes,
viendo los conos, sin darnos cuenta de todo el espacio que tenemos
para pasar. Estos son algunos “conos” típicos de la
administración pública: “no hay presupuesto”, “la gente no
hace”, “no van a cuidar”, “falta la sumilla”, “eso
dejaron dañando los que estaban antes”....
Si no hay presupuesto,
pues hay que generar ingresos de alguna manera; si la gente no hace,
pues hago yo; si no van a cuidar, pues igual lo hago hasta que se
aburran de dañar; si falta la sumilla, voy y la busco; si los de
antes hicieron pendejadas, pues yo soy el llamado a solucionarlas.
¡Ese es el espacio que queda entre conos, y que nadie quiere ver!
Hay dos palabras que,
mediante ordenanza o decreto supremo o lo que sea, deben PROHIBIRSE
en Latacunga: “es-que” y “pero”.
Revira el hígado,
cuando uno plantea alguna idea, recibir por respuesta, por ejemplo,
“es-que nadie hace”, “pero igual no va a valer”, y otras
parecidas. ¡Mediocres!¡Pusilánimes!. Hay que ser como el humilde
aprendiz de albañil: si nadie hace, yo hago, y si mañana no va a
valer, pues igual lo hago hoy, simplemente porque TIENE QUE hacerse.
El aprendiz de albañil se saca el aire armando castillos, sin saber
quién los va a ocupar, o si siquiera va a ser ocupado, o si mañana
será derrocado, si quedará abandonado o si, realmente, la pared en
la que se esmera llegará a ser un castillo algún día: lo hace,
simplemente porque es su deber.
Vecinos, nos falta eso,
nos falta sentido del deber. TENEMOS que hacer las cosas que TENEMOS
que hacer, simplemente porque TENEMOS que hacerlas y porque TIENEN
que estar hechas.
No nos importe si el de
junto cumple o no, si el otro hace o no. Debemos hacerlo nosotros.
Debo hacerlo yo.
Dejemos de ser
indolentes. Pareciera que no nos importa nuestra casa, ni aún
siquiera nuestra vida como ciudadanos.
Dejemos de perder el
tiempo en conos, cuando el camino es amplio. Dejemos de alimentar
problemas, cuando, a veces, ni siquiera hace falta resolverlos, sino
solamente ignorarlos.
Seamos más objetivos
y, sobre todo, proactivos.