Hace unos días, me encontraba yo
compartiendo muy interesantes puntos de análisis con uno de los
mejores analistas y estadistas locales: mi amigo el taxista.
Este hombre, dotado de algo que parece
incógnito para los administradores locales, y que yo suelo llamar
“sentido común”, se dignó compartir su conocimiento conmigo,
comentando respecto de la venta y/o/u expropiación del Centro
Comercial El Rosal, en nuestra Latacunga. Así entablada la charla,
él me preguntaba respecto de los pormenores técnicos y jurídicos
del asunto, lo que me obligó a darme cuenta que tampoco yo estaba
tan bien enterado del tema como creía.
Estando en eso, yo explicaba, como
podía, lo poco que sabía, y analizaba los potenciales beneficios
económicos de esta venta, versus la pérdida del espacio para la
ciudad, la pérdida de control sobre ese bien, y, más allá, la
enorme estupidez de construir algo de ese tamaño, y luego,
simplemente, no saber que carajos hacer con él. Mientras, el sabio
director del vehículo, me preguntaba respecto de cuántos locales
habría dentro, si era bonito o no, si tenía servicios y demás.
De pronto, y mientras yo hablaba, y
hablaba, y hablaba, el conductor sacó su calculadora digital de
entre el volante, y mientras hacía prontos cálculos con sus dedos,
me miró y dijo:
“Yo tengo una casita rentera, con dos
locales abajo. Doy de comer a mis hijos, a mi mujer, y hasta me
alcanza para las escapaditas. Si yo fuera dueño de esto, solo con
los arriendos sería millonario.”
En ese momento, sentí que el techo del
carro desapareció y un rayo de luz cayó sobre mi. El hombre me
iluminó. Solo faltó el coro de ángeles, pero bueno, nada es
perfecto y en ese carro solo sonaban bachatas.
Es que, en verdad, es tan simple. Si
las empresa privada hace millones de dólares, solo administrando
locales de su propiedad, ¿por qué el Municipio hace que Latacunga
desperdicie esos ingresos a largo plazo? ¿Para que vender en pocos
millones, que se gastarán en chaupiobras, lo que podría generar
rentas durante los próximos cincuenta años?
Si no hace falta ser un genio en
bicicleta, solamente bastaría aplicar un poco de economía del hogar
a los negocios de la ciudad.
¿Por qué lo simple aparece tan
monumentalmente imposible, para nuestros administradores?