Hace unos días, mi
vecino de la derecha me contó una historia: sucede que, en el río
Amazonas, una vez al año, acontece un fenómeno natural que crea una
ola formidable; un surfista quiso subir a esa ola, pero viendo sus
dimensiones, se acobardó y decidió estudiar mejor el fenómeno;
tras un año de estudiarlo, regresó el día y hora justos,
acompañado de otros deportistas mas, pero llegada la ola, todo el
estudio realizado solo sirvió para aumentar el temor al fenómeno,
así que no la tomó, pero uno de sus acompañantes, embargado por la
emoción, y haciendo de lado los peligros, se lanzó al agua con su
tabla y experimentó el mejor momento de su vida.
El primer miedo sirvió
para que el temeroso se supere, estudie, investigue. Eso es bueno.
Sin embargo, el estudio estuvo mal orientado, porque no sirvió para
entender cómo enfrentar la ola, sino para temerle más. Una vez
desperdiciada la segunda oportunidad, que siempre es raro tener dos
oportunidades, ¿qué le queda al temeroso?
Al temeroso solo le
queda su conocimiento del miedo, y su mediocre capacidad de comentar
lo que conoce de la ola. Luego, se cansará de investigar y se
dedicará a opinar: se volverá un opinólogo.
Esto es lo que pasa en
nuestra Latacunga, que estamos cargados de opinólogos. La mayor
parte de los “buenos latacungueños” nunca se subieron a la ola.
Cientos conocemos o creemos conocer la realidad local, el manejo de
la administración de la ciudad, los múltiples errores de las
autoridades de turno, las falencias de la ciudad... Pero, de
nosotros, los “conocedores”, ¿cuántos tenemos el ímpetu de
tomar las riendas de la ciudad?
Ahora bien, definamos
cuáles son las riendas, porque el que menos dirá que no todos
podemos ser Alcaldes o Concejales. Pongamos esto en orden: Alcalde y
Concejales ADMINISTRAN, pero eso solo es una minúscula parte de lo
que realmente significa tomar las riendas.
Tomen en cuenta esto:
¿quién es el que toma las riendas del caballo, sino el dueño?, el
empleado, el mayordomo, el ADMINISTRADOR, solo las toma
momentáneamente para los fines ordenados por el dueño. Luego,¿ qué
significa, efectivamente, “tomar las riendas”, sino hacer actos
de señor y dueño? ¿Quién es más propietario de la indomable ola,
el que la estudia o el que la ocupa?
Ya pues, vecino, apague
la televisión, salga del sillón y acompañe a montar la ola. Lo
mismo, expertos latacungueñistas, dejen de opinar y de mostrar todo
lo que saben del pasado, y, si pueden y son capaces, empiecen a
diagramar el futuro. Mucho se ha dicho de mi ciudad, pero poco se ha
hecho.
Montemos la ola,
OCUPÉMOSLA. Ocupemos la ciudad, seamos, nuevamente, dueños.
Beneficiémonos de lo que nuestra cuna nos prodiga: parques,
jardines, paisajes, aire limpio, buenos vecinos...
No hace falta tener el
poder de decidir directamente los destinos de la urbe, tan solo es
suficiente apropiarnos de los espacios, ser dueños. No es lo mismo
vivir-Latacunga que solamente vivir-en-Latacunga.
Solo el dueño puede
reclamar al administrador. Solo el propietario tiene el derecho de
alzar su voz en contra del empleado que maltrata su caballo. Solo el
que montó la ola tiene el derecho de hacer callar al que ha vivido
años estudiándola, temeroso.
Seamos dueños.
Latacunga es mía, me pertenece.
¿Le pertenece a usted?