martes, 21 de octubre de 2014

Montarse en la ola.



Hace unos días, mi vecino de la derecha me contó una historia: sucede que, en el río Amazonas, una vez al año, acontece un fenómeno natural que crea una ola formidable; un surfista quiso subir a esa ola, pero viendo sus dimensiones, se acobardó y decidió estudiar mejor el fenómeno; tras un año de estudiarlo, regresó el día y hora justos, acompañado de otros deportistas mas, pero llegada la ola, todo el estudio realizado solo sirvió para aumentar el temor al fenómeno, así que no la tomó, pero uno de sus acompañantes, embargado por la emoción, y haciendo de lado los peligros, se lanzó al agua con su tabla y experimentó el mejor momento de su vida.

El primer miedo sirvió para que el temeroso se supere, estudie, investigue. Eso es bueno. Sin embargo, el estudio estuvo mal orientado, porque no sirvió para entender cómo enfrentar la ola, sino para temerle más. Una vez desperdiciada la segunda oportunidad, que siempre es raro tener dos oportunidades, ¿qué le queda al temeroso?

Al temeroso solo le queda su conocimiento del miedo, y su mediocre capacidad de comentar lo que conoce de la ola. Luego, se cansará de investigar y se dedicará a opinar: se volverá un opinólogo.

Esto es lo que pasa en nuestra Latacunga, que estamos cargados de opinólogos. La mayor parte de los “buenos latacungueños” nunca se subieron a la ola. Cientos conocemos o creemos conocer la realidad local, el manejo de la administración de la ciudad, los múltiples errores de las autoridades de turno, las falencias de la ciudad... Pero, de nosotros, los “conocedores”, ¿cuántos tenemos el ímpetu de tomar las riendas de la ciudad?

Ahora bien, definamos cuáles son las riendas, porque el que menos dirá que no todos podemos ser Alcaldes o Concejales. Pongamos esto en orden: Alcalde y Concejales ADMINISTRAN, pero eso solo es una minúscula parte de lo que realmente significa tomar las riendas.

Tomen en cuenta esto: ¿quién es el que toma las riendas del caballo, sino el dueño?, el empleado, el mayordomo, el ADMINISTRADOR, solo las toma momentáneamente para los fines ordenados por el dueño. Luego,¿ qué significa, efectivamente, “tomar las riendas”, sino hacer actos de señor y dueño? ¿Quién es más propietario de la indomable ola, el que la estudia o el que la ocupa?

Ya pues, vecino, apague la televisión, salga del sillón y acompañe a montar la ola. Lo mismo, expertos latacungueñistas, dejen de opinar y de mostrar todo lo que saben del pasado, y, si pueden y son capaces, empiecen a diagramar el futuro. Mucho se ha dicho de mi ciudad, pero poco se ha hecho.

Montemos la ola, OCUPÉMOSLA. Ocupemos la ciudad, seamos, nuevamente, dueños. Beneficiémonos de lo que nuestra cuna nos prodiga: parques, jardines, paisajes, aire limpio, buenos vecinos...

No hace falta tener el poder de decidir directamente los destinos de la urbe, tan solo es suficiente apropiarnos de los espacios, ser dueños. No es lo mismo vivir-Latacunga que solamente vivir-en-Latacunga.

Solo el dueño puede reclamar al administrador. Solo el propietario tiene el derecho de alzar su voz en contra del empleado que maltrata su caballo. Solo el que montó la ola tiene el derecho de hacer callar al que ha vivido años estudiándola, temeroso.

Seamos dueños. Latacunga es mía, me pertenece.
¿Le pertenece a usted?


lunes, 13 de octubre de 2014

¿Sumak kawsay o mishky kausay?




Asuntos de mera traducción. No es lo mismo una vida lograda y digna que una vida dulce y cómoda. Es que no es lo mismo vivir bien, que darse la buena vida.

En esta confusión nos encontramos, tanto ciudadanos comunes como administradores públicos cuando, entre otros yerros, mantenemos figuras acomodaticias como el bono solidario, seguro social campesino, preferencias a minorías y demás. En este punto me saltarán al cuello varios sindicalistas, pseudo socialistas, cuasidirigentes y demás.

Antes de mi linchamiento, quiero que se me permita explicarme:

Una cosa son las reivindicaciones sociales que pueden bien merecer algunos grupos, así como las facilidades (no beneficios) que la sociedad debe prodigar a grupos prioritarios como niños y ancianos; pero otra cosa es el demérito institucionalizado de las mayorías.
Debemos aclarar algunos conceptos. Primero, no está claro qué es una minoría y qué es la mayoría. Actualmente, cualquier congregación que comparta una diferencia, que se asocie más o menos organizadamente, entra en el parámetro de minoría. Por ley de la carambola, todos los que no tenemos esa diferencia, somos mayoría. Nada más errado que esto. Bajo el mismo parámetro, y parafraseando a Gandhi, yo también soy una minoría, una minoría de uno. Además, hay que diferenciar la idea de “minoría” y el concepto “grupo vulnerable”. Está de moda hacer de cualquier minoría un grupo vulnerable. Todos, sin excepción, somos parte activa o pasiva de algún tipo de minoría, basado en nuestros gustos, obligaciones, relaciones o realidades, yo mismo soy de la minoría que juega paintball, por ejemplo; pero VULNERABLES solo hay dos: los niños y los ancianos.
Como esta espina ya le ha picado a más de uno, se introdujo un nuevo concepto: “grupos de atención prioritaria”. Y, claro, las minorías oportunistas también quisieron ingresar en los listados de prioridad en su atención. Nuevamente, hay que restringir el concepto: de atención prioritaria hay uno solo, los enfermos, y, de ellos, los que presentan afectaciones permanentes a su vida diaria, mal llamados discapacitados. Nadie más. ¡Y nadie más!
Ser negro, blanco, indio, chino, mujer, homosexual o madre soltera no me pone en desventaja fáctica frente a nadie, en tanto haga respetar mis derechos y ejerza mi primera obligación para con el Estado: superarme continuamente.
¿Cómo se pretende construir igualdad, cuando cada uno quiere ser “mas igual” que el otro?
Cuando contrato gente para trabajar, no le pregunto su raza, pero la empresa pública si. Cuando voy a sacar un préstamo en un banco privado no importa mi ancestralidad o mi autoreconocimiento cultural, pero el dinero público se otorga preferentemente a proyectos “de minorías”, sean o no bueno proyectos.
Existen leyes “de la mujer”, así como normativa específica para campesinos, indígenas y LGBT. Los demás, a ver como sobrevivimos, porque, en verdad, parece muy malo en este país ser varón, heterosexual, sano, joven, blanco-mestizo y económicamente activo.
Esta nueva minoría, la de los "normales", pese a ser minoría, no existe. Y no existe por un simple hecho: no nos reconocemos como minoría. Así, mientras nosotros nos partimos el lomo buscando el Sumak Kausay, otritos que si supieron aprovechar su situación, viven el Mishky Kausay.
Así llegamos al día de hoy, donde un joven independiente que no se pertenece a ninguna minoría reconocida, no tiene mejor opción vital que acceder a un cargo público, porque el Sumak Kausay cuesta plata, y esa plata es menos fácil de acceder si uno no es fatalmente diferente al resto. La afectación es severa, pues no solo golpea a los jóvenes profesionales, sino al país entero, pues, está visto, que salvo proyectos de desarrollo rural y otros parecidos, no existe proliferación de iniciativa productiva nacional.
Muchos no estarán de acuerdo con lo que digo, si eres uno de ellos, tienes dos opciones: o eres uno de los pocos que triunfaron sin ayuda y contra la marea pseudosocialista, o eres uno de los que usufructúan de las ventajas de esta dolce vita: EL MISHKY KAUSAY.