La idea es, por
concepto, el primero y más obvio acto de la inteligencia humana que
se circunscribe, en primer lugar, a la simple asimilación del
concepto de algo, luego, se comprende como idea a la construcción
mental de una imagen de un algo que, existente, puede ser inteligible
y, si no existente, puede llegarse a factibilizar.
Entonces, la idea es,
por supuesto, un acto meramente humano. La idea es, en definitiva lo
que nos hace humanos y nos diferencia del resto de animales. De ella
se devienen el genio, la imaginación, la aptitud, la capacidad, la
perfección, la creatividad.
Sin ideas, la humanidad
no existe.
Pero, alejémonos del
primer concepto de idea, el de asimilar conceptos, pues eso es solo
un acto casi osmótico. Tomemos a la idea como la fuente de creación.
Quien crea es superior al resto, quien genera algo nuevo a partir de
la nada es un superhumano y se acerca más a Dios.
Siguiendo esta lógica,
la idea es el camino para la perfección del hombre, para su
santificación en sentido genérico; el camino real para llegar a
Dios, aún por sobre la oración, meditación o cualquier rito
inventado por la gente.
Y por eso estamos así
hoy, como estamos. Llegamos a un punto de nuestra involución, donde
es más bien visto un ingeniero que un filósofo (con el mayor
respeto y cariño a mis amigos técnicos). Vale más un buen
petrolero que un sociólogo, un albañil que un especialista en feng
shui. Todo es necesario, desde luego, pero el trabajo intelectual
avanzado, la investigación de todas las ciencias, la observación de
los fenómenos humanos no valen más que la capacidad de un niño
para manejar una computadora.
Se avala al
administrador que conoce de presupuestos, de números, de técnicas,
de urbanística; pero no se califica su conocimiento sobre
simplemente, cómo vivir bien y hacer que los otros vivan bien. ¿Que
es mejor, un Máster o un PhD? ¿Es mejor el que sabe hacer, o el que
sabe por qué y para qué se hace? Es ésta la diferencia entre el
peón, el ingeniero, el arquitecto y el dueño de la casa que se
construye: el peón sabe hacer muy bien las paredes, el ingeniero
conoce el cómo deben ser colocadas para que no se caigan, el
arquitecto le otorga un sentido estético, artístico si se quiere;
pero el dueño de la casa, y solo él, sabe cómo van a vivir sus
hijos dentro de ella. Luego, ¿quién de ellos tiene un conocimiento
más importante?
Esto hay que aplicar en
nuestra ciudad: para que nos administren, no busquemos peones que
solo sepan mover las piedras para prodigar lucro, ni aún a técnicos
capaces de construir puentes, aunque los construyan sobre desiertos;
tampoco a artistas superficiales que se solacen en el aspecto de sus
obras sin saber si son útiles para los demás; busquemos un dueños
de casa, un latacungueño de corazón y raigambre, uno que sepa como
se ha vivido en nuestra casa, y que tenga claro como se ha de vivir
los próximos cincuenta o cien años.
A la final, un buen
dueño de casa, bien puede contratar arquitectos, ingenieros y
albañiles. A la final, todos ellos son necesarios, pero eso no
quiere decir que ellos deban comandar al dueño de la casa.
Ya basta de tecnócratas
que solamente saben “cómo hacer”; busquemos al que tenga claro
el “para qué hacer”. Busquemos al que tenga limpia la idea de la
Latacunga del futuro, al que ame esta tierra, al que regresó, al que
nunca se fue, al que sufre cuando los ajenos rayan las paredes y
cuando el propio no le reclama. Busquemos, justamente, al que tiene
la mejor IDEA de Latacunga.
Dejemos algo en claro:
hasta hoy, casi nadie tiene ni la mas remota idea de lo que mi ciudad
es.