miércoles, 20 de mayo de 2015

Sin ideas.




La idea es, por concepto, el primero y más obvio acto de la inteligencia humana que se circunscribe, en primer lugar, a la simple asimilación del concepto de algo, luego, se comprende como idea a la construcción mental de una imagen de un algo que, existente, puede ser inteligible y, si no existente, puede llegarse a factibilizar.

Entonces, la idea es, por supuesto, un acto meramente humano. La idea es, en definitiva lo que nos hace humanos y nos diferencia del resto de animales. De ella se devienen el genio, la imaginación, la aptitud, la capacidad, la perfección, la creatividad.

Sin ideas, la humanidad no existe.

Pero, alejémonos del primer concepto de idea, el de asimilar conceptos, pues eso es solo un acto casi osmótico. Tomemos a la idea como la fuente de creación. Quien crea es superior al resto, quien genera algo nuevo a partir de la nada es un superhumano y se acerca más a Dios.

Siguiendo esta lógica, la idea es el camino para la perfección del hombre, para su santificación en sentido genérico; el camino real para llegar a Dios, aún por sobre la oración, meditación o cualquier rito inventado por la gente.

Y por eso estamos así hoy, como estamos. Llegamos a un punto de nuestra involución, donde es más bien visto un ingeniero que un filósofo (con el mayor respeto y cariño a mis amigos técnicos). Vale más un buen petrolero que un sociólogo, un albañil que un especialista en feng shui. Todo es necesario, desde luego, pero el trabajo intelectual avanzado, la investigación de todas las ciencias, la observación de los fenómenos humanos no valen más que la capacidad de un niño para manejar una computadora.

Se avala al administrador que conoce de presupuestos, de números, de técnicas, de urbanística; pero no se califica su conocimiento sobre simplemente, cómo vivir bien y hacer que los otros vivan bien. ¿Que es mejor, un Máster o un PhD? ¿Es mejor el que sabe hacer, o el que sabe por qué y para qué se hace? Es ésta la diferencia entre el peón, el ingeniero, el arquitecto y el dueño de la casa que se construye: el peón sabe hacer muy bien las paredes, el ingeniero conoce el cómo deben ser colocadas para que no se caigan, el arquitecto le otorga un sentido estético, artístico si se quiere; pero el dueño de la casa, y solo él, sabe cómo van a vivir sus hijos dentro de ella. Luego, ¿quién de ellos tiene un conocimiento más importante?

Esto hay que aplicar en nuestra ciudad: para que nos administren, no busquemos peones que solo sepan mover las piedras para prodigar lucro, ni aún a técnicos capaces de construir puentes, aunque los construyan sobre desiertos; tampoco a artistas superficiales que se solacen en el aspecto de sus obras sin saber si son útiles para los demás; busquemos un dueños de casa, un latacungueño de corazón y raigambre, uno que sepa como se ha vivido en nuestra casa, y que tenga claro como se ha de vivir los próximos cincuenta o cien años.

A la final, un buen dueño de casa, bien puede contratar arquitectos, ingenieros y albañiles. A la final, todos ellos son necesarios, pero eso no quiere decir que ellos deban comandar al dueño de la casa.

Ya basta de tecnócratas que solamente saben “cómo hacer”; busquemos al que tenga claro el “para qué hacer”. Busquemos al que tenga limpia la idea de la Latacunga del futuro, al que ame esta tierra, al que regresó, al que nunca se fue, al que sufre cuando los ajenos rayan las paredes y cuando el propio no le reclama. Busquemos, justamente, al que tiene la mejor IDEA de Latacunga.

Dejemos algo en claro: hasta hoy, casi nadie tiene ni la mas remota idea de lo que mi ciudad es.


jueves, 14 de mayo de 2015

Cómo fabricar una ciudad.




Primero que nada, una ciudad no es una estructura de cemento; una ciudad es un concepto.

Los conceptos se construyen a partir de definiciones precisas de lo que se quiere significar a partir de una idea. En este orden, la idea “Latacunga”, ¿que significa, qué representa?. Una vez sepamos qué es lo que queremos representar a través de la idea “Latacunga”, debemos plasmar esas representaciones de forma organizada y suficientemente fácil de entender para todos. Luego, tenemos un concepto de “Latacunga”, y, ese concepto, puesto a la práctica, se convierte en lo que llamamos ciudad física o de cemento.

No se si me explico bien: una ciudad no es un conjunto de calles y casas más o menos organizadas alrededor de un parque. Una ciudad es un espíritu vivo, un concepto de vida y una forma de existir dentro de una Nación.

Ahí es donde nos estamos equivocando en la Administración de Latacunga. Tanto administradores como ciudadanos se entretienen en cómo reclamar y cómo hacer obras, mientras, entre puentes y bordillos, se pierde el verdadero concepto “Latacunga”. Y no estoy hablando de identidad, ni cultura, ni educación; ni siquiera de principios o valores. Estoy hablando, simplemente, de normas de convivencia.

Necesitamos un concepto claro de qué es Latacunga, cómo se vive aquí, cuáles son las normas de comportamiento que debemos tener, etcétera. La idea “Latacunga”, ¿viene con casas grises, blancas o de colores?, ¿tiene áreas de estacionamiento especiales?, ¿prefiere arquitectura incluyente?, ¿privilegia al peatón o al automovilista?, ¿propende a la construcción de casas o departamentos?, ¿como mira Latacunga a las mascotas y animales en general?, ¿queremos industria en Latacunga?, ¿cuáles son las políticas de transporte público, turismo, agua?...

Primero que nada, hay que hacer una lista enorme de preguntas, todas basadas en la convivencia diaria de los ciudadanos y las necesidades propias de las ciudades modernas. Como segundo paso, debemos responder esas preguntas. Una vez con las respuestas, las más simples posibles, las agrupamos según su temática. Con cada grupo de respuestas, nos avocamos a organizar políticas públicas locales, es decir, reglas generales sobre cada grupo de respuestas. Una vez con las políticas establecidas, es decir, con los principios generales y universales que regirán el concepto “Latacunga”, nos dedicamos a hacer un reglamento, igual, el más simple y lógico posible, para cada principio y, solo en los casos que sea estrictamente necesario, para alguna respuesta individual.

Adivinen qué: acabamos de hacer una ordenanza. ¿Ven? No es nada difícil.

Lo difícil es hacer entender al Administrador de turno, que no necesitamos “otra” ordenanza, sino una reconstrucción completa e integral de todo el sistema de ordenanzas de la ciudad: UNA RECOSTRUCCIÓN DEL CONCEPTO “LATACUNGA”.

Nos seguimos atorando en reglamentar “X” o “Y” situación, creando ordenanzas nuevas atiborrando de basura legislativa los archivos oficiales. No necesitamos más ordenanzas, necesitamos la recomposición completa del sistema administrativo de la ciudad, pronto, urgente, emergente. El sistema está mal, y cuando la misma estructura es deficiente, los elementos que soporta tampoco pueden ser eficientes, aunque quieran.

El concepto “Latacunga” está perdido entre un mar de regulaciones caducas o confusas, que han permitido y casi auspiciado una ciudad gris y desordenada. Seguimos viendo casas en grises, lotes vacíos y, aveces, una que otra vaca o puerquito en las zonas supuestamente urbanas.
Construir una ciudad es fácil, relativamente: primero tengan claro el concepto, luego, hagan reglas en torno a ese concepto. Si lo hacen bien, la parte física se irá reacomodando casi y por sí sola.

Pero en esto último está la clave: háganlo bien, con técnica legislativa y jurídica, con buena fe y, sobre todo, con sentido común. El resto, cae por su propio peso.


viernes, 8 de mayo de 2015

La misma cosa.



Pues ya es mediados de año, y del 2015. ¿Cuántos días han pasado, cuántos meses, cuántos años, desde la última vez que nos sentamos en una banca del parque Vicente León, a ver y analizar cómo está nuestra ciudad?

Es que ya no nos preocupamos de eso, simulamos que no nos interesa. Damos por hecho que las cosas están bien en Latacunga, pues a nuestra casa aún no entran los ladrones ni se nos ha caído el cielo encima. Todo está bien, mientras a mi no me toque.

Pero haga el ejercicio, vecino. Vaya al parque y siéntese en la banca que más le guste, busque hacia donde sale el sol, y revise ese pedacito de la ciudad. Vea bien lo que tiene al frente. ¿Que ve? En seguida me responderá que todo está bien, que todo está igual. Y ese es el punto, pues, vecino. ¿Cómo va a estar bien que las cosas sigan igual?

Vaya al parque, en serio, y vea, desde donde sale el sol hasta donde se oculta, todo sigue igual. La misma cosa es, hoy, que hace cinco o diez años. A veces cambian de pintura, a veces de nombre, a veces de olor; pero lo mismo es, sin duda.

En el mundo de la información y la velocidad, en nuestro país que ha cambiado Constitución, leyes, organismos y hasta matriz productiva en menos de una década, sorprende que la ciudad de los “sabios y grandes”, se muestre igual de ignorante y pequeña que hace cien años. Estamos mal.

Ya me dirán, que trato mal a la ciudad, y que atento al amor propio de lo vecinos. Pero hablemos latacungueño, hablemos frontal y claro sin vueltas. No tenemos idea ni nos interesa lo que pasa en la administración de nuestra ciudad. Ignoramos por voluntad o asqueo propio. Nuestra mente, en muchos casos, no quiere ir más allá de las necesidades mensuales, nuestras almas, parece, que no quieren ir más lejos que nuestras estrechas veredas y, pese a tanto condominio, lotización y conjunto habitacional bien o mal autorizado, el latacungueñismo no crece un ápice, sino entre unos pocos. Lo repito: ignorantes y pequeños. Así nos tienen.

¿Que dirian, si vieran cómo estamos hoy, por ejemplo, Ramírez Fita, Marco Aurelio Subía, Rumazo González, Varea Quevedo, Rafael Cajiao y hasta el mismo Vicente León?

Y si, de esos nombres, solo le suena el último, vaya a ver vecino, que mal latacungueño es usted.

Ya, levántese del sillón, por enésima vez le pido. Fabriquemos la ciudad que queremos, que nadie nos va a dar haciendo. Por eso seguimos como hace tanto tiempo, igual que siempre y peor que nunca.

Hablemos claro, hablemos latacungueño. Aceptemos, de frente y con vergüenza, que estamos en la misma cosa que antes.

Cambiemos todo. Cambiemos todos.