“Si algún
día-maldito ese día-
se pretende empañar tu grandeza,
lucharemos y aún en la huesa,
vengaremos la vil felonía.”
se pretende empañar tu grandeza,
lucharemos y aún en la huesa,
vengaremos la vil felonía.”
Si no saben de dónde
sale este verso, seguramente no estudiaron su primaria en Latacunga.
No sea, su desconocimiento, motivo de vergüenza, pues casi nadie
recuerda un himno completo. Lo admito, yo tampoco lo recordaba.
Pero bueno, ahora que
lo hemos recordado, debemos hacer compromiso de fiel cumplimiento a
su texto. Es que, lo hemos cantado tantas veces en la niñez, que
desobedecer lo recitado, sería casi como serle desleal a nuestro
propio niño, a nuestro propio yo, al latacungueñismo con el que
crecimos y, por ende, a nuestra propia madre, que nos permitió el
don de ser latacungueños.
Y es que han sido
malditos los días -muchísimos días-, en que, uno tras otro, lobos
vestidos de corderos han socavado los pilares de nuestra cuna. Y no
se diga, socavado también, nuestro tesoro y hacienda. Malditos los
días, en que los latacungueños salimos para no volver. Más maldito
el día, en que se vuelve para perjudicar. Desde hace mucho nos hemos
visto invadidos por forasteros. Hemos permitido hacer y deshacer a
cualquiera. Hemos elegido mal, y permitido mucho.
El estado actual de la
ciudad proviene de culpas generacionales: luego de la generación de
los filántropos, sabios y grandes, devino la generación de los
dormidos en laureles. De los dormidos en laureles, no se pudo obtener
sino una generación de ignorantes despreocupados. A ésta le sigue
una generación de quejosos fugitivos, que no supieron hacer más que
abandonar su ciudad, en busca del crecimiento egoísta y, los que se
quedaron, se quedaron a hacer nada. Así sucedió: el padre grande,
noble y generoso, crió hijos consentidos y sin sentido del deber;
éstos criaron a sus hijos sin visión, acostumbrándoles también a
recibir todo fácil; y éstos, a su vez, criaron descariño, falta de
pertenencia y vacío.
Y en esa situación nos
encontramos hoy: Latacunga sin latacungueños; Latacunga sin
latacungueñismo; latacungueños sin alma, sin sentido del deber, ni
amor propio.
Y llegamos a nuestra
generación, la actual, aparentemente huérfana y heredera de
desamores.
Pero la historia no es
lineal, sino espiral. No necesitamos herencias directas, sino
apersonarnos de la identidad de nuestros más anteriores
ascendientes. Esta generación, la nuestra, a manera de venganza,
retomará el civismo de nuestros tataras y bis abuelos, de los padres
de esta tierra. Terminada está, la época de “dejar pasar”. Es
momento, por efecto de la espiral histórica, de volver a la tierra
de sabios y grandes.
Y aquí seguimos, los
que quedamos, reclamando a nuestros hermanos que siguen fuera. No
somo s pocos, ni estamos muertos, solo dormidos.
¿Dónde estás,
juventud latacungueña, que callas y te escondes? ¿No te duele,
acaso, los golpes que están dando a tu madre?