miércoles, 16 de abril de 2014

Verso olvidado




“Si algún día-maldito ese día-
se pretende empañar tu grandeza,
lucharemos y aún en la huesa,
vengaremos la vil felonía.”

Si no saben de dónde sale este verso, seguramente no estudiaron su primaria en Latacunga. No sea, su desconocimiento, motivo de vergüenza, pues casi nadie recuerda un himno completo. Lo admito, yo tampoco lo recordaba.

Pero bueno, ahora que lo hemos recordado, debemos hacer compromiso de fiel cumplimiento a su texto. Es que, lo hemos cantado tantas veces en la niñez, que desobedecer lo recitado, sería casi como serle desleal a nuestro propio niño, a nuestro propio yo, al latacungueñismo con el que crecimos y, por ende, a nuestra propia madre, que nos permitió el don de ser latacungueños.

Y es que han sido malditos los días -muchísimos días-, en que, uno tras otro, lobos vestidos de corderos han socavado los pilares de nuestra cuna. Y no se diga, socavado también, nuestro tesoro y hacienda. Malditos los días, en que los latacungueños salimos para no volver. Más maldito el día, en que se vuelve para perjudicar. Desde hace mucho nos hemos visto invadidos por forasteros. Hemos permitido hacer y deshacer a cualquiera. Hemos elegido mal, y permitido mucho.

El estado actual de la ciudad proviene de culpas generacionales: luego de la generación de los filántropos, sabios y grandes, devino la generación de los dormidos en laureles. De los dormidos en laureles, no se pudo obtener sino una generación de ignorantes despreocupados. A ésta le sigue una generación de quejosos fugitivos, que no supieron hacer más que abandonar su ciudad, en busca del crecimiento egoísta y, los que se quedaron, se quedaron a hacer nada. Así sucedió: el padre grande, noble y generoso, crió hijos consentidos y sin sentido del deber; éstos criaron a sus hijos sin visión, acostumbrándoles también a recibir todo fácil; y éstos, a su vez, criaron descariño, falta de pertenencia y vacío.

Y en esa situación nos encontramos hoy: Latacunga sin latacungueños; Latacunga sin latacungueñismo; latacungueños sin alma, sin sentido del deber, ni amor propio.

Y llegamos a nuestra generación, la actual, aparentemente huérfana y heredera de desamores.

Pero la historia no es lineal, sino espiral. No necesitamos herencias directas, sino apersonarnos de la identidad de nuestros más anteriores ascendientes. Esta generación, la nuestra, a manera de venganza, retomará el civismo de nuestros tataras y bis abuelos, de los padres de esta tierra. Terminada está, la época de “dejar pasar”. Es momento, por efecto de la espiral histórica, de volver a la tierra de sabios y grandes.

Y aquí seguimos, los que quedamos, reclamando a nuestros hermanos que siguen fuera. No somo s pocos, ni estamos muertos, solo dormidos.

¿Dónde estás, juventud latacungueña, que callas y te escondes? ¿No te duele, acaso, los golpes que están dando a tu madre?

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