Cuando
se está acostumbrado a hacer deporte, y por cualquier motivo debe
dejar de entrenar por un buen tiempo, uno empieza a sentirse
deprimido. Luego decimos que no salimos a entrenar porque estamos
deprimidos. La realidad es al revés: estamos deprimidos porque no
entrenamos.
La
ciudad es igual. Para los filósofos clásicos, el deporte de la
ciudad es justamente su administración y gobierno. Entrenar es, bajo
el mismo ejemplo, participar activamente del ejercicio de ese
gobierno.
¿Entienden
ahora por qué nuestra ciudad se siente tan deprimida? Es simple: los
ciudadanos, que somos propiamente las células de la ciudad, no
estamos gobernando ni participando de la administración. Si las
células de los músculos dejan de trabaja, el músculo muere y el
deportista se torna deficiente y deprimido. Si los ciudadanos dejamos
de participar del gobierno de la ciudad, sus organismos
administradores se vuelven vagos y la ciudad también se torna
deficiente y deprimida.
Latacunga
está enferma de depresión. Los organismos administrativos se han
vuelto ociosos y hasta parásitos y los ciudadanos no hacemos nada.
Hablando
con propiedad, Latacunga NO tiene gobierno. Esto, claro, visto el
gobierno como el acto de dirigir, controlar y administrar. Aquí no
se dirige porque no hay un proyecto real que dirigir; no se controla
porque no se tiene los pantalones, en unos casos, o no se tiene los
recursos y medios adecuados, en otros; y no se administra porque,
simplemente, no se tiene idea de cómo hacerlo.
Pero
recordemos que los organismos son como los músculos, y que los
ciudadanos son como las células. Lo que sucede en Latacunga es
rarísimo: las células quieren que los músculos hagan, pero sin que
las células participen. ¿Cómo puede el corazón seguir bombeando,
si sus células no se comprimen juntas y a ritmo?
Entonces,
y como no me canso de decir, la culpa es nuestra. Si a las células
no se les da la gana, pues el músculo no se mueve, y punto. Si las
células hacen fuerzas todas juntas y con la intensidad suficiente,
el músculo se rompe.
Nosotros
somos latacungueños, hijos de próceres, filósofos, escritores,
independentistas, ideólogos... No hechemos a la basura la herencia
de nuestros ancestros. Es tiempo de recuperar nuestra ciudad y
hacerlo juntos.
La
economía local no se moverá, mientras insistamos en evitar
comprarle al vecino o afincar nuestras inversiones aquí. Todos
estamos asustados, deprimidos; con nuestros ahorros metidos bajo el
colchón esperando que algo maravilloso pase afuera. ¡Nada va a
pasar afuera! Nosotros somos amos y señores de todo lo que pasa
adentros; y, es aquí adentro donde los cambios deben ser realizados.
Es
nuestra obligación inmiscuirnos en la administración local. Si los
que delegamos no saben administrar, pues gobernemos nosotros.
Hagamos, vecinos, una ciudad boyante con el simple ejercicio de
gobernar nuestros cuatro metros cuadrados y, por supuesto, impedir
que los músculos se muevan para donde nosotros no queremos.
La
marcha contra al delincuencia fue una buena iniciativa. Faltaron
células.
Nos
tienen divididos. Para buscar implanta el camal en Tilipulo habían
hablado con los barrios cercanos, les pintaron mariposas y con su
anuencia, el gestor de este proyecto se llena la boca diciendo que
“la ciudadanía” está de acuerdo. Dejemos algo claro: tres
barrios no son “la ciudadanía”. La hacienda Tilipulo no es de
doscientas gentes: pertenece a más de cien mil latacungueños.
Vecino,
deje de sentirse solo y deprimido. Usted es una célula, el más
importante elemento de la ciudad. Sin usted la ciudad se muere, y
porque usted no funciona bien es que Latacunga agoniza.
Las
cosas en mi ciudad están mal. Y lo digo de frente. O los
latacungueños empezamos a hacer lo que debemos hacer, o nos vamos
todos al mismo hueco donde van a parar los enfermos que no se curan.
Decida,
vecino: quiere ser latacungueño o quiere ser un cáncer. Hoy es
cuando. Mañana es tarde.