Me
gusta mi ciudad, y me gusta también sus tratos coloquiales. Si es
frío está chachay; si caliente, rrarray; si feo, tatay. Cuando
golpean la puerta y no queremos atender, decimos “ya no hay trago”;
y si nos tenemos que ir, reclamamos que “no dan nada”.
Hablamos
simpático los latacungueños. Pero más allá de lo “alhaja”que
suenan nuestras expresiones diarias, su uso nos da identidad: nos
vuelve más latacungueños.
Pero
todas estas palabras encierran un significado propio y profundo. La
mayor parte son quichuismos remedados y heredados de los obrajes y
batanes que existieron en la ciudad. Otros son frases determinantes,
que se dicen casi sin decir, pero cuyo valor es extraordinario cuando
se los analiza,.
Me
voy, porque no dan nada. Te dejo, porque eres ingrato. Me largo,
porque eres mal anfitrión.
Chuta!
Qué fuerte es esto. Y parece que no decimos mucho. Pero la realidad
no permite que la frase sea falsa. Como aquí no dan nada, vamos
décadas migrando para poder obtener un trabajo. Los inversionistas
no vienen ni pagados y, los que había, poco a poco están saliendo a
lugares donde si dan, y mucho.
¿Cómo
esperamos atraer al foráneo, si ni siquiera encontramos motivo para
quedarnos nosotros mismos?
Bueno,
ya no quiero decir mucho de los supermanes y elegidos del pueblo,
quienes no dan nada, pero porque, mismo-mismo no dan. Léase en
idioma latacungueño: esos manes NO DAN. Dejémosles descansar esta
semanita.
Hoy
me pego con usted, vecino. ¡Es que usted tampoco da nada! No atiende
bien, no sonríe, no tiene paciencia con los gringuitos. Está
espantando el cliente pues, vecino. Y luego se queja de no andar bien
su negocio.
Los
latacungueños nos hemos acostumbrado a dar poco, o nada. Estamos
atados a la Ley del menor esfuerzo. Prueba de ello, lo que siempre
digo: la juventud secuestrada por el aparataje público, porque les
da pereza crear. Los mayores, aunque aún útiles, buscan jubilarse
lo antes posible. Las mujeres, en algunos y no pocos casos, confían
más en su apariencia que en su capacidad intelectual y los que
alcanzan a un cargo de los llamados “de poder” se contentan con
mantener el status quo en lugar de motivar un cambio real, una
evolución en la sociedad.
Claro,
es más fácil un sueldo cada 30 y una pensión miserable que el
riesgo de invertir, de trabajar sin horarios, de crear. Le tenemos
miedo, pánico al más pequeñito error. ¡Diosito nos libre de
fracasar! Y si, tengo una habilidad diferente, el miedo es que a los
otros no les guste. Así hemos perdido a valiosos artistas,
matemáticos, físicos, deportistas y creativos del mas alto nivel,
que fueron a ser ellos mismos en otro lado, porque aquí se sentían obligados a ser simplemente standard.
Y,
si nos quedamos y nos va bien, tiene que ser porque andamos con los
narcos o cualquier cosa parecida. Pero un vecino nuestro nunca
aceptará que uno sea capaz de crecer lícitamente.
Nos
falta mucha humildad; pero, sobre todo, nos falta solidaridad.
Vea,
vecino, la cosa es simple, si usted no da nada, yo me voy. Y si yo no
doy nada, pues usted está en su justo derecho de retirarse.
Empiece
a dar, empiece a ceder, a ofrecer, a regalar. ¡Acaso que le estoy
pidiendo plata! Una sonrisa, un buen gesto, un “Buenos días”,
una horita más de trabajo, un poquito más de limpieza en su local,
una canción, un caramelito o un comentario positivo.
Al
menos a mi, si me da un comentario, le voy a agradecer bastante.
Aunque sea “guambra mudo” dígame, pero no se quede callado.
¡No
se quede quieto, vecino, que el agua quieta se pudre!