jueves, 15 de octubre de 2015

Cambiar o morir



Llegamos a un momento histórico: se nos propone seguir viviendo o, si es que nos arriesgamos, podríamos empezar a vivir.

Lo que digo no es error gramatical, vecino. Es que una cosa es estar vivo y otra cosa es vivir. Estar vivo es un asunto de mera existencia, no implica acción y se basa en el solo hecho de seguir respirando. Así estamos hasta ahora: respirando inactivos, esperando que llegue el diluvio universal, erupcione el Cotopaxi, o nuestra ciudad colapse o la hagan colapsar y todo; pero sin inmutarnos, con tal de tener el alimento que nos contente.

En cambio, vivir es otra cosa. Vivir es acción, es una potencialidad positiva y un ejercicio de la voluntad. Vive el que hace, vive el que actúa, el que inspira, el que crea y motiva.

Y digo que estamos en ese momento histórico porque hemos llegado al punto de quiebre. No podríamos estar más grises. Como ciudadanos nos hemos despreocupado de generar movimiento. Ya no existe organización filantrópica ni voluntariado desinteresado. Tampoco hay actores políticos reconocibles. Apenas hay por ahí uno u otro pseudo dirigente que nos entretiene con maromas politiqueras más propias de un show televisivo que de un libro de Platón.

Estamos, hablando “latacungueño”, en la lona. Y si como ciudadanos nos hemos quedado quietos, qué hemos de esperar de los que se supone nos lideran, sino lo mismo: inactividad.

La ciudad es un caos. El tránsito depende más de la suerte que de la señalética y es un día bendecido aquel que no nos hayamos librado de chocarnos con un taxista, busero o motociclista. SIMTEL es una falacia: a veces se pude dejar el carro parqueado durante horas y, otras veces, aparece el candadito naranja cuando nos hemos olvidado de cambiar la tarjeta un par de minutos, y no hay santo que nos salve ni razón que se acepte. Los pasos cebra no sirven ni para jugar a la rayuela y no hay chofer “profesional” que sepa respetar un semáforo en amarillo o rojo.

Pero todo esto es bueno, aunque no lo crean. Porque hemos llegado al estado en que hasta el vecino más vago y pusilánime se siente mortificado. ¡Hasta el más cómodo se da cuenta que estamos mal!

Si, con todo esto, que es una señal del destino, usted vecino no se da cuenta de la urgencia de hacer algo, entonces no habrá nada en esta vida que le salve de la extinción. Usted puede que siga estando vivo, pero como latacungueño dejará de vivir. ¿Ahora entiende la diferencia entre vivir y simplemente estar vivo?

Es verdad, cada uno de nosotros estamos obligados a modificar nuestra conducta en pro de la convivencia y el progreso. Pero también es cierto que somos muy malcriados y no cambiaremos así nomás. Se necesita castigo, fuete. Iba a decir correa, pero por los obvios efectos e interpretaciones descomedidas que pudieran hacerse, prefiero la fusta.

Y no es chiste. Esta ciudad necesita orden.

Para todo se pretexta falta de presupuesto, pero solo multando a los infractores se podría hacer millonaria esta ciudad. Propongo algo simple: desarmen ese SIMTEL que no hace más que incomodar, organicen bien los parqueaderos municipales y hagan convenios con los privados, hagan crecer las veredas sobre la zona azul y a todo ese personal pónganles a controlar el tránsito, con unas buenas cámaras como dotación que le permitan multar a todos los malcriados que hoy están de vivos en mi ciudad. Ahí está la plata.

Lo que sea puede hacerse. En serio, lo que sea... algo... cualquier cosa. Vivir es accionar, actuar, cambiar. Si seguimos como estamos desapareceremos. Hay que cambiar.

Le pregunto, vecino, ¿a quién cambiamos primero?





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