Llegamos
a un momento histórico: se nos propone seguir viviendo o, si es que
nos arriesgamos, podríamos empezar a vivir.
Lo
que digo no es error gramatical, vecino. Es que una cosa es estar
vivo y otra cosa es vivir. Estar vivo es un asunto de mera
existencia, no implica acción y se basa en el solo hecho de seguir
respirando. Así estamos hasta ahora: respirando inactivos, esperando
que llegue el diluvio universal, erupcione el Cotopaxi, o nuestra
ciudad colapse o la hagan colapsar y todo; pero sin inmutarnos, con
tal de tener el alimento que nos contente.
En
cambio, vivir es otra cosa. Vivir es acción, es una potencialidad
positiva y un ejercicio de la voluntad. Vive el que hace, vive el que
actúa, el que inspira, el que crea y motiva.
Y
digo que estamos en ese momento histórico porque hemos llegado al
punto de quiebre. No podríamos estar más grises. Como ciudadanos
nos hemos despreocupado de generar movimiento. Ya no existe
organización filantrópica ni voluntariado desinteresado. Tampoco
hay actores políticos reconocibles. Apenas hay por ahí uno u otro
pseudo dirigente que nos entretiene con maromas politiqueras más
propias de un show televisivo que de un libro de Platón.
Estamos,
hablando “latacungueño”, en la lona. Y si como ciudadanos nos
hemos quedado quietos, qué hemos de esperar de los que se supone nos
lideran, sino lo mismo: inactividad.
La
ciudad es un caos. El tránsito depende más de la suerte que de la
señalética y es un día bendecido aquel que no nos hayamos librado
de chocarnos con un taxista, busero o motociclista. SIMTEL es una
falacia: a veces se pude dejar el carro parqueado durante horas y,
otras veces, aparece el candadito naranja cuando nos hemos olvidado
de cambiar la tarjeta un par de minutos, y no hay santo que nos salve
ni razón que se acepte. Los pasos cebra no sirven ni para jugar a la
rayuela y no hay chofer “profesional” que sepa respetar un
semáforo en amarillo o rojo.
Pero
todo esto es bueno, aunque no lo crean. Porque hemos llegado al
estado en que hasta el vecino más vago y pusilánime se siente
mortificado. ¡Hasta el más cómodo se da cuenta que estamos mal!
Si,
con todo esto, que es una señal del destino, usted vecino no se da
cuenta de la urgencia de hacer algo, entonces no habrá nada en esta
vida que le salve de la extinción. Usted puede que siga estando
vivo, pero como latacungueño dejará de vivir. ¿Ahora entiende la
diferencia entre vivir y simplemente estar vivo?
Es
verdad, cada uno de nosotros estamos obligados a modificar nuestra
conducta en pro de la convivencia y el progreso. Pero también es
cierto que somos muy malcriados y no cambiaremos así nomás. Se
necesita castigo, fuete. Iba a decir correa, pero por los obvios
efectos e interpretaciones descomedidas que pudieran hacerse,
prefiero la fusta.
Y no
es chiste. Esta ciudad necesita orden.
Para
todo se pretexta falta de presupuesto, pero solo multando a los
infractores se podría hacer millonaria esta ciudad. Propongo algo
simple: desarmen ese SIMTEL que no hace más que incomodar, organicen
bien los parqueaderos municipales y hagan convenios con los privados,
hagan crecer las veredas sobre la zona azul y a todo ese personal
pónganles a controlar el tránsito, con unas buenas cámaras como
dotación que le permitan multar a todos los malcriados que hoy están
de vivos en mi ciudad. Ahí está la plata.
Lo
que sea puede hacerse. En serio, lo que sea... algo... cualquier
cosa. Vivir es accionar, actuar, cambiar. Si seguimos como estamos
desapareceremos. Hay que cambiar.
Le
pregunto, vecino, ¿a quién cambiamos primero?
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