Un par de amigos, hace varias
semanas, emprendieron un negocio de empanadas. Eso, así de simple: hacer y
vender empanadas. La diferencia radica en su enfoque: no querían “vender”
empanadas, sino crear una empresa reconocida del servicio y elaboración de las
golosinas, con materiales, técnica y procedimientos del más alto nivel y
calidad internacional. Empiezan pequeños, pero se miran, ellos mismos, muy
grandes.
Sucede que son contratados
por una entidad pública para atender un evento, y, para maravilla de quienes
les conocemos, la gente, que se vio muy bien atendida, no creía que esta
iniciativa había nacido de dos latacungueños de cepa. Creían, los comensales,
que las virtudes que saboreaban venían de manos extranjeras.
Estamos mal acostumbrados a
pensar que nada bueno puede salir de aquí. Esperamos lo mejor que podemos pagar
de otras ciudades, y despreciamos las enormes potencialidades de nuestros
propios vecinos. Es más, nos hemos mal acostumbrado a creer que, en Latacunga,
solamente existen empleados públicos, floricultores, migrantes rurales y
politiqueros. ¡Nada más falso que eso!. Aquí habemos jóvenes profesionales,
hambrientos de progreso, mentes capaces y cuerpos prestos para el sacrificio de
la labor. Existimos latacungueños “de cepa”, hijos de hijos de latacungueños,
fulgorosos amantes de nuestra ciudad y comprometidos con ella y su crecimiento.
No es, Latacunga, como se
dice medio en broma y medio en serio, un caserío que queda entre Quito y
Ambato. No somos, los latacungueños, como también se menciona con sarcasmo,
chagras y buenos bebedores. Esta es una ciudad próspera, momentáneamente atada
por nuestros errores electorales, pero llena de gente carismática, alegre,
industriosa, culta e inteligente.
Hay que hacer la distinción,
pues no puedo referirme a todos los HABITANTES de Latacunga, sino a los
LATACUNGUEÑOS. Si, a los que además de tener el 05 en la cédula, tuvimos la
divina gracia de ver la primera luz en esta ciudad, de haber sido criados por
latacungueños, de haber sentido la pena de ver a nuestros amigos ir a buscar
mejores suertes en otras ciudades y, muchos, como yo, haber regresado, más
convencidos aún, de que éste es el mejor lugar del mundo para vivir.
El latacungueño es educado;
es un completo caballero. El latacungueño es idealista, frontal, sincero,
alegre, buen anfitrión, gallardo, culto, fervoroso y, sobre todo, valiente. Y
no estoy dando a pensar que éstas calidades hayan disminuido en los últimos
años, estoy diciendo, y bien claro, que, en Latacunga, hay quienes aún no han
aprendido a ser LATACUNGUEÑOS.
No se tome esto como un acto
de discrímen, por favor. Mi ciudad es también generosa, y suficiente para
cobijar a hijos de otros pueblos. Pero, nuestros huéspedes permanentes, deberán
acoger para si las obligaciones y principios propios de los latacungueños, como
si fueren un mashca más. Mejor que eso, el que no es latacungueño, como acto de
gratitud por la cósmica benevolencia de poder vivir en mi ciudad, debe ser
mejor que el mejor latacungueño. A mis huéspedes les pido, les exijo: no vengan
a cambiar mi casa; permitan que el egregor de mi casa les cambie su vida. No
ensucien mis calles ni pinten mis paredes, permitan que el sano ambiente de mi
casa les contagie de alegría y les permita sonreir conformes, pues el destino
les ha premiado con la posibilidad de vivir en Latacunga.
LATACUNGUEÑO no es un
gentilicio: es un adjetivo. LATACUNGUEÑO no es, solamente, el que nació en
Latacunga, sino el que sabe vivir y mostrar todas las cualidades que ya
enunciamos. LATACUNGUEÑO no es una calidad geográfica, sino una filosofía de
vida.
Que llegue el día en que
todos los habitantes de Latacunga, se sientan y se hagan sentir latacungueños.
Amén.
Super pana.. las naples :)
ResponderEliminarGracias por una verdad dicha con profunda sencilles
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