viernes, 7 de marzo de 2014

No es que no nos guste, es que no hay.




Las generaciones de nuestros abuelos y padres nos culpan, a nosotros, a las últimas generaciones, de ser poco participativas. Se nos condena por el inactivismo político y del quemeimportismo social. Y, en gran parte, podrían tener razón.

Nuestra generación, a la que todos le cuelgan la responsabilidad de ser el futuro de la patria; mi generación, simplemente no quiere ser otro intento fallido, ni títere de turno, ni blanco fácil de viejos y caducos cazadores. Esta generación se reúsa a ser borrego. Los jóvenes de hoy no queremos ser demagogos, ni vendedores de esperanzas, ni oportunistas, ni beneficiarios gratuitos del bien público.

No es apatía. ¡Claro que nos interesa la política! Por supuesto que nos es importante el futuro de nuestra tierra, después de todo, es nuestro futuro también. Además, los humanos somos políticos por el solo hecho de vivir en comunidad. Es solo que en estos últimos veinte años en nuestra ciudad no ha existido política real. Hasta el día de hoy no existe una propuesta socio-económica local, sino que, como siempre, se continúa vendiendo promesas de chaupi-obras, a cambio de votos anónimos.

Pero bueno, a nivel nacional, bien o mal, y sin entrar a ver si es obra de ángeles o demonios, se está madurando un cambio. Insisto, no sé si bueno o malo, pero cambio al fin. En contraste, en nuestra localidad, el tiempo corre a diferente ritmo, todo sigue desagradablemente igual. ¡Aquí no hay política!, ni políticos tampoco. Lo que sí existe es buenos – o malos - conocidos que se han permitido acceder a mini-lideratos, sin más bandera que la de turno, y con el único mérito de ser carita conocida.

Los jóvenes no estamos muertos, solo dormidos. Se debe interpretar nuestro silencio no como conformismo, sino como protesta. Estamos callados, porque lo que queremos decir no es lo que se nos ha acostumbrado a escuchar. No nos faltan las palabras, ni tampoco las ideas. Nuestro silencio se dirige a aquellos que, agotadas sus ideas, se han dedicado a las solas palabras.

Estamos en el punto perfecto, en el lugar histórico adecuado para empezar de nuevo. Hacer una política de convicción, y formar gente crítica, y más que eso, gente exigente, que busque lo que necesita y se lo exija a la autoridad, que excite los mecanismos administrativos y judiciales para conseguirlo. Es tiempo de generar crítica, de crear, de hacer, de resurgir individual o colectivamente en lo que algún tiempo fue tierra de estudiosos y filántropos.

Y si el silencio continúa, es solo porque la mayoría de jóvenes está fuera de su casa, prestando su contingente a otras ciudades. Ah, pero que no se diga que eso nos hace malos hijos. Después de todo, fue la generación de nuestros padres la que acabó con las posibilidades de mantenernos en nuestra casa. ¿No fueron, todas las anteriores generaciones, artífices y/o espectadores silentes, de la debacle que ha convertido a nuestra ciudad en casi nada?

Y, hora, tras más de veinte años de abandono –y aprovechamiento-, hoy, que ya todas las caritas se repiten, hoy, cuando todas las ideas “nuevas” suenan igual, ahora es que los partidos y otras sectas políticas vuelcan su mirada a la juventud.

Hoy los jóvenes no quieren la vieja demagogia. Es tiempo, y están listos los latacungueños que cambiarán la forma en que se hace “política”. Pronto, serán los jóvenes quienes generen nuevos movimientos y partidos. Por eso, a los viejos polítiqueros les digo: no pierdan el tiempo “reclutando” juventudes, solo déjense morir, que alguien ocupará su lugar.

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