jueves, 31 de julio de 2014

NO SEA MALCRIADO!


A usted le digo, vecino: no sea malcriado. Y no se lo digo gratuitamente. Puede ser que usted, para su concepto, sea un ciudadano modelo, y, obviamente, todos los demás estamos mal. Ahora bien, le voy a dar la razón en algo, y es que todos los demás, también, estamos mal. Todos somos unos malcriados. Me incluyo.

Mire usted, vecino, no se haga mala sangre ni se sienta insultado. El asunto es, propiamente, de etimología, o de gramática, pues somo mal-criados. Nos criaron mal. Y no es culpa de nuestros padres, sino que ellos crecieron en una ciudad diferente.

En tiempo de nuestros padre y abuelos, la ciudad era diferente. Las calles eran menudas y empedradas, no había ni la décima parte de vehículos que hoy hay, todos se conocían y hasta eran familia en algún grado. Todo era paz. Fuimos un pueblo grande, sin tráfico, ni urgencias, ni extraños. Bajo esos parámetros fuimos criados, sabiendo que cualquier error iba a ser benévolamente visto por el afectado quien siempre resultaba ser medio tío o medio primo en algún grado, seguramente conocía a nuestros padres y, al final, se solucionaría con un tirón de orejas y el abrazo de los eternos amigos que siempre fuimos, más que vecinos.

Esos días han cambiado. Hoy, la ciudad está atestada de ajenos, de gente de fuera que no conoce nuestras costumbres. Hay tráfico, la gente camina urgida, las calles siguen siendo menudas y el centro de la ciudad no se da abasto. Más allá de ello, nuestras otrora costumbres de buena amistad, más que de buena vecindad, no son compartidas por los foráneos que hoy ocupan nuestra casa.

Estos foráneos, la mayoría, ni se han percatado de nuestras tradicionales costumbres, ni han traído las suyas, sino las malas o ninguna.

Ahora bien, nuestras costumbres de buena amistad tampoco eran las mejores. Me explico: el salir corriendo a mitad de la calle en un carnaval, cuando mozos, es, a todas luces, riesgoso e impertinente, pero, en esa época no era mala costumbre porque no había carros y, los que había, circulaban muy despacio pues eran propiedad de los amigos, que ya sabían lo salvajones que éramos los niños. Hoy, eso, es una mala costumbre.

Entonces, seamos prácticos. Nuestras costumbres de buena amistad latacungueña -algunas, no todas- están desgraciadamente descontinuadas; y, las costumbres -o la falta de- de los foráneos, simplemente no es compatible con normas básicas de buena vecindad. Necesitamos nuevas reglas. Etiqueta, cordialidad, solidaridad, espíritu de comunidad... todo ellos serviría; pero, no son lostiempos todavía y nuestra ciudad es demasiado disímil en su población como para que todos alcancen a comprender estos conceptos por igual.

Propongo un nuevo concepto, que lleva un título ácido para los de corazón sensible: NO JODER.

El “no joder” es un concepto práctico y de aplicación inmediata, reconocible por todos y basado en el más elemental sentido común. Enlisto algunas prácticas aplicaciones directas de este principio: En el vehículo, no pitar si no es necesario, ocupar un colo carril de circulación, no tratar de “ganar” un paso en la esquina, no dejar o recojer gente en la mitad de la vía, respetar el semáforo, amar al peatón y al ciclista...

Como peatón, utilizar las veredas (por más estrechas que sean), utilizar los pasos cebra, caminar atento a los vehículos y no como zombies o como borricos, no escupir en la calle, no pararse como mudos en las puertas de las entidades obstaculizando el acceso, ceder el paso, no botar basura...

Y, así, normas simples que se basan en no hacer lo que a nosotros también nos molestaría. Esto podría ser particularmente difícil para algunos, como chóferes -poco- profesionales, gente que nunca ha vivido en una ciudad, jovencitos en época de “superman”, alcohólicos empedernidos y otros. Pero, al final, esto es tan sencillo que todos deberán, tarde o temprano, entender.

Entonces, amigos, ya saben: sean felices, y no jodan.

miércoles, 9 de julio de 2014

Vacas sagradas.



Hoy hablaremos, en verdad, de dos vacas, ambas, sagradas para el desarrollo de nuestra Latacunga.

La primera es sagrada, porque nos la comemos. Eso mismo: la vaca que va a nuestro triste camal, y que es tratada como desecho en lugar de como alimento. Esta vaquita es sagrada, digo, porque se destina a nuestra alimentación, y debe ser tratada como la más preciada mercancía. El ritual de sacrificio de este animal debe empezar por su crianza, donde la alimentación y vacunación debe ser minuciosa, ordenada y saludable. Al final de su etapa de crecimiento, su muerte, debe ser también sagrada, llevada a cabo en un establecimiento que guarde la pulcritud de un templo, mediante herramientas modernas y apropiadas, creadas y destinadas únicamente para dicho fin, tal como los amuletos shamánicos que solo sirven para una cosa y son guardados, aseados, mantenidos y utilizados con celo y esmero. Tras su sacrificio casi ceremonial, sus restos sagrados deben ser tratados sagradamente, no muy diferente a como se trata a una reliquia religiosa, impidiendo que cualquiera la toque sino solamente los iniciados, los conocedores, los preparados; eliminando cualquier impureza que corrompa su santidad y destinando su masa al fin que le está prescrito solamente mediante los procedimientos más adecuados y benévolos.

Solo así llegará carne sagrada a nuestra sagrada mesa para alimentar a nuestra también sagrada familia. (¡Que nadie diga que sus hijos no son sagrados!).

Sin embargo, organizar este casi esotérico ritual de sacrificio parece, hoy, imposible. Nuestro camal es una franca desgracia y la calificación del ganado que ingresa a él no es la mejor. La solución, parece y es, construir un nuevo camal o repotenciar completamente el existente. El flamante Alcalde indica que ya se están obteniendo recursos para esta obra y que, el Alcalde anterior, no se sabe si por orgullo, descuido o inicuidad, había renunciado, por escrito, a recibir los fondos que el Banco del Estado había ya prodigado para tal fin. Los latacungueños habremos de juzgar duramente al que, en el lugar de casi sacerdote, no hizo más que renunciar a los recursos para mejorar nuestro templo.

La segunda vaca es, todavía, mas sagrada. Se trata de la “vaca” (esta vez, entre comillas), que todos debemos hacer para mantener el orden y la estética de nuestra ciudad. Lo pido formalmente: ¡hagamos “vaca”! Ya deberíamos estar cansados de esperar que la autoridad nos de haciendo. Nosotros, los ciudadanos, los vecinos de Latacunga, tenemos la también sagrada obligación de contribuir con la tierra que nos acoge.

Es que no es difícil, ni la vaquita será muy gorda. El compromiso es bastante simple: limpieza, flores y cortesía. Mantener limpia nuestra casa y acera, pintar nuestra fachada, eliminar carteles, graffitis y publicidad desmesurada; llenar de flores nuestros balcones y alféizares; y, sobre todo, alimentar el espíritu de vecindad con amabilidad, buen trato y solidaridad, gestos que serán también compartidos, obligatoriamente, con los turistas que nos visitan.

Estamos encasquillados en organizar patrullas ciudadanas, poner alarmas y cámaras, mientras descuidamos la manera más sencilla de ahuyentar a la delincuencia: ocupar los espacios públicos. Es simple, un barrio donde sus vecinos salen a caminar juntos por las noches, organizan partidos de fútbol nocturnos, bingos en sus casas comunales, competencias de juegos tradicionales, y otros eventos de ese tipo, ese barrio, se libera de delincuentes. Es obvio, el ladrón no existe donde hay gente activa, sino donde permitimos un rincón oscuro.

Hagamos “vaca”. Limpieza, flores y cortesía; eso es todo lo que se necesita.