Hoy hablaremos, en
verdad, de dos vacas, ambas, sagradas para el desarrollo de nuestra
Latacunga.
La primera es sagrada,
porque nos la comemos. Eso mismo: la vaca que va a nuestro triste
camal, y que es tratada como desecho en lugar de como alimento. Esta
vaquita es sagrada, digo, porque se destina a nuestra alimentación,
y debe ser tratada como la más preciada mercancía. El ritual de
sacrificio de este animal debe empezar por su crianza, donde la
alimentación y vacunación debe ser minuciosa, ordenada y saludable.
Al final de su etapa de crecimiento, su muerte, debe ser también
sagrada, llevada a cabo en un establecimiento que guarde la pulcritud
de un templo, mediante herramientas modernas y apropiadas, creadas y
destinadas únicamente para dicho fin, tal como los amuletos
shamánicos que solo sirven para una cosa y son guardados, aseados,
mantenidos y utilizados con celo y esmero. Tras su sacrificio casi
ceremonial, sus restos sagrados deben ser tratados sagradamente, no
muy diferente a como se trata a una reliquia religiosa, impidiendo
que cualquiera la toque sino solamente los iniciados, los
conocedores, los preparados; eliminando cualquier impureza que
corrompa su santidad y destinando su masa al fin que le está
prescrito solamente mediante los procedimientos más adecuados y
benévolos.
Solo así llegará
carne sagrada a nuestra sagrada mesa para alimentar a nuestra también
sagrada familia. (¡Que nadie diga que sus hijos no son sagrados!).
Sin embargo, organizar
este casi esotérico ritual de sacrificio parece, hoy, imposible.
Nuestro camal es una franca desgracia y la calificación del ganado
que ingresa a él no es la mejor. La solución, parece y es,
construir un nuevo camal o repotenciar completamente el existente. El
flamante Alcalde indica que ya se están obteniendo recursos para
esta obra y que, el Alcalde anterior, no se sabe si por orgullo,
descuido o inicuidad, había renunciado, por escrito, a recibir los
fondos que el Banco del Estado había ya prodigado para tal fin. Los
latacungueños habremos de juzgar duramente al que, en el lugar de
casi sacerdote, no hizo más que renunciar a los recursos para
mejorar nuestro templo.
La segunda vaca es,
todavía, mas sagrada. Se trata de la “vaca” (esta vez, entre
comillas), que todos debemos hacer para mantener el orden y la
estética de nuestra ciudad. Lo pido formalmente: ¡hagamos “vaca”!
Ya deberíamos estar cansados de esperar que la autoridad nos de
haciendo. Nosotros, los ciudadanos, los vecinos de Latacunga, tenemos
la también sagrada obligación de contribuir con la tierra que nos
acoge.
Es que no es difícil,
ni la vaquita será muy gorda. El compromiso es bastante simple:
limpieza, flores y cortesía. Mantener limpia nuestra casa y acera,
pintar nuestra fachada, eliminar carteles, graffitis y publicidad
desmesurada; llenar de flores nuestros balcones y alféizares; y,
sobre todo, alimentar el espíritu de vecindad con amabilidad, buen
trato y solidaridad, gestos que serán también compartidos,
obligatoriamente, con los turistas que nos visitan.
Estamos encasquillados
en organizar patrullas ciudadanas, poner alarmas y cámaras, mientras
descuidamos la manera más sencilla de ahuyentar a la delincuencia:
ocupar los espacios públicos. Es simple, un barrio donde sus vecinos
salen a caminar juntos por las noches, organizan partidos de fútbol
nocturnos, bingos en sus casas comunales, competencias de juegos
tradicionales, y otros eventos de ese tipo, ese barrio, se libera de
delincuentes. Es obvio, el ladrón no existe donde hay gente activa,
sino donde permitimos un rincón oscuro.
Hagamos “vaca”.
Limpieza, flores y cortesía; eso es todo lo que se necesita.
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