lunes, 25 de septiembre de 2017

Verdades a medias


Soy abogado. Muchos creerán que se me paga por mentir, y están equivocados, aunque puedo estar mintiendo. La ventaja es que ustedes son libres de creer lo que quieran. Pero, para elegir qué creer y qué no creer, necesitan tener un mínimo de conocimiento del asunto sobre el que se trata. Obvio, si somos completamente ignorantes, nos engañarán fácil.

Lo que si me ha enseñado la profesión es que se puede mentir sin decir mentiras. Es sencillo: no se miente, simplemente no se dice TODA la verdad. Y los políticos son expertos en esto.

Cuando, por ejemplo, el administrador te dice “no pasa nada, todo está judicializado”, parece que él mismo es el que inició el juicio, y que su inocencia está comprobada. Lo que no te dice es que lo “judicializado” son investigaciones abiertas en Fiscalía por peculado, tráfico de influencias y posible falsificación de documentos y que su administración es, justamente, la sospechosa. No te dice que la Contraloría ha presentado varios informes en su contra y que aún se está defendiendo de eso.

Igual, cuando te dice, “hemos hecho muchas obras”, pero no te dice que algunas de ellas son programas del período anterior, otras son inútiles y tantas otras tienen sobreprecio. Tampoco te dice que las dos o tres obras más importantes y urgentes están coartadas o avanzan lento y con muchas cosas oscuras. O cuando te dice que “ya consultó al pueblo” sobre la ejecución de alguna obra, y lo que realmente hizo es reunirse con media docena de sus panas y decidieron entre ellos el destino de un barrio entero sin realmente consultar a nadie más.

O cuando te dice que “el problema está solucionado” cuando recién está buscando conversar con el involucrado. O si te dice que “la gente me apoya” pero va a todo lado con dos o tres buses cargados de aplaudidores de oficio.

También se puede mentir desacreditando ilegítimamente al contrario. Por ejemplo, cuando el mentiroso dice que el que se le opone es “malo”, “vago”, “desocupado”, “tonto”, “enemigo del pueblo”... pero no te dice que ese opositor tiene buenas razones para oponerse. Tampoco se atreve a debatir públicamente con su contradictor, porque le tiene miedo. También te dice, el mentiroso, que ha ganado todos los juicios que le han puesto, pero no te dice que las sentencias siguen diciendo que él es responsable, y que en otros casos los procedimientos están paralizados bajo circunstancias muy discutibles.

También te dirá, el mentiroso, que le persiguen, que le odian; pero es él quien utiliza sus influencias para estorbar los emprendimientos de quienes se le oponen.

Así son los mentirosos, y son muchos, y les vemos todos los días. Cometemos el error de elegirles como líderes y nos damos cuenta tarde.

Por eso insisto, como todas las semanas, en que debemos despertarnos, retomar el control de nuestros asuntos públicos, enterarnos de lo que pasa. Solo así dejarán de mentirnos o, al menos, les dará vergüenza hacerlo.

Exijamos, a los de turno y sus opositores, a debatir abiertamente. ¡Que defiendan sus posiciones sin mas juez que el pueblo! Que nos rindan cuentas claras.

Que los medios sean más críticos y mas audaces en sus preguntas. Que los ciudadanos utilicemos las redes para comentar (no insultar), crear conciencia y debatir también.


Es tiempo de retomar lo que nos pertenece.  

jueves, 24 de agosto de 2017

¡Uy, la revolución!



Los que cambio ofrecieron, al cambio se resisten. Los de manos limpias no alcanzan a lavarse la cara. Los de mentes lúcidas están como locos. Y los de corazones ardientes sienten mas ardor en sus intestinos que en el pecho.

El mundo da vueltas, y hoy llaman traidor a quien quisieron utilizar como moneda de cambio electoral. ¡Pero para un sapo hay una culebra! Y nada pasa en esta vida sin producir un efecto.

Hoy escribo sobre la revolución, por eso es que, pueda ser, muy pocos entiendan esta columna: he revolucionado mi lenguaje para parecerme más a quienes critico. Hoy escribo sin sentido pero con iras, como la sabatina. Sin prisa pero sin detenerme, como las reformas tributarias y económicas de la última década. Sin gracia pero sonriendo, como alguna ex presidente de la Asamblea. Sin ganas, pero haciendo, como contratista impago. Sin esperanza, pero haciendo, como cualquier otro ecuatoriano en los últimos años.

Es que la revolución nos tocó a todos: de entrada, algunos y algunas se extrañan si no pongo todos y todas o porque le puse ex presidentE a la que se hizo llamar (estúpidamente) presidentA. Si usted, vecino, no entiende qué gusto le encuentra su guagua a ese bendito spinner, yo no sé que gusto tienen algunos colegas de decirle juezA a LA juez. Claro, la revolución estaba de moda.

Diez años después, nos dejaron como a sus obras: gastando mucho pero comprando poco, como la refinería del Pacífico, imaginando mucho pero haciendo nada como Yachay y peleándonos entre nosotros en las redes sociales como... bueno, como ellos mismo.


¡Uy, la revolución! Ella misma no aguanta el más mínimo cambio. Cual adolescentes disputando novia se desacreditan en redes sociales, se lanzan lodo. ¡Ay, los revolucionarios! Se quedaron como personajes de un cuento infame: iniciaron con nuestras esperanzas a su lado, gobernaron con nuestra voluntad por detrás

jueves, 17 de agosto de 2017

Corrupción.



Si, otro más que va a hablar de esto. Disculparán nomás, ustedes y yo estamos cansados de este tema. Y es que las últimas semanas nos ha llovido información brutal sobre los miles de millones de dólares que nos habrían robado algunitos.

Y es necesario volver a escribir sobre esto, y sería muy bueno que los medios no se olviden tan pronto de los asuntos pendientes. Sobre todo en nuestra localidad, donde los problemas se convierten en chisme en cuestión de dos semanas, y como todo chisme, pasa volando y nos olvidamos de todo.

Ahorita es el asunto del Vicepresidente Glas y Odecrecht. Pero ya no suena en ningún rincón el que en su tiempo fue el escándalo de la refinería del Pacífico, ni los contratos con empresas chinas, ni la preventa del petróleo ni las concesiones mineras, ni el Yasuní… Ya nos olvidamos de todo.

Tampoco sabemos en qué mismo acabó lo del feriado bancario, la mochila escolar de Abdalá, los gastos reservados, el comecheques, la compra de los Dhruv, los radares chinos, las hidroeléctricas… Olvidado.

Y no vayamos a lo grande: aquisito nomás. Nos hemos olvidado también todos los petardos que explotaron en esta y otras administraciones. Que será, pues, de las colaciones de las hijas de Rodrigo Espín, los permisos de construcción en zonas de riesgo, las pérdidas de la empresa pública que maneja nuestra basura, los informes de contraloría,… recién nomás fue motivo de conversa los supuestos dos millones que Espín no podría justificar. De nada de esto se habla ya. ¡Nos olvidamos de todo en menos de dos semanas!

Y no es que esté reclamando cabezas, me encantaría que todos estos asuntos fueran solo chisme, y que mañana los implicados salgan con una sentencia (ojalá bien hecha) donde nos callen la boca a todos y ratifiquen su inocencia. Pero no hay sentencia, no hay nada. Nada se sabe.

Culpo a los medios: no hay seguimiento. No hay periodismo de investigación. En unos casos faltan los recursos para mantener a estos equipos, y es explicable. Pero en algunos casos sorprende algún medio que arrecia contra algún personaje y, a semana seguida, lo alaba.

Pero mas culpa tenemos todos nosotros: no nos importa. Parece que la plata pública realmente es plata de nadie. No nos duele. Y es plata nuestra. Asuma, vecino, el siguiente cálculo: somos dieciseis millones de ecuatorianos, de los cuales, según cifras oficiales, mas o menos ocho millones somos económicamente activos; es decir, pagamos impuestos y generamos dinero; solo en el caso Odebrecht, se dice, existe un perjuicio de cuarenta mil millones de dólares (¡40,000,000,000!); es decir, que a cada uno de nosotros nos habrían perjudicado en cinco mil dólares.

¿Ahora si le duele? Le sacaron cinco mil dólares del bolsillo. Usted, por menos, le mete un juicio al estafador si no le va cayendo a puñetes. Pero en este caso ni siquiera se ha dignado en enterarse bien de qué mismo está pasando, y se le olvidará el asunto en un par de semanas. Si sumamos los otros casos que he mencionado y otros que francamente yo tampoco me acuerdo, a usted le van robando más de veinte mil dólares, y eso son contar lo que se le llevaron de la cuenta en el feriado bancario. Pero le apuesto esos veinte mil a que usted, vecino, ni siquiera sabe si esos casos fueron juzgados o no. Así de torpes somos, porque plata para regalar nadie tiene, pero empeño en recuperarla tampoco tenemos.

Y por esto es que yo también hablo de corrupción hoy, no para castigar a nadie ni para avivar el fuego en contra del chivo expiatorio de turno: lo hago para que no nos olvidemos que hay mucho mas pendiente.

No enfriemos la memoria. Exijamos resultados, sobre todo, al aparato judicial, a los jueces, a los fiscales. Esta plata es nuestra, y nadie nos va a dar cuidando con tanto celo como nosotros mismos. Organicemos veedurías ciudadanas, escribamos en nuestras redes sociales sobre los asuntos que nos preocupan y, sobre todo, estemos enterados de los asuntos. No esperemos la información de los medios o de las entidades públicas, todo está en internet, seamos proactivos.


Lo he dicho antes, si queremos cambiar las cosas hay que cambiar nuestros modelos de comportamiento primero. Un ciudadano informado y activo es difícil de engañar. Hacer que las cosas se enfríen y se olviden es estrategia de ellos. Nosotros, no les demos gusto.

miércoles, 2 de agosto de 2017

¡Uy! La justicia.



Verán, no es solo el asuntito ese de la corrupción lo que nos tiene mal. De hecho, donde hay poder hay corrupción y, obvio, los operadores de justicia tienen mucho poder en sus manos. Pero de esto no trataremos hoy.

Sucede que todos fallamos en lo que a justicia se refiere. Jueces, Fiscales, Defensores Públicos y Abogados en libre ejercicio somos igual de culpables.

Empiezo por mi: los abogados en libre ejercicio no sabemos valorar nuestro trabajo y nos entregamos al baratillo de ofertas. Tampoco es que nos especialicemos; con tal de no perder al cliente hacemos de todo y al final no somos óptimos en nada. Es simpatiquísimo, por ejemplo, ver a un colega que normalmente es muy bueno en derecho civil tratando de hacer una audiencia penal: es como ver un ginecólogo haciendo una operación a corazón abierto. Sin embargo, estos colegas, sea por necesidad o ambición, se salen de sus campos de conocimiento para hacer trabajos de baja calidad y, lo peor, a precios imposibles de mejorar para alguien que si es especialista. Y esto pasa en todas las profesiones, por supuesto.

Los Defensores Públicos son otro cuento. Tienen la obligación de defender gratuitamente a quien se les presente, pero no siempre cuentan con las herramientas necesarias, ni tienen contacto suficiente con sus defendidos. Además, algunos de ellos no tienen mística y, al final, solo justifican trabajo sin hacer defensas realmente buenas. Generalizar está mal, claro. Hay muy buenos, brillantes; pero seamos honestos, los mediocres también están, y cobran el mismo sueldo, y pierden los juicios, y dañan el mercado de los que estamos en libre ejercicio.

Vamos por los Fiscales, que también hay muy buenos. Pero no faltan unos cuantos que realmente no saben su trabajo. Otros, en cambio, se creen semidioses y casi hay que rogarles que se gestione lo que uno pide. Otros se inventan diligencias y requisitos, alargan las investigaciones y finalmente, cuando organizan una investigación contra alguien, resulta que no siempre sus argumentos son bien presentados en las audiencias. Ni que decir de algunos casos importantes y delicados que por algún motivo no prosperan como la ciudadanía quisiera. Y esto es a nivel nacional, obvio.

De los Jueces también hay que hablar con beneficio de inventario. Los hay brillantes, realmente brillantes. Muchos jueces de aquí deberían estar dando clases de posgrado. Pero hay otros... otritos. Estos otritos se dan modos para no asistir a las audiencias difíciles, suspenden audiencias relativamente sencillas para ir a averiguar cómo resolver, se inventan procedimientos, se olvidan de leyes y normas constitucionales, valoran las pruebas de formas imposibles y, como es opinión de varios colegas, no se sienten lo suficientemente libres para resolver conforme su conciencia. No son independientes. Y no es que haya injerencias externas, que tampoco lo niego; pero definitivamente los jueces y otros funcionarios judiciales dependen de su sueldo.

Me explico mejor, para que no haya sustos: para que usted pueda trabajar en paz, vecino, tiene que hacerlo sin que nadie le jorobe. Si usted tiene un taller, por ejemplo, y su mujer le dice que si no pinta de verde su trabajo, entonces no hay merienda, pues usted deja de trabajar independientemente. Usted sabe que su trabajo es azul, pero si no lo pinta de verde capás y hasta le mandan sacando de la casa. ¿Que haría? Así están algunos funcionarios: con más miedo a perder el puesto que a actuar contra la Ley.

El gran ausente es la Defensoría del Pueblo. No se le ve sino haciendo mediaciones, controles de cumplimiento de sentencias que no siempre agradan y haciendo alguna que otra cosa con un perfil bastante bajo para una entidad tan importante. Es mas, usted vecino, ¿sabe lo que hace el Defensor del Pueblo?. Ya ve.

Y el encargado de coordinar todo esto, el Consejo de la Judicatura, es también un elemento pasivo. En Cotopaxi, al menos, no hay una actuación particularmente destacable. Mientras las estadísticas que nos muestran dicen que todo está bien, quienes estamos cerca del sistema judicial tenemos la profunda sensación de que todo está mal. Lo mismo, vecino, ¿sabe cual es el papel específico del Consejo de la Judicatura? Por si acaso, el Consejo de la Judicatura NO son los jueces, es otra cosa. ¿Respondió igual que la anterior? ¡Ya ve!.


Se necesita un cambio radical en la forma de hacer justicia. Y es urgente. Todas las partes involucradas tenemos que modificar nuestras maneras. ¿Pero quién encabezará este diálogo? ¿Quién cuenta con el crédito y apoyo de todos los actores?

jueves, 27 de julio de 2017

Quiero construir



Pero no puedo. En Latacunga no se puede construir.

A pretexto de las zonas de riesgo, muchas construcciones están vedadas, incluso fastidiando los planes de personas que ya tienen créditos aprobados.

Pero estas prohibiciones no son únicamente de las famosas zonas de riesgo, sino de algunas otras zonas de la ciudad donde la autoridad municipal no se pone de acuerdo dónde queda la línea de fábrica. Seguramente a pretexto de esto es que se cesó al anterior director de planificación; pero todos sabemos que él no carga toda la culpa.

En muchos sectores de la ciudad hay diferencias entre las especificaciones de construcción que permitían en el época Maya y en al época Espín. Lo feo es que en la época Sánchez tampoco es que haya nuevas regulaciones: simplemente no hay permisos de construcción.

Como todos adivinamos, lo principal aquí es una planificación de la ciudad global. Diría yo, una reestructuración y un reordenamiento total. Sucede que para esto ya se hubo contratado asesores: más de cien mil dólares habían cobrado y el resultado de su trabajo, sin ser conocido por la mayoría de nosotros, tampoco es que haya sido aplicado prontamente.

Yo sé que estas consultorías son costosas, pero aún así ciento y pico de miles me sigue pareciendo exagerado. Pero, haya costado lo que haya costado (total siempre pagamos ridiculeces por tonteras), ya existe algún tipo de documento técnico y lo urgente es que sea socializado, observado por los colegios profesionales del ramo e, inmediatamente, aplicado.

Con respecto a las zonas de riesgo, dejo un comentario claro: al riesgo volcánico es un pretexto fútil para mantener a nuestra ciudad en este estado de retroceso. ¡Japón es una civilización montada entre volcanes y sobre gelatina, y tiene edificios de cientos de metros!

¡Queremos construir! Y el GAD debe permitírnoslo y garantizar estándares mínimos de seguridad. Sabemos que cuando erupcione el volcán habremos de perder bastante. ¡Claro que lo sabemos! Hemos vivido junto él por generaciones. Y también sabemos que por más de tres erupciones, al menos, varios edificios a las orillas del Cutuchi han sobrevivido sin mella, como el molino de Monserrat donde hoy se asienta la Casa de la Cultura. Sabemos que nadie puede garantizarnos total seguridad y también sabemos que, como hijos de volcán, no viviremos para siempre.

La administración debe enfocarse en construir las medidas de prevención y mitigación necesarias y, luego de identificar claramente las verdaderas zonas de riesgo (no como ahora que todos estamos en riesgo), informar a la gente, colocar un aviso especial en el documento predial de dichos inmuebles, establecer especiales disposiciones y reglas de construcción para ellos y dejar hacer en paz.

En lugar de esas alarmas que no se oyen para nada y que costaron un montón, debían simplemente construir lo necesario para desacelerar lahares o detener las rocas mayores de ellos, construir barreras de encausamiento y exclusas para flujos líquidos... No hay que ser muy genio, solo tener un poco de sentido común y buscar en Google.

Queremos construir, queremos vivir cerca al río y queremos que el río esté limpio para que sea más bonito vivir allí. Queremos pasar la barrera de los cuatro pisos, queremos edificios altos para no seguir usando tierras agrícolas para hacer casas.


Queremos muchas cosas simples. Otra administración, también.

viernes, 14 de julio de 2017

Otra vez, los pendientes.



El cambio de gobierno nos ha traído una extraña sensación de paz. Parece que nada está pasando, los ánimos se calmaron y todos estamos esperanzados, como niño en víspera de cumpleaños, que algo espectacular suceda pronto. Parecemos haber olvidado que el Ecuador está en un severo bajón económico, que Cotopaxi aún pelea mercados internos para su producción y que Latacunga sigue en manos de gandules sin creatividad.

Por eso, y sin el fin de estorbar su paz de placebo, vecino, voy a repetir como vengo haciendo cada de vez en cuando, la lista de pendientes de nuestra tierra. Solo para que no se olvide, que aunque haya nuevo presidente, los de aquí siguen siendo los mismos, y siguen igual. Vaya viendo:

Hasta la fecha no se sabe qué va a pasar con Tilipulo, llevamos dos años de pelea, al menos se logró que no lo acaben de matar, pero tampoco se ve un esfuerzo real por rescatar nuestra hacienda histórica. Lo del camal es un cuento de nunca acabar, supuestamente ya teníamos terreno pero corrió la voz de que los procesos para su construcción van mal, mientras tanto, todo el equipamiento que compramos por adelantado y a ciegas, sigue guardado en una bodega, añejándose. El plan maestro de alcantarillado es una mentira, hasta ahora no vemos un plan ni tampoco un maestro que nos cambie aunque sea un tubo. Ahora ya se necesita repavimentar la ciudad y no hay plata, además sería inoficioso gastar en pavimento sin aprovechar para cambiar el alcantarillado y, con un poquito más de inteligencia, de una vez soterrar todos los cables que estorban el magnífico horizonte de nuestra ciudad.

Para rematar hay deudas que pagar y éstas acumulan decenas de miles de dólares en intereses cada mes. Nuestro sistema de recolección de basura es una basura, mismo. Los contenedores parecen de juguete, el carro recolector es un mastodonte que no pasa por nuestras calles estrechas y que nadie sabe con qué criterio lo compraron... ni en cuánto. Ahora la solución, supuestamente, es comprar otro camión recolector, cuando la verdad es que no tenemos una estrategia ni estadística real, ni capacitación ni infraestructura. Y la empresa que nos podía dejar todo eso nos enjuició, justamente, porque no le pagaron. Para rematar el asunto, debemos solucionar también respecto del lugar de destino de nuestros deshechos, porque el botadero de la vía a Pujilí ya no sirve y nunca operó técnicamente.

Seguimos con un SIMTEL anacrónico e inútil que, además, opera sin una legislación clara que lo respalde, no presta ningún servicio real a la ciudadanía y, francamente, es un desperdicio de esfuerzo cuando casi todos se dan modos para evadir esos pagos y, realmente, lo que se necesita es una policía de tránsito municipal que ponga algo de orden en este avispero. Pero claro, como gran chiste asumimos las competencias de tránsito sin tener ni la más mínima idea de lo que hacíamos.

Políticamente el municipio es un caos. El Concejo de la ciudad no sabe que hacerse pues les resulta imposible conciliar en asuntos importantes de la ciudad, pese a que algunos se lamen los bigotes ante la ausencia de uno de los Concejales que más pataleaba. Lo peor es que, según se dice, algunos de esos concejales aún creen que la gente les seguirá apoyando y ya han manifestado su intención de reelegirse o, incluso, de terciar para la Alcaldía en los próximos comicios. A esto hay que sumarle que, también dice el chisme, tendrían la misma intención el actual y un ex Alcalde...

No estoy seguro si en mi ciudad sobra audacia o falta vergüenza. Nuestra clase política actual debe ser extirpada de raíz y reemplazada por elementos técnicos, personal joven y líderes sociales con capacidad académica y criterio de ciudad.


Espero que este nuevo gobierno nacional signifique, a nivel local, el paso de transición que urgentemente reclamamos en Latacunga, el fin de una era y el inicio de otra.

viernes, 23 de junio de 2017

Mariquita Pérez


Cuando era chico y en medio de un juego alguna niña resultaba golpeada, pronto los demás niños hacían escarnio y lo anulaban socialmente a uno recitando en coro: “mariquita Pérez, pegando a las mujeres”. Era duro ser niño en esas épocas. Pero más duro es ser adulto hoy.

Verán, muchos de los que coreaban el mariquita Pérez terminaron golpeando a la mujer que dicen amar. Otro tanto no fue capaz de alzar la mano -gracias a Dios- pero la anularon como persona de alguna manera. Ya no hay, junto a ellos, quien los avergüence públicamente. Que duro ser adulto hoy y haber decepcionado al niño que odiaba a los mariquitas Pérez.

Pero claro, a veces es al revés: hoy es desgraciadamente común el maltrato hacia el hombre. Le aseguro, vecino, que usted conoce al menos un hombre maltratado y, si no lo conoce, usted es el aludido. Y no se apene, el que no nos guste aceptarlo solo hace más profunda la realidad, porque está oculta.

Y no es cosa de comparar quien maltrata más, o quien históricamente ha violentado más derechos, porque no hay que esconder el maldito abolengo machista de nuestra sociedad. Pero tampoco es cosa de empezar a desquitar los errores de otros, a pena de nuevas víctimas.

Es que la sociedad colabora. La misma estructura machista que hipócritamente cantaba el mariquita Pérez, también afirmaba después que “no le ha de haber pegado de gana”. Esta sociedad actual, que busca vindicar los derechos de la mujer no ha sido capaz de crear una “abusiva López” que signifique la misma vergüenza que el mariquita Pérez.

Es momento de preguntarnos en qué han fallado nuestros padres, y evitar esos errores en nuestros hijos.

Les doy algunas pistas. Para empezar, las personas de ahora no saben atenderse solas, se creen de la realeza y son incapaces de cocinarse un arroz con huevo. Las gentes de hoy, mi generación, crecieron pensando que son semidioses a quienes no se les puede reclamar nada y, si se les reclama, es un atentado psicológico. Mi generación, inconscientemente, se cree con derecho a todo y sobre todo. Las personas de hoy no saben pelear la vida juntos, sino pelearse toda la vida por no saber estar juntos. Generación entera de huérfanos, pues no hubo padres sino empleados, proveedores; sirvientes mimosos incapaces de darnos una buena lección, aunque eso requiera un correazo o una bofetada. Es que tenían miedo de herir la psiquis del guagua y lo que consiguieron es una generación completa con miedo al sufrimiento, incapaces de resolver sus propios problemas o, incluso, de reconocer que tienen un problema.

Otra pista: cuando leyó el párrafo anterior habrá notado que nunca diferencié entre hombres o mujeres, solo dije personas, pero usted que lo leyó habrá tenido imágenes en su cabeza de alguno de los dos sexos, específicamente, parado frente a la cocina, por ejemplo. Y no se preocupe, eso es normal. Desgraciadamente normal. Es que también nos criaron con estricta observancia de nuestros genitales, como hombres, como mujeres; nunca como personas.

Hoy insistimos en ver a la gente como lo uno o lo otro: o es hombre o es mujer. ¡Y cómo estorban los homosexuales, los transexuales, los transgénero! ¡Como estorban los que son, simplemente diferentes! Pero no es que los odiemos, es que les tenemos miedo: ellos significan la ruptura de nuestra comodidad mental, nos obligan a pensar más allá y a ver el mundo de una manera distinta. De hecho, nos dejan ver que todo es más simple cuando eliminamos etiquetas, cuando asumimos nuestra realidad y nos damos cuenta que solo somos personas, nada más.

Hay personas abusivas, personas tristes, personas violentas, personas alcohólicas, personas manipuladoras y, sobre todo, muchas personas buenas. Solo somos personas. Ser hombre no es etiqueta de insensibilidad y violencia; ser mujer tampoco significa un estado de víctima e indefensión indudable; una distinta orientación sexual realmente no significa nada, solo que a esa persona le gusta algo que a mi no me gusta -como pasa con la comida-; no sentirse conforme con el género que se nace tampoco significa sino que esa persona busca su felicidad por medios diferentes a los comúnmente aceptados.

Ese es el problema de fondo, que no hemos aprendido a tratarnos como simples personas sino de acuerdo a nuestro sexo.

Dejemos de vernos a las ingles, y empecemos a vernos a los ojos.



viernes, 28 de abril de 2017

Paraísos Fiscales


En la consulta popular que nos presentaron en estas últimas elecciones generales se nos propuso decidir si deseamos que los servidores públicos de cualquier tipo se abstengan de mantener capitales en los llamados paraísos fiscales so pena de destitución. Esto se hizo en medio de vientos ásperos y momentos en que los medios nos llenaban la cabeza de “Panama Papers” y nos decían que los corruptos tenían sus dineros allí. Pero también encontraron dinero sucio en el techo falso de una casa, y no por eso se ha consultado si se debe prohibir construir techos así.

Votamos con el hígado. Elegimos el “SI” con la idea de que un paraíso fiscal es un país de gangsters destinado exclusivamente para el servicio de la corrupción. Y no es así.

Un paraíso fiscal es algo increíblemente simple: es un país donde no hay tantos impuesto ni controles a cómo la gente mueve su dinero. Solo eso. Nada más.

Piense en esto: a usted le gustaría que le quitaran el impuesto verde, el de salida de capitales, reduzcan el IVA y la renta, que el banco no le pida certificaciones sobre dónde saca la plata que tiene, que no le joroben con papeleo cuando abre una cuenta corriente y que le dejen de controlar cómo gasta su plata que se ha ganado con el sudor de la frente de forma lícita y legal. Entonces, a usted le gustaría que el Ecuador sea un paraíso fiscal.

Ahora bien, es verdad que estos lugares son aprovechados por mafiosos y corruptos para esconder o limpiar su plata mal habida. Entonces, lo malo no es el país con bajos impuestos, sino el origen del dinero. El Ecuador debe buscar medidas para acabar con la corrupción, no para controlar dónde la gente invierte. En países como Panamá hay plata de corruptos y también de empresarios sanos que, simplemente, quieren tener su plata en un lugar en que les jodan menos. ¡Y no hay nada de malo en ello!

Al contrario, los paraísos fiscales ayudan a sostener la economía de nuestros continentes. Economías frágiles donde se inventan impuestos a cada rato, como la nuestra, no son atractivas a los inversionistas, entonces ellos guardan sus capitales en estos lugares hasta que la situación sea más beneficiosa. Así, y por ejemplo, si queremos mantener la inversión en nuestro país, aunque suene ridículo, la mejor opción no es prohibir que el dinero salga, sino eliminar el impuesto a la salida de capitales porque, obviamente, el inversionista extranjero querrá sacar sus ganancias, y si no e dejamos sacarlas, pues mejor simplemente no invierte aquí.

Por último, negar a cualquier persona tener su dinero en algún lugar es inconstitucional. Usted, vecino, puede tener la plata donde se le pegue la gana. ¡Es su plata! El estado puede -y debe- controlar cómo usted consiguió su plata, cuidar que sus negocios sean legales; pero luego de que usted ha ganado bien ese dinero, usted tiene el derecho de hacer con él lo que desee.

Esta medida que, como digo, elegimos con el hígado, no hace más que complicar la ya obscura situación de los pocos que desean invertir en nuestro país. Es verdad, no todos los inversionistas son servidores públicos, ni todos los servidores públicos son inversionistas internacionales. Pero simplemente no existe ningún motivo razonable por el que no puedan serlo. Hoy la mayor parte de empresas mundiales mantienen sus sedes en paraísos fiscales así que, si usted es funcionario público y ha comprado, por ejemplo, paquetes de vacaciones en cadenas hoteleras, se mandó a traer sus repuestos del extranjero o simplemente juega poker por internet podría ser que, al final de la cadena, su dinero esté o haya estado en un paraíso fiscal. Tenga cuidado también de hacer donaciones a organizaciones internacionales benéficas, ecológicas, promotoras de software libre, entre otras que, por supuesto, recibirán su dinero en cuantas bancarias de paraísos fiscales.

Acabamos de crear un nuevo pretexto de persecusión a funcionarios público y, para nada, ayudamos a eliminar la corrupción.



viernes, 3 de febrero de 2017

Crónicas de Piedra Pómez



¿Ya se vieron las películas tipo Crónicas de Narnia y otras parecidas que cuentan historias sorprendentes, en reinos mágicos, donde ninguna cosa parece tener sentido,pero sin embargo suceden? Yo ya me vi algunas. Y veo novelas parecidas todos los días. Situaciones increíbles, personajes que nadie explica por qué están en la posición que están, locaciones mágicas y un montón de mentiras infantiles que algunitos optan por creer para no complicarse.

Creo que podríamos ensayar una historia similar, más o menos con el siguiente guión:

En una tierra prodigiosa, isla de paz y poblada por gente industriosa pero extremadamente incauta, lugar apacible rodeado de colinas y surcado por ríos se levantó, hace más de un siglo, un elegante castillo de Piedra Pómez, el mejor y mas grande en su tipo que el mundo haya visto jamás. Habitar ese castillo es un premio que galardona al mejor habitante del reino, por selección escrupulosa de sus vecinos y con el fin de gobernar y administrar dicho reino para que continúe siendo, como ha sido siempre, el más bonito de la región.

Naturalmente, el acceso a ese castillo ha sido muy codiciado por mercenarios, oportunistas y vagos. La mayor parte de quienes han pasado por la casa de cascajo han aprovechado la inocencia de los habitantes para hacerse de beneficios personales. Unos, disfrazados de héroes azules, otros con coraza y espada en mano, otros acanallando al antecesor y todos, pero todos, escondiendo sus errores, agrandando virtudes inexistentes, ocultando su incompetencia e ignorancia, engañando.

El castillo otorga bondades mágicas a quienes lo gobiernan. De repente, tienen el poder de desaparecer monedas, crear estructuras sin nunca haber hecho un plano, convertir tierras agrícolas en edificaciones de concreto, hacer llegar agua hasta donde nadie la necesita, convertir monumentos históricos en carnicerías, otorgar absoluciones a los más pecadores y hasta organizar tratos con el diablo sin que parezca haber ningún efecto colateral para el que gobierna.

En este castillo también funciona una mesa redonda, donde notables ciudadanos cumplen con el deber de organizar la vida del reino. Pero el gobernante de turno es hábil e impide que los notables puedan llegara a acuerdos benéficos para la ciudad, ya sea haciéndose de la voluntad de algunos u organizando entuertos para desprestigiar a otros. Se dice incluso que algún notable se ceba con favores y beneficios para sus cercanos.

El que gobierna el castillo distribuye su poder entre varios delegados, a fin de que le ayuden a gestionar su autoridad. Algunos de estos delegados son terribles tiranos, otros incluso se creen superiores al propio gobernante y, en general, hacen y deshacen sin control, aún por fuera del conocimiento y aprobación de aquel que los delegó. En el mejor de los casos hay delegados que no hacen nada, porque no saben hacerlo y están en sus lugares a título acomodaticio, pero como tampoco presentan incomodidad para el gobernante, son mantenidos allí, mientras se fabrique situación más favorable.

Mientras, los habitantes del reino se distraen y contentan con mínimas raciones de felicidad y comida, además de una que otra bondad residual de la administración. El reino pierde su lucidez y los habitantes se encuentran más preocupados en sobrevivir el día a día que en el propio destino del reino.

El castillo de Piedra Pómez se ha vuelto gris. Ya no es símbolo de orgullo del pueblo, sino un estandarte de decadencia.

(...)

Obviamente el cuento está incompleto. Es indispensable que usted, amigo lector, colabore con el final de la obra. Pero no se moleste en escribir, usted solo ejecute su papel que el cuento se escribirá solito. Decida, amigo mío, si quiere ser villano, ogro, mutante, duende, aldeano ignorante o si, por el contrario, desea ser el héroe del cuento o, al menos, un soldado activo y leal al antiguo espíritu de este pueblo.

Usted decida y actúe, que yo también le entraré a la obra, que seguro tendrá teatro lleno.