Pero
no puedo. En Latacunga no se puede construir.
A
pretexto de las zonas de riesgo, muchas construcciones están
vedadas, incluso fastidiando los planes de personas que ya tienen
créditos aprobados.
Pero
estas prohibiciones no son únicamente de las famosas zonas de
riesgo, sino de algunas otras zonas de la ciudad donde la autoridad
municipal no se pone de acuerdo dónde queda la línea de fábrica.
Seguramente a pretexto de esto es que se cesó al anterior director
de planificación; pero todos sabemos que él no carga toda la culpa.
En
muchos sectores de la ciudad hay diferencias entre las
especificaciones de construcción que permitían en el época Maya y
en al época Espín. Lo feo es que en la época Sánchez tampoco es
que haya nuevas regulaciones: simplemente no hay permisos de
construcción.
Como
todos adivinamos, lo principal aquí es una planificación de la
ciudad global. Diría yo, una reestructuración y un reordenamiento
total. Sucede que para esto ya se hubo contratado asesores: más de
cien mil dólares habían cobrado y el resultado de su trabajo, sin
ser conocido por la mayoría de nosotros, tampoco es que haya sido
aplicado prontamente.
Yo
sé que estas consultorías son costosas, pero aún así ciento y
pico de miles me sigue pareciendo exagerado. Pero, haya costado lo
que haya costado (total siempre pagamos ridiculeces por tonteras), ya
existe algún tipo de documento técnico y lo urgente es que sea
socializado, observado por los colegios profesionales del ramo e,
inmediatamente, aplicado.
Con
respecto a las zonas de riesgo, dejo un comentario claro: al riesgo
volcánico es un pretexto fútil para mantener a nuestra ciudad en
este estado de retroceso. ¡Japón es una civilización montada entre
volcanes y sobre gelatina, y tiene edificios de cientos de metros!
¡Queremos
construir! Y el GAD debe permitírnoslo y garantizar estándares
mínimos de seguridad. Sabemos que cuando erupcione el volcán
habremos de perder bastante. ¡Claro que lo sabemos! Hemos vivido
junto él por generaciones. Y también sabemos que por más de tres
erupciones, al menos, varios edificios a las orillas del Cutuchi han
sobrevivido sin mella, como el molino de Monserrat donde hoy se
asienta la Casa de la Cultura. Sabemos que nadie puede garantizarnos
total seguridad y también sabemos que, como hijos de volcán, no
viviremos para siempre.
La
administración debe enfocarse en construir las medidas de prevención
y mitigación necesarias y, luego de identificar claramente las
verdaderas zonas de riesgo (no como ahora que todos estamos en
riesgo), informar a la gente, colocar un aviso especial en el
documento predial de dichos inmuebles, establecer especiales
disposiciones y reglas de construcción para ellos y dejar hacer en
paz.
En
lugar de esas alarmas que no se oyen para nada y que costaron un
montón, debían simplemente construir lo necesario para desacelerar
lahares o detener las rocas mayores de ellos, construir barreras de
encausamiento y exclusas para flujos líquidos... No hay que ser muy
genio, solo tener un poco de sentido común y buscar en Google.
Queremos
construir, queremos vivir cerca al río y queremos que el río esté
limpio para que sea más bonito vivir allí. Queremos pasar la
barrera de los cuatro pisos, queremos edificios altos para no seguir
usando tierras agrícolas para hacer casas.
Queremos
muchas cosas simples. Otra administración, también.
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