(Agradezco la
colaboración en este editorial a mi amigo Juan Carlos Moreno Mora)
Como
enamorando a una chiquilla, el candidato ofrece cualquier cosa a
cambio de un voto. Nosotros, mientras tanto, hacemos brillar los
ojos, ilusionándonos con la propuesta más grande, aunque la sabemos
imposible de cumplir. Es que somos como muchachitos inexpertos, nos
enamoramos de cualquier cosa, de un ideal. Como doncella de cuento,
buscamos príncipe a caballo, cuando no hay más que oportunista en
burro.
Tenemos
2 candidatos que son como la ex novia: quieren volver pero no sabemos
para qué. Se promocionan haciéndote acuerdo de lo bonito que
pasaban, pero uno también debe acordarse que los momentos bonitos
tuvieron un precio, un alto precio. Y en la política, como en el
amor, eso de “mas vale malo conocido...”, simplemente no aplica.
Sabes que al decirle que si, no habrá muchas cosas nuevas o
diferentes.
Otros,
asoman como nuevos. Son la chica guapa, popular y nueva que podrías
tener, pero no le metes mucho ñeque o no le tienes mucha confianza
porque también puede tener algún mal antecedente. Además tus ex te
dejaron tan golpeado que, mejor, ya no quieres saber nada. Y eso es
riesgoso también. El miedo puede hacernos perder algo bueno.
Hay
candidatos honorables, claro que los hay, gente de principios,
trabajadores y con alto sentido del latacungueñismo, pero se ven
como la niña fea pero de buenos sentimientos a la que le gustas pero
no puedes dejar que la gente te vea con ella porque se te arruina la
reputación. Es que no son populares, nadie les conoce y uno prefiere
no arriesgarse.
Y
hay candidatos, que ahí están. No son ni chicha ni limonada. No se
sabe ni sus intenciones ni sus ideas. Ni siquiera hacen el esfuerzo
de coquetear. Pero se llevan una parte de la fiesta, comen, bailan.
Saben que no van a conseguir nada de ti, pero aunque sea se dan un
baño de popularidad y es mejor alguito, aunque no pesquen nada
concreto.
Es
igual que una discoteca: están personas buenas, las malas, las
guapas y las feas. También las invisibles. Pero hay que escoger una
para bailar, porque si nos quedamos sentados viendo, tampoco vamos a
conseguir nada. La fiesta se hace bailando. Y si nos quedamos fuera,
ni siquiera tendremos luego el derecho a opinar. Es imperativo,
urgente, que tomemos partido, que nos definamos por uno u otro
candidato y lo apoyemos.
El
mayor problema en nuestra ciudad es el quemeimportismo político.
Nuestra fiesta se está llenando de candidatos y no tiene ciudadanos
informados. Es una fiesta llena de chiquillas coquetas, con muy pocos
interesados en ellas. Cuando el local está lleno de coquetas y vacío
de gente interesada, ya no es una fiesta: es un prostíbulo.
Nuestra
política local está así, prostituida. Y es nuestra culpa como
ciudadanos, porque no hemos sabido dejar fuera a los oportunistas. No
hemos querido atacar frontalmente a los corruptos. No opinamos contra
los negociantes de votos ni reclamamos a los mentirosos. Así, las
posibilidades de tener buenos administradores se reducen. Es que las
princesas ya no quieren ir a la fiesta, porque está llena de
indeseables. Los buenos ciudadanos no quieren lidiar elecciones,
porque no hay apoyo popular y no pueden pelear con las chequeras de
los oportunistas.
Aún
quedan candidatos buenos. Están dispersos, un poco ocultos.
Nosotros, lo ciudadanos, tenemos que llevarlos a la fiesta y hacerlos
bailar. Nosotros tenemos que apoyarlos abiertamente, agruparnos con
ellos y así sacar del salón a las fieras, las locas y las coquetas.
Insisto:
si no lo hacemos ahora, terminaremos bailando con cualquier cosa, con
oportunistas, con dulcesueños, ladrones.