martes, 26 de febrero de 2019

Fiesta electoral




(Agradezco la colaboración en este editorial a mi amigo Juan Carlos Moreno Mora)

Como enamorando a una chiquilla, el candidato ofrece cualquier cosa a cambio de un voto. Nosotros, mientras tanto, hacemos brillar los ojos, ilusionándonos con la propuesta más grande, aunque la sabemos imposible de cumplir. Es que somos como muchachitos inexpertos, nos enamoramos de cualquier cosa, de un ideal. Como doncella de cuento, buscamos príncipe a caballo, cuando no hay más que oportunista en burro.

Tenemos 2 candidatos que son como la ex novia: quieren volver pero no sabemos para qué. Se promocionan haciéndote acuerdo de lo bonito que pasaban, pero uno también debe acordarse que los momentos bonitos tuvieron un precio, un alto precio. Y en la política, como en el amor, eso de “mas vale malo conocido...”, simplemente no aplica. Sabes que al decirle que si, no habrá muchas cosas nuevas o diferentes.

Otros, asoman como nuevos. Son la chica guapa, popular y nueva que podrías tener, pero no le metes mucho ñeque o no le tienes mucha confianza porque también puede tener algún mal antecedente. Además tus ex te dejaron tan golpeado que, mejor, ya no quieres saber nada. Y eso es riesgoso también. El miedo puede hacernos perder algo bueno.

Hay candidatos honorables, claro que los hay, gente de principios, trabajadores y con alto sentido del latacungueñismo, pero se ven como la niña fea pero de buenos sentimientos a la que le gustas pero no puedes dejar que la gente te vea con ella porque se te arruina la reputación. Es que no son populares, nadie les conoce y uno prefiere no arriesgarse.

Y hay candidatos, que ahí están. No son ni chicha ni limonada. No se sabe ni sus intenciones ni sus ideas. Ni siquiera hacen el esfuerzo de coquetear. Pero se llevan una parte de la fiesta, comen, bailan. Saben que no van a conseguir nada de ti, pero aunque sea se dan un baño de popularidad y es mejor alguito, aunque no pesquen nada concreto.

Es igual que una discoteca: están personas buenas, las malas, las guapas y las feas. También las invisibles. Pero hay que escoger una para bailar, porque si nos quedamos sentados viendo, tampoco vamos a conseguir nada. La fiesta se hace bailando. Y si nos quedamos fuera, ni siquiera tendremos luego el derecho a opinar. Es imperativo, urgente, que tomemos partido, que nos definamos por uno u otro candidato y lo apoyemos.

El mayor problema en nuestra ciudad es el quemeimportismo político. Nuestra fiesta se está llenando de candidatos y no tiene ciudadanos informados. Es una fiesta llena de chiquillas coquetas, con muy pocos interesados en ellas. Cuando el local está lleno de coquetas y vacío de gente interesada, ya no es una fiesta: es un prostíbulo.

Nuestra política local está así, prostituida. Y es nuestra culpa como ciudadanos, porque no hemos sabido dejar fuera a los oportunistas. No hemos querido atacar frontalmente a los corruptos. No opinamos contra los negociantes de votos ni reclamamos a los mentirosos. Así, las posibilidades de tener buenos administradores se reducen. Es que las princesas ya no quieren ir a la fiesta, porque está llena de indeseables. Los buenos ciudadanos no quieren lidiar elecciones, porque no hay apoyo popular y no pueden pelear con las chequeras de los oportunistas.

Aún quedan candidatos buenos. Están dispersos, un poco ocultos. Nosotros, lo ciudadanos, tenemos que llevarlos a la fiesta y hacerlos bailar. Nosotros tenemos que apoyarlos abiertamente, agruparnos con ellos y así sacar del salón a las fieras, las locas y las coquetas.

Insisto: si no lo hacemos ahora, terminaremos bailando con cualquier cosa, con oportunistas, con dulcesueños, ladrones.

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