Nos
quedamos con ganas de más Papa. Para cuando el sacerdote llegó, la
expectativa era gigante. Unos decían que iba a perdonar un año a
los presos, otros creían que se les iba a hacer algún milagrito
personal con solo verlo; muchos, incluyendo algunos paranóicos
verdiaguados habían dicho que venía a “dejar armando” el golpe
de Estado o que, cuando menos, los pelagatos golpistas iban a
aprovechar la misa para dar el susto.
Los
que no creemos mucho en cucos ni vamos a misas ni calculamos golpes
de Estado aprovechamos para darnos un día libre -del trabajo normal-
y dedicarnos a las más hermosas y distractivas labores domésticas
pendientes (léase con todo el sarcasmo posible).
Pero,
entre misas y erupciones volcánicas, en el Ecuador se está
cocinando un futuro nefasto. Por un lado, según dicen, habría un
golpe de Estado que acabaría con esta -supuesta- democracia en la
que -supuestamente- vivimos; y, por otro lado, esta -supuesta-
democracia está acabando con los recursos estatales mientras tensa
la soga sobre el cuello de una -también supuesta- clase media que
realmente es inexistente.
Lo
del -supuesto- golpe de Estado ya ni asusta tanto, porque acá hemos
derrocado hasta dos por año en algún momento; pero si asusta la
posible reacción de un Gobierno demasiado acostumbrado al poder y a
que nadie le contradiga, un Gobierno monocéfalo y descriteriado que
vive de la repetición más o menos homogénea de consignas
revanchistas y mentirosas.
El
Cotopaxi tampoco asusta, porque estamos acostumbrados a las mentiras
y es bastante posible que acabemos muriendo calcinados en plena
“alerta blanca”. Y mientras las autoridades deciden que color
ponerle a la alerta volcánica, el mercado inmobiliario se pone
pálido y los constructores se ponen azules. ¡Viva la especulación,
aunque sea a la baja!
Y
mientras nos ponen en alerta colorada, nos desapercibimos de la
emergencia real y más actual en Latacunga, ese fenómeno antinatural
y degenerativo que plaga nuestra provincia entera: la ineptitud y
conveniente negligencia de muchos administradores. Deberíamos estar
más atentos al presupuesto y los contratos que se hacen en la
ciudad, así como sus beneficiarios y el tipo de obras que acaban
haciendo, en lugar de vivir de la farándula futbolera, tecnocumbiera
y religiosa.
No
me canso de decirlo: vecino, mientras usted ve la misa del Papa por
la televisión, sus mismos gerentes se le van robando el crucifijo.
Mientras se entretiene con el pésimo fútbol nacional, le hacen la
goleada en su propio patio.
Tenemos
tres problemas en pleno parque central: la erupción del Cotopaxi, la
supuesta rebelión y el cubo de cascajo.
Si,
un problema, porque nada funciona en el cubo de cascajo; y, lo poco
que funcionaba, ha sido apartado sistemáticamente con el único fin
de poder avanzar las obras que Latacunga tanto necesita, pero sin que
se revisen como se debe.
Y lo
más doloroso: Latacunga sigue sin un líder joven y, si alguno en
algo se muestra, resulta ser que ni siquiera vive aquí y termina
haciendo pura charla dogmática, por no decir demagogia.
No
necesitamos políticos nuevos, sino proyectos nuevos. Necesitamos un
nuevo concepto de Latacunga y Latacungueñismo, no un próximo
Alcalde “light” o “new age” o “hipster” ni nada parecido.
Un proyecto serio, con números y conceptos claros, con opciones
reales, libre de megaobras de humo, teleféricos a la nada y
columpios sin cuerda.
Necesitamos
una revolución cultural y de identidad.