viernes, 24 de julio de 2015

Me muero, el Cotopaxi...




Llevamos semanas oyendo dimes y diretes de nuestro taita volcán. Entre verdades y mentiras, informaciones a medias y alertas de colores nunca vistos, lo único que queda claro es que nadie sabe qué pasa, ni como enfrentar lo que pase.

Mientras GADs como Rumiñahui ya tienen plan completo para salvar hasta los animales, acá estamos realmente atrás. Pero no es culpa de esta administración. Es culpa de los últimos veinte o treinta años de pésima gestión gubernamental a todo nivel y el abandono administrativo de nuestra provincia y cantón.

Seamos sinceros, las casas al filo del río no son cosa de este Municipio, sino de anteriores. La falta de inversión en mecanismos de contingencia viene de hace décadas, porque es más rentable para cualquier oscuro interés el contrato de pavimentos y adoquines en los barrios. Mientras en cualquier ciudad ordenada y con un mínimo de sentido común se identifican claramente las zonas de riesgo, en nuestra Latacunga, no se sabe cómo (bueno, si se sabe pero no se dice), pero hay construcciones hasta de tres pisos cuyos muros dan directamente a las aguas del Cutuchi.

Hablemos claro, aún no hemos podido controlar las inundaciones invernales de San Carlos, y queremos vender la idea de que podríamos enfrentar exitosamente los lahares del Cotopaxi. Lo único y más efectivo que puede hacer la autoridad, en este momento, sin la infraestructura que deberíamos tener, sin la inversión que se necesitaría hacer y sin la mas mínima preparación ni experiencia en estos temas es informar al ciudadano para dónde debe salir corriendo.

Es verdad, se están gestionando refugios, barreras contentivas y no se cuánta guaragua más; y es correcto, correctísimo. Pero a mi si me gustaría saber para donde debo correr, porque mientras preparan las medidas que debían estar listas hace veinte años, puede ser que les madrugue la erupción con albañiles y todo. Miren, así no hagan ninguna obra, hagan algo básico: campañas de información. Simples, baratas, rápidas y eficaces.

Veo a todas mis amistades con el Cristo en la boca, cada quien hablando lo poco o nada que sabe y entiende o le han hecho entender del volcán. Vean, vecinos, no nos hagamos los locos, el rato de los ratos, ninguno de ustedes va a seguir norma ninguna, porque no estamos entrenados para eso. Si el volcán da oportunidad de mostrarse en alerta naranja, hemos de ir a pedir posada a cualquier familiar en otra ciudad; y si nos coge desprevenidos, que también puede pasar, hay que buscar un lugar alto hasta que las aguas pasen, nada más. Lo que no se ha hecho en tres décadas no lo va a hacer esta administración en par de meses o menos.

Y es que no importa que tengamos refugios, barreras de contención, ambulancias, helicópteros o naves espaciales; y no importa porque los ciudadanos no tenemos idea de cómo usar lo que pueda haber. Hace muchos años que no se ha hecho un simulacro y las zonas altas de la ciudad se han poblado, en lugar de mantenerse libres para cualquier efecto.

Luego queda la preocupación por los tereques. Que si la casita, que si el carro, que si los electrodomésticos, que si la propiedad... ¡Ya pues! Hagan cuenta de la verdadera magnitud del asunto, que lo que va a pasar no es de la suavidad del Tungurahua, sino peor, fatal, atroz. Y no es que ande metiendo miedos, pero hay que ser reales. Qué tereque va a importar, si la casita no es que se va a inundar, sino que se va a derrumbar por completo.

Y, sobre eso, algunas iniciativas no gubernamentales de organización o información se tachan y se desacreditan, solo porque la información que se promueve no cuadra con la conveniente e inexistente alerta blanca.

Vecino, no se complique. Hasta que la autoridad o el superman de turno no le de un plan que a usted mismo le parezca correcto bajo parámetros básicos del sentido común, ocúpese de armar su propia ruta de escape. Sálvese, vecino, porque está visto que nadie le va a a dar haciendo.

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