Luego del paro, y comprometidos todos a volver a poner en
marcha nuestro país, no podríamos hacerlo bien sin antes saber quiénes somos y
cómo llegamos a la situación en la que estamos. Desde ahí, deberemos entender
que hay cosas muy arraigadas en nosotros que pueden ser simplemente mentira, y
que tenemos que cambiarlas. Si no, no podremos avanzar.
Al día de hoy, nuestra sociedad actúa en base a emociones y
no en base a la razón. Además, durante décadas nos han metido ideas en la cabeza
que no necesariamente son verdaderas y que fueron inventos de engatusadores de
turno.
Una gran mentira es la de los 500 años de lucha y
resistencia indígena. De hecho, son muchos años más lo que nuestros pueblos
originarios llevan resistiendo. En lo que hoy es Ecuador, en las primeras
etapas de las que se tiene alguna investigación, parece, que existían los
denominados Cacicazgos, lo que básicamente eran grupos de población organizados
bajo el dominio de un Cacique y que, aparentemente, dominaba en base a la
represión, la violencia y la esclavitud. En un momento posterior llega la
colonización, pero no de España, sino del imperio Inca. Este imperio, como
cualquier otro imperio, se expandió y dominó por las armas y la violencia. Así,
el famoso Tahuantinsuyo no fue ni puede seguir siendo un sueño ideal de unidad
andina, sino que se trataría de un imperio despótico, opresor, genocida y
esclavista.
Para cuando llegan los españoles, en la América Andina no
habían pueblos originarios establecidos (excepto unos pocos en la sierra y en
la costa y los del oriente) sino nacionalidades sin territorio esclavizadas
bajo el yugo del Inca. Así siendo, España no llega a subyugar, sino que
desplaza al gobierno imperial incásico (obvio, por la fuerza) y hereda las
estructuras de explotación que ya estaban instaladas en América. El imperio
español no subyugó a los pueblos nativos, porque éstos ya estaban subyugados.
Obvio, tampoco es que les hayan dado libertad.
La independencia nacional, donde nos liberamos del imperio
español, fue canalizada a través de los criollos. Es decir, los mismos hijos de
españoles nacidos en América que se cansaron de la explotación económica del
Rey de España. Pero nos olvidamos que una gran cantidad de próceres eran, de
hecho, indígenas. Obviamente, a ellos también les convenía acabar con el
sistema imperialista y negociar en mejores términos el nacimiento de una nueva
república. Así que la independencia del Ecuador se forjó con intereses, sangre,
sudor y lágrimas de indígenas y criollos por igual.
Hasta aquí, indios y criollos están empates. Nadie debe nada
a nadie, porque juntos creamos esta República.
Lo que si pasó es que, advenida la independencia, dejamos de
conversar entre nosotros. Los criollos se dedicaron a la producción, porque su
interés siempre fue económico y, parece, que entre los indígenas, en lugar de
rehacer sus estructuras sociales, simplemente revivieron a los Caciques, lo que
significó retrasar su evolución social.
Llegamos al día de hoy con diferencias ridículas. El mestizo
quiere avanzar dentro del mundo actual, bajo parámetros de producción y
libertad. Muchos indígenas siguen amancebados en la idea de un imperio, al que
ahora quieren llamar “Comunismo Andino”. Esto, básicamente significa la
reconstrucción del Tahuantinsuyo como imperio y al Rey Inca como único poder
totalitario, disfrazado en la figura de un presidente o líder regional.
Tan arraigada sigue la idea del Cacique, que es bien
conocido que una gran cantidad de hermanos indígenas siguen actuando “porque el
dirigente ordena” y sin la más mínima razonabilidad sobre sus actos. Las
modernas estructuras “de clase” que dominan el sector indígena son Cacicazgos
disfrazados de estructuras orgánicas. Son, de facto, estructuras impositivas
que para nada velan por el interés de la gente de base, sino solo por las
motivaciones políticas y personales de los Caciques que hoy se han cambiado de
nombre a “lideres sindicales”, “presidentes de juntas” o líderes de
organizaciones como la Conaie, que definitivamente tiene otros y mejores fines
que joder gobiernos.
Los hermanos indígenas viven en un micro imperio, dentro del
territorio de una República democrática. Son engañados y explotados. Y el resto
de sociedad se hace la ciega. Los gobiernos no comprenden el factor cultural
que viene de la mano con la protesta violenta.
Urge una reforma educativa profunda y la creación de
estructuras de gobierno a las que los hermanos indígenas puedan acceder, de
forma directa y sin pseudo líderes intermediarios, para poder lograr sus
objetivos que, a la final, son los mismos: más libertad y más dinero para vivir
mejor.