viernes, 23 de junio de 2017

Mariquita Pérez


Cuando era chico y en medio de un juego alguna niña resultaba golpeada, pronto los demás niños hacían escarnio y lo anulaban socialmente a uno recitando en coro: “mariquita Pérez, pegando a las mujeres”. Era duro ser niño en esas épocas. Pero más duro es ser adulto hoy.

Verán, muchos de los que coreaban el mariquita Pérez terminaron golpeando a la mujer que dicen amar. Otro tanto no fue capaz de alzar la mano -gracias a Dios- pero la anularon como persona de alguna manera. Ya no hay, junto a ellos, quien los avergüence públicamente. Que duro ser adulto hoy y haber decepcionado al niño que odiaba a los mariquitas Pérez.

Pero claro, a veces es al revés: hoy es desgraciadamente común el maltrato hacia el hombre. Le aseguro, vecino, que usted conoce al menos un hombre maltratado y, si no lo conoce, usted es el aludido. Y no se apene, el que no nos guste aceptarlo solo hace más profunda la realidad, porque está oculta.

Y no es cosa de comparar quien maltrata más, o quien históricamente ha violentado más derechos, porque no hay que esconder el maldito abolengo machista de nuestra sociedad. Pero tampoco es cosa de empezar a desquitar los errores de otros, a pena de nuevas víctimas.

Es que la sociedad colabora. La misma estructura machista que hipócritamente cantaba el mariquita Pérez, también afirmaba después que “no le ha de haber pegado de gana”. Esta sociedad actual, que busca vindicar los derechos de la mujer no ha sido capaz de crear una “abusiva López” que signifique la misma vergüenza que el mariquita Pérez.

Es momento de preguntarnos en qué han fallado nuestros padres, y evitar esos errores en nuestros hijos.

Les doy algunas pistas. Para empezar, las personas de ahora no saben atenderse solas, se creen de la realeza y son incapaces de cocinarse un arroz con huevo. Las gentes de hoy, mi generación, crecieron pensando que son semidioses a quienes no se les puede reclamar nada y, si se les reclama, es un atentado psicológico. Mi generación, inconscientemente, se cree con derecho a todo y sobre todo. Las personas de hoy no saben pelear la vida juntos, sino pelearse toda la vida por no saber estar juntos. Generación entera de huérfanos, pues no hubo padres sino empleados, proveedores; sirvientes mimosos incapaces de darnos una buena lección, aunque eso requiera un correazo o una bofetada. Es que tenían miedo de herir la psiquis del guagua y lo que consiguieron es una generación completa con miedo al sufrimiento, incapaces de resolver sus propios problemas o, incluso, de reconocer que tienen un problema.

Otra pista: cuando leyó el párrafo anterior habrá notado que nunca diferencié entre hombres o mujeres, solo dije personas, pero usted que lo leyó habrá tenido imágenes en su cabeza de alguno de los dos sexos, específicamente, parado frente a la cocina, por ejemplo. Y no se preocupe, eso es normal. Desgraciadamente normal. Es que también nos criaron con estricta observancia de nuestros genitales, como hombres, como mujeres; nunca como personas.

Hoy insistimos en ver a la gente como lo uno o lo otro: o es hombre o es mujer. ¡Y cómo estorban los homosexuales, los transexuales, los transgénero! ¡Como estorban los que son, simplemente diferentes! Pero no es que los odiemos, es que les tenemos miedo: ellos significan la ruptura de nuestra comodidad mental, nos obligan a pensar más allá y a ver el mundo de una manera distinta. De hecho, nos dejan ver que todo es más simple cuando eliminamos etiquetas, cuando asumimos nuestra realidad y nos damos cuenta que solo somos personas, nada más.

Hay personas abusivas, personas tristes, personas violentas, personas alcohólicas, personas manipuladoras y, sobre todo, muchas personas buenas. Solo somos personas. Ser hombre no es etiqueta de insensibilidad y violencia; ser mujer tampoco significa un estado de víctima e indefensión indudable; una distinta orientación sexual realmente no significa nada, solo que a esa persona le gusta algo que a mi no me gusta -como pasa con la comida-; no sentirse conforme con el género que se nace tampoco significa sino que esa persona busca su felicidad por medios diferentes a los comúnmente aceptados.

Ese es el problema de fondo, que no hemos aprendido a tratarnos como simples personas sino de acuerdo a nuestro sexo.

Dejemos de vernos a las ingles, y empecemos a vernos a los ojos.



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