Un profesional, según
el diccionario, es una persona que ejerce una profesión. A la par,
una profesión es una actividad más o menos habitual de una persona,
misma que, por su estado avanzado de preparación o perfeccionamiento
de ese hecho habitual, merece ser remunerada por el mismo.
Luego, una cosa es que
habitualmente maneje mi carro, y otra cosa es que lo haga tan, pero
tan bien, que merezca recibir dinero por hacerlo. Este es el
contrapunto conceptual de los llamados chóferes “profesionales”:
hacen lo que todos hacemos a diario, lo hacen pésimo, y reciben
dinero por ello. Y lo digo de frente, otra de las cosas malas que le
han venido sucediendo a Latacunga es la proliferación del taxismo
anárquico. Cientos de carros amarillos colapsando nuestra ciudad a
las ocho y a las dieciocho, y ninguno cuando uno lo necesita a las
cinco de la mañana o a las diez de la noche.
¿Eso es profesión?
Redondear el sueldo de Policía, Militar o Profesor en los ratos
libres, hacerse una chauchita
la mañana antes de ir al verdadero trabajo, o, peor, “rentar” el
carrito a un guambra que necesita el trabajo y no consigue qué mas
hacer. ¡Eso no es profesión!
Aquí,
como de costumbre, me salvo del linchamiento afirmando lo que es
verdad: NO SON TODOS. Veo mucho profesionalismo, mayormente, en los
chóferes que realmente han hecho del volante su forma de vida: los
más antiguos. No se enojen, amigos míos, que a la final yo ando en
taxi y luego no me han de querer hacer parada; pero acepten que, de
su cooperativa, al menos unito es una verdadera bestia. Y si, de
entre sus compañeros,
no distingue al más salvajón, pues es harto posible que el muérgano
sea usted. Medítelo, sanamente.
Pero hay un profesional
que no quiero ver: el político profesional. Es que la política no
debe ser una forma de vida, sino un acto de servicio. Queremos
políticos bien preparados, claro, pero no gente preparada
exclusivamente para la política. Latacunga necesita administradores,
abogados, ingenieros, médicos, analistas y mucho más, y, de ellos,
varios que tengan vocación política. Una cosa es ser, por ejemplo,
un abogado profesional, que vive de eso, y que tiene vocación
política de servicio; y otra cosa es ser un vividor de la política
que se pasa de cargo en cargo y que, cuando no tiene que más hacer,
ejerce de abogado.
No hay, porque no
debería haber, políticos profesionales. Lo que si es imperativo
para nuestra ciudad es que haya profesionales políticos. La
diferencia es enorme.
Si me reúno con un
grupo de gente a conversar, no debería ganar un salario por ello.
Pero si, esa conversación se vuelve técnica, y de ella resulta, por
ejemplo, una ordenanza BIEN HECHA, que beneficie a la ciudad,
entonces merezco un estipendio. Si nos sentamos a discutir, en lugar
de crear; a debatir en lugar de coordinar; a pelear en lugar de
emprender, entonces no estamos haciendo nada profesional.
Cuidado,
administradores, en convertirse en políticos profesionales. Sean
profesionales políticos.
Otro punto de salvataje
a mi favor, antes de que mis amigos Concejales se me tiren al cuello:
igual que el taxista, busque entre sus colegas ediles a aquel que no
crea, ni coordina, ni construye, ni propone; ese es el político
profesional, maligno para nuestra ciudad. Y si claro, usted deduce
que todos sus compañeros de foro son correctos profesionales
políticos, pues, bueno, qué le diré, saque usted sus conclusiones.
Pueda ser que a usted le vaya mejor pirateando taxi.
Lo que digo parecerá
fuerte, pero solo para el chófer salvajón y para el político
profesional. El profesional político y el chófer profesional lo
tomarán, seguro, hasta con algo de humor. Así que, si se siente
molesto por la columna de hoy, pues ya sabe a qué grupo se pertenece
usted.
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