Es racista el que
defiende las particularidades de un grupo humano, proponiéndolas
como mejores, superiores o únicas. A la vez, es racista el que
positivamente discrimina, aborrece o hace de menos a otros grupos
humanos, exclusivamente por sus características físicas o
genéticas.
Léase bien:
EXCLUSIVAMENTE por sus características físicas o genéticas.
Es racista, por
ejemplo, el que hace de menos al que considera “blanco”,
EXCLUSIVAMENTE por el hecho de serlo, situación bien común en este
país donde los descendientes de criollos somos harto discriminados.
Es racista el que propugna ideas sobre supuesta inferioridad de todo
un grupo humano, EXCLUSIVAMENTE por su color de piel. Y NO POR OTRA
COSA.
Es necesario escribirlo
así, en mayúsculas, porque hoy por hoy, en nuestro Ecuador, existe
una capacidad sorprendente de tildar de racista a cualquiera. Somos
hipersensibles, porque cualquier cosa que no nos guste, o es racismo,
o es homofobia o directamente, es “bullyng”. Llegamos a un punto
en que todo es “algofobia”, y nadie puede opinar nada porque,
además de ser políticamente incorrecto, puede afectar la
sensibilidad de cualquier grupito minoritario.
¡Dejémonos de
tonterías! Yo, personalmente me opongo a la adopción de niños por
parte de parejas homosexuales; pero tengo amigos abiertamente
homosexuales, y no me cuesta tomarme un café con ellos, y es mas,
les tengo alta estima, pues todos ellos son gente muy inteligente.
Esto no me hace homofóbico, por favor. También tengo claro que un
gran porcentaje de indígenas mantienen una ignorancia general de
normas de convivencia urbana, pero esto es solo un resultado de su
tratamiento histórico, de su aislamiento geográfico y del poco
acceso a educación regular; decir lo que digo, bajo ningún
parámetro puede convertirme en racista “indigenofóbico”.
Hay que separar las
cosas.
Si un torpe es torpe,
se lo digo, y punto. Y no debería pasar nada, porque la estupidez es
un concepto sin color de piel. Pero en Ecuador, si le digo estúpido
a un afroecuatoriano, automáticamente me hacen racista; si se lo
digo a un gay, pues tengo que ser homofóbico; si se lo digo a una
madre soltera, soy machista, si se lo digo a una persona con
sobrepeso, es bullyng y, si se lo digo a un alto dignatario, es
traición a la patria. ¡Que cosa!
Basta de proteger la
ineptitud con conceptos ampliados. El estúpido es estúpido,
independientemente de ser alto, flaco, negro, discapacitado, o lo que
sea que la vida le haya adjudicado ser. Cualquiera de sus realidades
personales es totalmente independiente al hecho de su estupidez.
Muchos dicen que,
claro, un discapacitado, un indígena aislado u otras personas con
pocas oportunidades de educarse no tienen la culpa de su estado de
ignorancia, y que hacerlo público o notorio es discriminatorio. No
estoy de acuerdo con eso, porque una cosa es la ignorancia, en la
cual me refugio pues me declaro como el más ignorante de todos, y
otra cosa es la estupidez. Revisemos el diccionario.
Ignorante es el que no
conoce. Eso, nada tiene de malo. Pero el que sabe que no sabe, y aún
así se mete a hacer, se convierte en estúpido. Ignorante es, por
ejemplo, el jardinero, en materia de legislación; pero estúpido
sería que se meta de asesor de algún Asambleista. Ignorante es el
basketbolista en materia de finanzas públicas, y eso no es malo; lo
malo y estúpido sería que aquel jugador pretenda ser Ministro de
Economía.
El mundo está al
revés. Ahora, los preparados e inteligentes son perseguidos por sus
capacidades, y ellos han de callar y tolerar las demostraciones
públicas de ineptitud. Es más, deben subsumirse a ellas, bajo la
amenaza de ser perseguidos judicialmente, atemorizados y tildados de
“algofóbicos” y racistas.
Es indispensable y
urgente, por el bien del Ecuador, dar el poder a los científicos, a
los inteligentes, a los pensadores. Dejemos de proteger a los
estúpidos.
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