martes, 11 de noviembre de 2014

Zombie City




Hace unos días, conversaba con mi amigo Mauricio, más conocido como “El Gringo”, propietario y administrador del café El Gringo y la Gorda, muy conocido en nuestra ciudad, y también un ocupado activista pro-Latacunga. Nuestra charla se enfrascaba en las varias propuestas de algunos activistas para hacer cambios, obras y otros trabajos voluntarios a favor de la ciudad, entre ellos, el Plan Geranio de Operación Latacunga. Veíamos que muchas de estas propuestas, que los jóvenes realizan desinteresadamente, no encuentran eco en los vecinos. La gente no dona, no se vincula, no se interesa. Casi todos se restringen a una gris felicitación: “que bien muchachos, sigan así”. Pero pocos ayudan.

Dijo el Gringo: están dormidos, amortiguados, no son malas personas, solo son zombies.

Entonces, aprendí (entendí) otra cosa sobre nuestra ciudad: somos una ciudad de zombies, la “zombie city”, como hubiera dicho el Gringo.

De nuevo, pido disculpas a los susceptibles, pero es verdad. Igual, pido disculpas por generalizar, porque nunca es bueno, pero es general.

Ahora, para los que no saben, un zombie es un muerto viviente, un ser que parece estar vivo, pero se mueve solamente por alimento, no entiende, no sabe, no quiere ni le interesa otra cosa que no sea su alimento. Por eso no cae mal el apelativo de zombie a muchos de nuestros vecinos, pues cuando se les propone participar de algo, luego de su hipócrita felicitación, se alejan pensando en cómo llegar a fin de mes, en las cuentas pendientes y en el desenlace de su programa de TV favorito. ¿Vieron? Son zombies, seres que no se preocupan más que por tener lo suficiente para pagar sus cuentas y llenar su refrigerador. La mayoría de ellos no tienen un criterio estructurado de lo que sucede en la ciudad, desconocen el trabajo de los administradores y, si ven algo mal, son incapaces de buscar solución, mientras ese mal no les golpee en la cara.

El mayor problema con una ciudad de muertos vivientes es que deja mucho espacio para los vivos, para los vivísimos. Muchos de ellos nos han gobernado y bastantes más se han beneficiado de alguna manera de nuestra ciudad. Es que es fácil lidiar con zombies: solo se les da un pedazo de carne para que entretengan la barriga, e inmediatamente descuidan todo lo demás.

Esto pasa en nuestra Latacunga, cuando la mayoría se cree feliz con un trabajito más o menos bien remunerado, pan y leche para el desayuno y nadie que se meta con uno. Esto pasa en sociedades donde la mayor aspiración de un joven es el cargo burocrático. Así mueren los pueblos en los que los elementos económicamente activos dejan de producir y se dedican a consumir. Así mueren las culturas que dejan de interesarse en, justamente, su cultura.

Con pan y circo acabaron con el pueblo de Roma; a nosotros, ni circo nos dan. ¿Es que somos tan básicos y fáciles de utilizar? ¿Es que dejamos de ser ciudadanos, para convertirnos en esclavos serviles?

El esclavo come y no opina. Trabaja para comer y calla lo que siente y piensa, para poder seguir comiendo. El ciudadano es libre, defiende su ciudad y se comporta conforme piensa y cree.

Decida, vecino: es ciudadano o esclavo. Es hombre o zombie.

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