Hace unos días,
conversaba con mi amigo Mauricio, más conocido como “El Gringo”,
propietario y administrador del café El Gringo y la Gorda, muy
conocido en nuestra ciudad, y también un ocupado activista
pro-Latacunga. Nuestra charla se enfrascaba en las varias propuestas
de algunos activistas para hacer cambios, obras y otros trabajos
voluntarios a favor de la ciudad, entre ellos, el Plan Geranio de
Operación Latacunga. Veíamos que muchas de estas propuestas, que
los jóvenes realizan desinteresadamente, no encuentran eco en los
vecinos. La gente no dona, no se vincula, no se interesa. Casi todos
se restringen a una gris felicitación: “que bien muchachos, sigan
así”. Pero pocos ayudan.
Dijo el Gringo:
están dormidos, amortiguados, no son malas personas, solo son
zombies.
Entonces,
aprendí (entendí) otra cosa sobre nuestra ciudad: somos una ciudad
de zombies, la “zombie
city”, como hubiera dicho el Gringo.
De
nuevo, pido disculpas a los susceptibles, pero es verdad. Igual, pido
disculpas por generalizar, porque nunca es bueno, pero es general.
Ahora,
para los que no saben, un zombie
es un muerto viviente, un ser que parece estar vivo, pero se mueve
solamente por alimento, no entiende, no sabe, no quiere ni le
interesa otra cosa que no sea su alimento. Por eso no cae mal el
apelativo de zombie a
muchos de nuestros vecinos, pues cuando se les propone participar de
algo, luego de su hipócrita felicitación, se alejan pensando en
cómo llegar a fin de mes, en las cuentas pendientes y en el
desenlace de su programa de TV favorito. ¿Vieron? Son zombies,
seres que no se preocupan más que por tener lo suficiente para pagar
sus cuentas y llenar su refrigerador. La mayoría de ellos no tienen
un criterio estructurado de lo que sucede en la ciudad, desconocen el
trabajo de los administradores y, si ven algo mal, son incapaces de
buscar solución, mientras ese mal no les golpee en la cara.
El
mayor problema con una ciudad de muertos vivientes es que deja mucho
espacio para los vivos, para los vivísimos. Muchos de ellos nos han
gobernado y bastantes más se han beneficiado de alguna manera de
nuestra ciudad. Es que es fácil lidiar con zombies: solo se les da
un pedazo de carne para que entretengan la barriga, e inmediatamente
descuidan todo lo demás.
Esto
pasa en nuestra Latacunga, cuando la mayoría se cree feliz con un
trabajito más o menos bien remunerado, pan y leche para el desayuno
y nadie que se meta con uno. Esto pasa en sociedades donde la mayor
aspiración de un joven es el cargo burocrático. Así mueren los
pueblos en los que los elementos económicamente activos dejan de
producir y se dedican a consumir. Así mueren las culturas que dejan
de interesarse en, justamente, su cultura.
Con
pan y circo acabaron con el pueblo de Roma; a nosotros, ni circo nos
dan. ¿Es que somos tan básicos y fáciles de utilizar? ¿Es que
dejamos de ser ciudadanos, para convertirnos en esclavos serviles?
El
esclavo come y no opina. Trabaja para comer y calla lo que siente y
piensa, para poder seguir comiendo. El ciudadano es libre, defiende
su ciudad y se comporta conforme piensa y cree.
Decida,
vecino: es ciudadano o esclavo. Es hombre o zombie.
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