miércoles, 11 de noviembre de 2015

Miedo, cheque, miedo.



Soy abogado. Mi profesión me exige vivir del trámite y la gestión. Y estoy harto.

Una gran parte de asalariados públicos, por abstenerme de decir casi todos, viven recluídos en sus oficinas, cubículos o lo que les toque, casi totalmente ajenos al mundo que les rodea. Viven un mundo irreal que no se compadece con la verdad de la vida en el Ecuador “de afuera”. Algunitos, llegados a sus cargos por obra y gracia de la ley de la carambola y totalmente desconocedores de lo básico que demanda dicho cargo. Deficientes. Inútiles.

Me gustaría hablar de los supermanes de turno, esos de las altas esferas, que también viven con miedo. Pero no, hoy no. Hoy hablemos de los que realmente hacen el trabajo: los misionales, los de contrato.

Esos, los de contrato, son mis amigos y por eso saben que estas líneas no son para reclamarles (bueno, a algunitos si), sino para poder hacer pública su situación, para que los vecinos y todos los que estamos “afuera” nos condolamos de la otra realidad: la de “adentro”. “Adentro” también es grave, no se crean.

Verán vecinos, si “afuera” está feo porque no hay plata y nos estamos comiendo las joyas de la abuelita, “adentro”, aunque sueldito pueda haber, no se sabe por cuánto tiempo ni con qué sacrificios. Mire, resulta que ya (casi) no hay funcionarios de carrera, la mayor parte son contratos de a unos meses. Entonces, si no se “portan bien”, pues no hay renovación de contrato. Así de fácil. Ya no trabajan por un objetivo, no ejercen sus labores con el fin supremo de brindar un servicio, sino que deben hacer lo que se les manda, a cambio de otro contratito que garantice el pan de sus hijos un par de meses más.

No son “borregos” como se les ha llamado de mala manera: son esclavos. Es verdad, ganan un sueldo, pero su esclavitud radica en su imposibilidad de pensar, de decidir, de oponerse, de razonar. Viven con miedo, no trabajan por resultados felices de servicio y bienestar, sino que cumplen “metas” lo suficientemente bien como para no ser amonestados, y tampoco demasiado bien como para incomodar a algún superior. Muchos dedican sus horas a torear responsabilidades, aterrorizados con la sola idea de un error. Mientras, los de “afuera” esperamos su gestión. Y seguimos esperando.

Me queda el gusto enorme de conocer algunos latacungueños que, honor a su procedencia de ciudad hidalga, se han opuesto a doblegar su personal criterio aún a riesgo de perder el pan de sus hijos, sus carreras, y hasta su imagen pública, merced de falaces acusaciones que los empoderados harán sobre ellos.

Así es como funcionan algunos lugares: Témeme para pagarte, y luego de pagarte sigue temiendo que no te vuelva a pagar. Muchos héroes (porque ahora el honesto es héroe) se han opuesto al círculo tétrico del “miedo-cheque-miedo”. Y a ellos se le persigue: son tóxicos, atentatorios al status quo; peligrosos, en todo caso.

Estén atentos, vecinos, que muchos latacungueños ya han demostrado su carácter frente a los abusivos y se verán pronto atacados por la enorme maquinaria creada para desacreditar a los más nobles. Es el trabajo ruin propio del usurpador: ensuciar al honesto.

Esperemos que no suceda lo que se ve venir, pero esperemos con mayor fervor que, si sucede, los mashcas nos encontremos juntos.

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