Mientras
los suizos rechazan la posibilidad de recibir un sueldo de dos mil
quinientos dólares sin trabajar, el taxismo latacungueño se
emociona por recibir veinte y cinco centavos más por carrera mínima.
Definitivamente, somos torpes.
El
problema del taxismo no es el dólar que cobran por el servicio
mínimo, sino que ya no se sabe de dónde a dónde es un servicio
mínimo. Obviamente ya no es la ciudad que podíamos cruzar por un
dólar, hemos crecido bastante y es indispensable revisar los costos
de la movilidad. Pero esta revisión no se sostiene en el aumento de
las tarifas, sino en medidas más modernas y hasta progresivas. Una
de estas medidas fue el uso del taxímetro que, además es
obligatorio conforme la Ley de Tránsito vigente; otra medida podría
ser, por ejemplo, la zonificación de la ciudad.
Para
mi, el taxímetro era lo mejor: nadie podía quejarse, pues el valor
era justo y conductor y cliente podían estar tranquilos. Pero aquí
no, no se nos pegó la gana de prender el aparatito ese. Ni los
taxistas lo usaron nunca, por cómodos, ni los ciudadanos lo
exigimos, por sapos.
El
razonamiento (si puede llamarse así) era sencillo: por un lado, como
pasajero, yo se que si prende el taxímetro puede salirme costando
unos centavitos más, entonces mejor no lo pido; y, si soy chofer, no
lo prendo para ahorrarme tener que explicárselo al pasajero, por
simple pereza o para evitar que se me lleve registro de los ingresos.
Lo
peor es que hubo quienes, supuestamente en representación de la
ciudad, aprobaron tal medida.
Creo
que los administradores de turno no se dieron cuenta de lo que
hicieron. Ellos, los administradores, que solamente buscan la sonrisa
del votante y convierten a su labor en un mercadillo electorero no
repararon en calcular los efectos adversos de tal medida. Ellos, los
mal llamados políticos, en nada aplican políticas, sino que deciden
los destinos de la ciudad en base a sus encuestas de popularidad.
Hoy, quisieron caerle bien al gremio del volante, nada más.
Pero
no se dan cuenta que acaban de elevar el índice de costes de
movilidad de una ciudad entera, que esto transforma a Latacunga en
una ciudad más cara para vivir. Elevar el costo del transporte
equivale, en la cartera familiar, a elevar el costo de los
combustibles. Todo tiene efectos progresivos en la economía. Quien
necesita pagar más por cualquier servicio, obviamente cobrará más
por lo que él produzca, justamente para poder pagar el nuevo costo
del servicio que necesita, y quien adquiera éste último, también
elevará sus costos para poder pagarlo. Simple y obvio.
¡Pero
si tan solo es cuestión de abrir los ojos y ver los errores del
otro! Hace poco nos subieron 2% el IVA, y miren lo que pasó; y
nuestros administradores van a elevar 25% el costo de moverse en la
ciudad. Adivinen el desenlace.
Lo
que debía haberse hecho es controlar y promover el uso del
taxímetro, así todos ganaban. Hagan un experimento simple: díganle
a su taxista de confianza que prenda el aparato y, lo más seguro es
que el taxímetro marque más que lo que pactaron. Yo lo he hecho, y
realmente, por tener el aparatito apagado, quien pierde es el chofer.
Eso es buena administración: lograr que los administrados respeten y
ejecuten la Ley, no ser capariche del incumplimiento de la norma,
repartiendo dádivas a unos pocos y cayendo mal a todo el resto.
A
eso súmenle la elevación de las contribuciones municipales, que ya
trataremos otro lunes. Están convirtiendo a nuestra ciudad en un
lugar invivible, inviable, irracional.
Muchos,
como yo, no vemos la hora en que esta administración termine.
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